Vicente Ferrer, santo, intelectual y evangelizador

San Vicente Ferrer se encontraba, a finales del siglo XIV, cuando se dirigía a Bocairent con la intención de predicar, acompañado sin duda por la legión de penitentes que le seguían a todas partes, cruzando el Barranc de La Fos por el Pont Vell o d ́Arrere Vila,cuanD en ese preciso momento y lugar una violenta tempestad comenzó a arrojar agua a cántaros y piedras en gran número, obligándole a refugiarse en una cuevecita al pie del acantilado calizo en cuya cumbre se asienta La Vila o ciudad medieval, lugar que se conoce con el nombre de Pouet de Sant Vicent, donde rezuma agua que nutre una concavidad, agua que la piedad popular reconoce como milagrosa para curas oculares, protegido ahora todo por enrejado vertical.

Una vez en su interior, nuestro venerado dominico pronunció una frase que la tradición local recogió y mantuvo y que el artista bocairentino, Sr. Casanova Vañó, reprodujo en un artístico azulejo que se colocó en la propia cavidad y que dice así:

Dichós el que tinga

una mol·laeta en Bocairent

que no morirá de mal temps

Si profundizamos en ella veremos que su sentido trasciende el propiamente utilitario y oportunista, va más allá, como todo en la predicación por la mayor parte del occidente europeo del fraile viajero.

En primer lugar hay que resaltar que el preclaro dominico, asesor de príncipes y reyes, consejero de papas, decisivo en el Compromiso de Caspe, en la solución del Cisma “moderno” o de Occidente y en la fundación de la Universidad de Valencia, se dirigía a predicar a una pequeña población oculta entre agrestes sierras, el Benicadell y La Mariola, por tortuosos caminos en empinadas laderas y profundos barrancos. ¿ Por qué?. Porque para él todos eran Hijos de Dios y, como tales, necesitados de ser evangelizados, de conocer la doctrina del amor, del sacrificio por el prójimo, de la hermandad y de la fraternidad, de la Caridad, y como principio el amor a Dios y el respeto al Supremo Hacedor.

Mol·laeta lo traducen los bocairentinos, a despecho de los diccionarios valencianos, por casa, hogar, cubierta, y evidentemente es correcto si consideramos que “esmolá” es el nombre de la viga (fileta o polaina) de madera antiguamente, de cemento o hierro en la actualidad, que soporta una cubierta o techo, forjado diríamos ahora.

Pero la trascendencia le viene porque el santo, como bien interpretan los vecinos de la noble ciudad de la Vall de la Mariola, hacía referencia a hogar, a familia, naturalmente a la familia cristiana.

La familia cristiana es, sin duda, la primera entre las grandes creaciones que ha podido realizar la Humanidad, evidentemente por inspiración divina desde los primeros tiempos bíblicos y consolidada ya a la venida de Cristo con modelo por excelencia en la Sagrada Familia, que el cristianismo ha difundido por buena parte del orbe y que, actualmente, el dominico de voz tronante, se encargaría de extender, como “buena nueva” por el resto del mundo no cristiano.

Hoy, los tiempos son tan convulsos como los que conoció San Vicente. América se conocerá un siglo más tarde, de Asia solamente se conocía la parte próxima a Europa y de África la fachada mediterránea y poco más; la Tierra era plana y a su alrededor giraban el Sol y los pocos astros celestes conocidos, dos siglos más tarde aún se quemaba en la hoguera a los que defendían la idea heliocéntrica. El centro del “mundo” era, pues, el Mediterráneo, que se repartían dos religiones enfrentadas a sangre y fuego, el Cristianismo y el Islam, este último practicando la “guerra santa” o “yihad” como sistema de difusión.

La Iglesia Católica estaba dividida, tres Papas se disputaban el poder terrenal y el celestial. Las herejías amenazaban la doctrina de la Iglesia. La sucesión al trono de Aragón amenazaba con una guerra civil. Durante su juventud sufrió la Guerra de los dos Pedros, Castilla contra Aragón y los asedios a Valencia. Guerra y pestes azotaban Europa y la misma peste se cebaba en la Corona de Aragón y en la propia orden dominicana.

No debe parecer extraño, pues, que la divisa del gran santo fuera “Timete Deum et date illi honores, quia venit hora iudicii eius”. Parecía, pues, que se acercaba la hora del fin del mundo y del juicio final.

Sin embargo, hoy, a fuerza de estar al borde del precipicio parece que nos hayamos acostumbrado a mirar el abismo y nuestra preocupación no alcance la altura que alcanzó en nuestro soliviantado paisano. Sin embargo, la situación es pareja y debiera ser más preocupante todavía. Es verdad que aquel tipo de enfermedad tan letal entonces es nada hoy para la medicina moderna, pero otras, no menos letales, la han sustituido y, ahí, tenemos el sida; las coronarias, producto del exceso de alimentación; las derivadas del consumo de drogas, que corroen a nuestra juventud, deshacen a nuestras familias y enriquecen a bandas organizadas de desalmados; el cáncer taimado; la muerte súbita y otras no por extrañas menos letales, com el moderno Ébola que ha inquietado a Occidente recientemente.

La Guerra, mal apocalíptico que no para, hoy, por suerte, salvo en Ucrania, está alejada de Europa cuando siempre fue protagonista y sufridora, pero se extiende por otras partes del mundo. Sin embargo, en el ámbito cristiano se ha sustituido por el terrorismo, que sufrimos especialmente en España, pero que obliga a todos a estar en guardia permanente porque es una guerra latente, declarada y puesta en práctica por aquellos que pretenden imponer su doctrina por la violencia taimada y extenderla por la invasión pacífica y la procreación incesante.

Terminada la época de la “clau al pany”, crímenes y robos están a la orden del día. Se compara ya España con “Chicago en los años 30” y apenas nos inmutamos; por lo extraordinario el Crimen de Cuenca o el de la “descuartizadora del Mercat” quedó grabado en nuestro imaginario colectivo, pero hoy crímenes más abominables se cometen casi a diario y apenas se despachan con “otro más”. La violencia de género, pese a la Ley al respecto que, incluso, parece estimularla, es ya un mal creciente que suele acabar en crimen.

La emigración, tanto si viene del Sur como las bíblicas plagas de langosta, como del Este o de allende los mares, es causa, por más que algunos espíritus perturbados intenten negarlo, de buena parte de nuestros males.

La errática política que se practica está, sin embargo, en el origen de todo y, fundamentalmente, en la crisis económica, profunda y pertinaz, que nos aqueja, “cuando no hay harina…” dice el refrán popular.

Nuestros campos amenazan con quedar abandonados, yermos, la práctica agrícola arruina a nuestros labradores y los robos constantes de las cosechas contribuye a ello, pero también los saqueos constantes de las instalaciones agrícolas, robos de los aperos, motores, cables, maquinaria. La situación es insostenible. El comercio y la industria están en idéntica situación.

Pero hay otros males todavía más letales, el que aqueja a la familia cristiana es, sin duda, el más grave, especialmente porque procede del propio poder establecido. Minar la autoridad de los padres, especialmente el moral, parece ser su primer objetivo. Se permiten los infanticidios mediante la ley del aborto, auténticos asesinatos con total desprecio a la vida.

Sin embargo, la familia cristiana, con la íntima unión de todos sus miembros, el eterno amor paternal y filial, el mutuo apoyo y comprensión, el respeto y cuidado a los mayores, con la alegría colectiva en los momentos felices y la unión y la entrega en los tristes y críticos, con los padres dispuestos a dar la vida si preciso fuera por sus hijos o viceversa, es una conquista institucional de nuestros antepasados que será imposible que nos puedan arrebatar ya.

Por todo ello, ahora, como en la época del Santo, hay necesidad de recoger sus mensajes, de asumirlos, de propagarlos, y he ahí el gran papel de los altares, que no son algo folclórico y simplemente festivo, sino que deben servir para que, asumiendo su doctrina, y uniendo nuestros esfuerzos, tratemos de superar los grandes retos que nos plantea la situación política, social y económica, practicando la caridad con aquellos que sufren con más intensidad la crisis económica; superándonos en nuestra actividad industrial, comercial o artesanal para salir de la situación a la que nos han precipitado los malos políticos y la corrupción sin límites; intensificando nuestra cohesión para que la familia cristiana se mantenga sin alteración y se refuerce como el principal medio de cohesión y estructuración social; para que la seguridad sea uno de los principales objetivos de nuestros políticos ya que, sin seguridad, no hay libertad. Y sobre todo, practicando el TIMETE DEUM con el amor y reverencia con el que se teme a los padres para la mayor gloria del Supremo Hacedor de los cielos y de la tierra.

Pero, cuando la Sociedad Valenciana, capitaneada por el Lloctinent dels Cavallers Jurats de Sant Vicent Ferrer, Dr. Ballester Olmos, se disponia a glosar la figura y producción intelectual y humanística en el seno de la Alma Mater Universidad de Valencia, cuyo Estudio General que impulsó el sabio dominico permitió su creación hete aquí que la secta pancatalanista de ultra izquierda que controla y domina la mentada universidad, obligó al Rectorado de la misma a suspender el acto, alegando razones de orden público y la aconfesionalidad y laicismo de la institución, como si de un acto eclesiástico se tratara..

Grupos radicales que organizan homenajes a etarras por proetarras, es decir a asesinos, y convocatorias para la difusión del islamismo, se permiten estos vergonzantes boicots a actos que sin duda apoyarían si el Santo hubiera favorecido al aspirante catalán al Trono del Casal de la Corona de Aragón. Actitudes respaldadas y toleradas por el Rectorado.

Sin embargo, la respuesta del Pueblo Valenciano ha sido, una vez más, blandengue y acomodaticia, protestas de “mesa camilla” sin más alcance, tal y como sentenció en su día el repetido Olivares, empezando por las mismas Cortes y continuando por la Presidencia y Gobierno Valenciano, sin olvidar a la Consellería de la que dependen las Universidades y su nutrición.

¿Cuándo reaccionaremos?. Ya vorem.

José Aparicio Pérez
Académico numerario de la RACV y C. de la Nacional de la Historia

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