Violentos no, delincuentes. Agraviados no, lo siguiente.

Hace unos días un amigo de Facebook, osea, uno que me conoce pero al que yo no, proclamaba que los periodistas debiéramos tener cuidado a la hora de llamar “radicales” a los “violentos”. Le di la razón. Hay, por ejemplo, partidos radicales que no abogan por el uso de la fuerza. Y planteamientos teóricos radicalmente contrarios a los imperantes que sólo buscan la confrontación retórica. Pero me permití completar la tesis de mi interlocutor añadiendo que tampoco habría que confundir “violentos” con “delincuentes”.

Los directores de orquesta dibujan a veces violentos movimientos en el aire de brazos y batuta sin que haya código legal que lo pene. Es lo que tiene el lenguaje, que es difícil de manejar con precisión. Y más, si las academias van aceptando las formas malas porque su uso ya está más extendido que el de las buenas. Verbi gratia, “pobrísimo” por “paupérrimo”, y ahora también “malasio” (no sé desde cuándo está aceptada, la verdad) cuando a mí y a otros, de pequeños, nos enseñaron que el gentilicio era “malayos”. No me gusta, pero habré de aceptarlo, como los pancatalanistas deberían aceptar las diferencias que el pueblo ha impuesto con su uso del valenciano respecto de lo que se habla más al norte. Nota al pie: he leído algunos escritos de Esperança Camps, menorquina que inauguró las emisiones de la antigua Ràdio Nou, y es la mejor prueba de que de un tronco común salen ramas por momentos irreconocibles.

Les hablaba antes de esta digresión de “radicales”, “violentos” y “delincuentes” porque el amigo de FB parecía preocupado por las consecuencias del intento de linchamiento de policías el otro día en Madrid. Antitéticamente a lo que dicen los responsables de Interior y los vídeos que todos hemos visto estos días, he leído recientemente que un jovenzuelo ligado a los graves sucesos asegura que es la policía quien está buscando tener un muerto. Vamos, que el agente que perdió el casco quiso rematar de cabeza el adoquín que vio por el aire. Aparte de la barbaridad que supone pensar y decir tal cosa, lo que creo que subyace es lo que cualquier manual de la subversión supongo recomienda: revolver el río para que los pescadores ganen.

Agitar las aguas, crear contestación en la calle. La excusa es lo de menos: Gamonal, Wert, lo que sea. Por cierto: en Madrid había observadores de la OSCE escrutando los procederes del cuerpo armado (y lesionado). Observadores internacionales, apunten, un puesto de trabajo bien retribuido que se revela con un gran futuro gracias a ETA y a estos profesionales itinerantes del destrozo. Me parece significativo que estas formas delincuenciales de protesta -en que los orquestados, la mayoría de los manifestantes, no saben que lo son porque tienen motivos propios para la queja- se recrudezcan cuando se advierte en todos los observatorios económicos un cierto grado de recuperación general en España, y no sucediera así cuando el país y con él nosotros andábamos sumidos en las más negras predicciones por parte de esos mismos agentes. Con el mismo Gobierno en La Moncloa, aclaro.

Los demócratas que quieran que nadie les pueda objetar esa condición deberían renunciar y repudiar el uso de la algarada para subvertir el mandato de las urnas, o incluso el orden legal vigente. Por ejemplo, lo de Mas y corifeos -a las puertas del motín- pidiendo diálogo al Estado es un insulto a la inteligencia, porque previamente se han cansado de advertirnos de que lo que exigen son concesiones unilaterales. Y si no se las damos, pues con declararse en rebeldía e invertir las prelaciones preestablecidas, asunto resuelto. Y si declarados independientes Europa no les quiere será porque España es anticatalanista y les ha impuesto un veto en el que estoy convencido que se nos adelantaría Francia, en defensa de Montpellier y alrededores.

Por eso me preocupa que Rajoy -según leo- quiera ofrecer a Cataluña una mejora más de su financiación, que los del Principado llevan ya unas cuantas, mientras a los valencianos se nos niega hasta la existencia -del pago ni hablamos- de la deuda histórica del Estado para con nosotros. Es una buena manera de que Rajoy pierda la Comunidad Valenciana y, por ende, su Gobierno. Porque en Cataluña no ganará nada para compensar el agujero que se le abre aquí con los dineros ausentes, los imputados no suficientemente menguantes, la RTVV de tiempos del Telefunken y la CGT, y otros temas de portada nacional. Que son ya casi -las nacionales- las únicas portadas a mano.

Fabra, dependiente del oro de Madrid que no llega, y de la plata de igual procedencia que sólo da para tapar vías de agua, tiene las manos demasiado atadas como para gozar de libertad efectiva de acción e ilusión. Pero deberá tenerla de reacción llegado el caso, que ya está casi casi llegado. Porque si no el problema valenciano del que habló Ximo Puig lo van a tener por razones diferentes tanto el PPCV como el PSPV a cuenta de Compromís, y éste, sin interlocutores o correspondientes en Madrid, tampoco nos sacará del hoyo a los valencianos a no ser que siga el ejemplo de ERC y arrastre a la Comunidad a un estado de cosas como el catalán, en cuyo caso ni los catalanes nos dejarían ser Estado. Independiente.

Vicente Climent

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