Enrique Arias Vega, colaborador en Valencia News. Más fácil protestar que hacer

Venezuela, o cómo destruir un país

Hace algunos años, la ciudad fronteriza colombiana de Cúcuta era un lupanar al que acudían los venezolanos derrochando sus bolívares generados por el petróleo. Hoy sucede lo contrario: unos venezolanos depauperados intentan comprar al otro lado de la frontera bienes elementales de los que carecen, a un precio que muchas veces no pueden pagar.

Ese cambio no se debe a un desarrollo vertiginoso de Colombia, sino al hundimiento de la nación vecina desde que Chávez y su epígono Maduro mandan y (des)ordenan en el país.

Bien es verdad que la Venezuela democrática anterior a ellos, la de Carlos Andrés Pérez y Rafael Caldera, era un ejemplo ominoso de corrupción y desigualdad social, pero la política cuartelera de la sedicente revolución bolivariana ha agravado el fenómeno: los corruptos ahora son otros, pero los pobres siguen siendo los mismos, ampliándose hoy día a una destrozada y mendicante clase media.

Mientras el precio del petróleo se mantuvo alto, el chavismo derrochó los ingresos generados en bienes consuntivos, en compra política de voluntades y en el apuntalamiento del régimen cubano, sin realizar infraestructura alguna, diversificar la producción nacional ni invertir en el futuro. A la caída del precio de ese perenne monocultivo energético nacional, el empobrecimiento de Venezuela ha sido, por consiguiente, masivo, generalizado e irreversible.

En vez de reconocerlo y permitir que operen los mecanismos democráticos para un cambio de rumbo político, Maduro y sus congéneres se atrincheran, prefiriendo el hundimiento absoluto del país antes que su pacífica salida del poder. El suyo, pues, es el ejemplo perfecto de cómo destruir un país que podría haber sido de los más ricos de América Latina.

 

Ir arriba