«Vedi Napoli e poi muori»

Y es que dicen los lugareños que Nápoles es una auténtica preciosidad. Que una vez vista, ya se puede uno morir tranquilo. Con esta idea, un tanto romántica, me senté a disfrutar de la final de la Coppa Italia el pasado sábado tres de mayo entre el Napoli y la Fiorentina, en el Estadio Olímpico de Roma. Pero fue encender la tele y que todo ese sentimentalismo se me cayera de golpe a los pies.

El estadio lleno hasta la bandera, los jugadores en la banda sin calentar y hablando con unos señores vestidos con traje oscuro. Los aficionados del Napoli venga tirar petardos al terreno de juego. Una locura. Momentos antes, en los aledaños del Olímpico un aficionado de la Roma disparó contra tres tifosi del Napoli, hiriendo a uno de ellos gravemente por una antigua rivalidad. Esto puso los nervios de punta a los aficionados del conjunto partenopeo. Y así inició el delirio.

Reconozco que me cuesta mucho entender el movimiento ultra en el futbol. Tengo la impresión de que no enseñan nada bueno a la sociedad, que canalizan sus frustraciones a través del grupo al que pertenecen, que se sienten con derecho a todo por ser muchos y estar organizados.

Pero puede que tengan razón. Puede que tengan derecho a todo. Porque la final de la que les hablaba, fueron ellos, los ultras, los que decidieron que se jugara. El capitán del Napoli, Marek Hamsik, acompañado por los jefes de la policía de Estado se acercaron a la Curva Norte para que su líder, ‘il Carogna’, les dijera qué tenían que hacer. Verán, este personaje es hijo de un importante jefe de la mafia napolitana. Y tuvo el derecho y la autoridad para decidir qué pasaría esa noche en el Olímpico. Fantástico. En su casa, seguramente, no mande tanto. Para acabar de rematar este sin sentido, il Carogna’ portaba una camiseta en la que se podía leer ‘Speziale Libero’. Con ella reivindicaba la libertad de Antonino Speziale, un radical siciliano que está cumpliendo condena en prisión por haber matado al agente de policía Filippo Raciti, lanzándole un lavamanos arrancado de un baño en la previa de un partido en el 2007.

Sí hubo una época en que los niños podían ir al futbol con sus padres, comerse el bocadillo y disfrutar de ese magnífico espectáculo. Pero ese momento ya fue. Porqué la grada está llena de camorrista. A todos los niveles, además. Sino, que le pregunten a Sergio. Un juvenil del Almàssera que tuvo que ser ingresado al ser brutalmente golpeado por los aficionados del Saguntino hace muy poco.

El fútbol no puede estar en manos de delincuentes. El fútbol es del pueblo, de las personas de bien. El fútbol existe para que lo disfrutemos, para que nuestros hijos aprendan valores como la deportividad, la cooperación, el esfuerzo y el trabajo en equipo.

Señores, el lugar de los delincuentes no son los estadios de fútbol sino la cárcel. ¿No ha llegado ya el momento de poner a cada uno en su sitio?

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