Tradición e innovación al servicio del patrimonio cultural

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Nueve mujeres, vestidas de guardapolvo azul, trabajan de pie y dan la espalda a los visitantes. Como si tocaran un arpa gigantesca, mueven sus dedos entre la urdimbre tensa de una alfombra que, de abajo arriba, va naciendo lentamente. Nudo a nudo, millones de nudos. Millones de hebras de color formarán dibujos mullidos y suaves. Para las pisadas elegantes de un hotel americano, una embajada francesa o un palacio vienés.

La Real Fábrica de Tapices es una de las instituciones que define mejor esa España del siglo XXI que quisiéramos ver activa y próspera. Porque allí se dan cita, obligadamente, la tradición y la innovación; la artesanía mejor conservada con el apoyo de las tecnologías más modernas para fabricar, limpiar y restaurar alfombras y tapices que son respetables piezas del patrimonio cultural nacional.

Los periodistas valencianos, esta semana, han tenido ocasión de conocer por dentro la Real Fábrica porque la Fundación Iberdrola está financiando, a un coste de casi un millón de euros por pieza, la limpieza y restauración de los seis tapices flamencos que se conservan en el Colegio del Patriarca desde que San Juan de Ribera, su fundador, los recibió como herencia de su padre. Se trata de piezas magistrales, fabricadas entre 1510 y 1530 en un taller de Tournai, que ahora están sometidas a un proceso de lavado y restauración que los periodistas pudieron conocer a fondo.

“Estufas” de calidad.- Pero antes, entre telares y ruecas que parecen sacadas directamente de “Las Hilanderas” velazqueñas, los informadores vieron cómo en 2013 hay artesanos que trabajan en la fabricación de tapices con las mismas técnicas que usaron los tapiceros flamencos cuando aquellas tierras dependían de la Corona española. Todas las casas nobles españolas –y la del padre de San Juan de Ribera lo era—tenían, como los reyes, tapices flamencos en sus palacios. Eran “estufas” de alta calidad. Protegían del frío, conservaban el calor de las chimeneas de leña y decoraban las paredes con escenas religiosas y mitológicas. Eran más prácticos que los cuadros, pero seguramente más caros; porque aportaron, durante muchos años, un sello especial de distinción y notoriedad social.

Ahora, en el Madrid de 2013, los dedos hábiles de un hombre y una mujer están trabajando ante los periodistas en un tapiz clásico. Sus dedos manejan las canillas que esconden finas hebras de lana y seda. Los colores más sutiles se siguen mezclando con hilos de plata y oro allá donde conviene. Los Países Bajos españoles del siglo XVI tenían a su disposición a los mejores artistas; porque la mayoría de los grandes pintores flamencos hicieron cartones para tapices y muchos de ellos también fueron gerentes de su propio taller de tejido.

— El buen artesano no solo es fiel al dibujo y el color del artista del cartón, sino que procurará mejorar el original a la hora de interpretar con hilos el colorido y de conseguir un volumen que realce lo que propuso el pintor.

A lo largo del recorrido, Antonio Sama, director de conservación de la Real Fábrica de Tapices, da una lección de artesanía española que es al tiempo historia viva de España.

— Cuando España perdió los Países Bajos se quedó sin tapices. En el año 1721, Felipe V, sin embargo, mandó traer a una familia de expertos, los Van der Gotten, que se instalaron en Madrid para fabricar y reparar los de la Casa Real. Así es como nació la Real Fábrica, que primero estuvo cerca de la Casa del Abrevador, cerca de la puerta de Santa Bárbara y más tarde, en el siglo XIX, fue trasladada aquí, en el Olivar de Atocha, por Alfonso XII.

“Aquí”, que en 1888 era también “las afueras”, es ahora la calle de Fuenterrabía, cerca de la estación de Atocha, un área céntrica de Madrid. Donde una cuidadosa restauración ha  hecho posible que se hayan mantenido  jardines y edificios de ladrillo y mampostería. Solo la chimenea dejó de funcionar para el bienestar de los vecinos. La cocción y teñido de las hilaturas es la única parte del proceso que ya no se hace en la Real Fábrica.

— Los matices de colores son, en realidad, infinitos: cientos desde luego. Trabajamos por encargo y por iniciativa propia. Y hacemos no solo tapices, sino alfombras de nudo. Con dibujos clásicos o contemporáneos. Además de la fabricación, hacemos reparaciones y restauraciones por encargo.

Clásicos y contemporáneos.- A lo largo de la visita veremos docenas de copias de los cartones que Goya pintó para la Real Fábrica cuando era pintor de cámara de los Borbones. Pero veremos también diseños de Vaquero Turcios, de Alberto Corazón y otros pintores contemporáneos.

Una señora, con auriculares para escuchar su música favorita, está reparando una mullida alfombra de hermosos colores. Las flores azules que festonean el dibujo central les “suenan” a algunos periodistas. Sí, las alfombras han estado a los pies de Felipe González y Adolfo Suárez, de la Pasionaria y Besteiro.

— Sí, esa es una alfombra del Congreso de los Diputados, una pieza histórica. Aquí hacemos la restauración de las alfombras del Patrimonio Nacional. El nudo español es una técnica que está en extinción, pero que mantenemos. La mayoría de lo que ahora se hace ya es nudo turco. Comprenderán que no es fácil competir con las alfombras que se hacen en Marruecos, en Turquía, China y Pakistán. Nuestra mano de obra es lógicamente mucho más cara. Pero las técnicas orientales entraron en Europa por España y aquí mantenemos muy buena fama y calidad. De modo que recibimos muchos encargos; los que predominan son los del exterior y de particulares.

El telar, montado en el siglo XIX, sigue estando gobernado por un tronco de árbol modelado para que haga de eje tensor. Las nueve mujeres tienen que hacer una alfombra de nudo de 16’90 metros de largo por los 6’50 metros que da de anchura máxima el telar. La pieza irá destinada a un lujoso hotel de París. Las trabajadoras, que escuchan música y hablan muy poco,  hacen miles de nudos y cortan a la medida las briznas de lana de colores. Trabajan de pie, llevan cómodo calzado deportivo; la botella de agua o zumo está siempre a mano. Con un pesado peine de metal golpearán la trama anudada para apelmazarla sólidamente; el dibujo avanza cada día unos diez o doce centímetros… Semana tras semana.

— Es un trabajo duro, ya lo ven. Que en otros países hacen incluso los niños—dice Antonio Sama mientras las cámaras retratan el trabajo de las artesanas–. Nunca ha estado bien pagado este trabajo de tejedora, aunque se remunera bien. Por eso las alfombran que hacemos no son baratas. Trabajamos a coste, casi para no perder la tradición; pero estas piezas salen a unos 1.600 euros el metro cuadrado.

Los periodistas hacen la cuenta con rapidez razonable: la alfombra parisina, de unos 100 metros cuadrados, le costará al hotel unos 160.000 euros. Pero ayudará a mantener una institución, la Real Fábrica de Tapices, que tiene una larga lista de espera: hay alfombras de todo tipo en sus almacenes.

— La institución, que era del Estado y solo trabajaba las alfombras de los palacios reales, estuvo a punto de desaparecer. Pero en 1996 se creó una Fundación que hizo posible la recuperación a través de la búsqueda de encargos y clientes externos.

La clave está en la formación de aprendices que continúen los oficios, en el funcionamiento de escuelas taller. Entre 60 y 70 operarios encuentran trabajo a diario en la fabricación y en la restauración de alfombras y tapices. Porque en Madrid se encuentra una de las mejores instalaciones europeas de limpieza de tapices. Con artesanos y máquinas que ahora están ocupándose de las obras de arte del Colegio del Patriarca. Isabel Fernández López, responsable de ese departamento, explicó a los periodistas el método a seguir:

— Primero hay que aspirar a fondo el tapiz. Luego es preciso quitarle todos los añadidos y recosidos que dan tensión al dibujo original. Después los lavaremos en aquella gran piscina mecanizada con agua y saponina, un jabón de acidez controlada. Un lavado y tres aclarados serán suficientes, habitualmente. Luego el tapiz, puesto sobre una gran mesa, será examinado para marcar dónde hacen falta las reparaciones.

Una lavadora para piezas nobles.- Manos hábiles van quitando, con tijerillas y pinzas, brizna a brizna, los recosidos que manos llenas de buena voluntad pero inexpertas hicieron a las tapicerías del Patriarca. Hasta los elementos más extraños, hasta las hilachas y cenefas peor pegadas se conservarán en sobres con anotaciones especiales. De un gran tapiz pueden salir más de dos kilos de residuos y aditamentos acumulados en 500 años. Las quemaduras del incienso, de las velas caídas, son los daños más habituales. En la Capilla que ahora es de la Inmaculada, destinada a Monumento permanente a la Eucaristía, ardía cera constantemente.

— ¿Ve usted? Esto lo recosieron, a lo mejor hace doscientos años, de mala manera. Pero como es hilo malo, tensa y deforma todo el dibujo. Las hebras auténticas ¿ve? están aquí debajo…

Minutos después, en una gran piscina de acero inoxidable, se pone en marcha un puente en el que cabalgan, acostados boca abajo sobre colchonetas, seis artesanos armados con esponjas naturales. Más que frotar, pellizcan, absorben, invitan al hollín de 500 años a que se rinda ante la acción del agua jabonosa. Las manos no llegan a golpear la superficie del tapiz; pero agitan el agua. Bajo la superficie espumosa, se adivina el rostro de la Prudencia, la serenidad de la Justicia, la arquitectura musculosa de la Fortaleza… Los dibujos del tapiz de las Virtudes están siendo sometidos a un lavado, entre manual y mecánico, que es posible gracias a una ingeniosa instalación de tecnología española.

Después, vaciado el tanque, la máquina aclarará la pieza tres veces, regándola con agua desmineralizada. Es una gigantesca piscina lavadora donde se mueve todo menos la delicada pieza de museo que hay que limpiar con mimo…

— ¿Qué viene después? Lo último, que es la restauración—dice Isabel Fernández–. Para eso, como la luz hace perder intensidad a los colores del tapiz por su cara visible, encontraremos los tonos auténticos en el reverso.

Y harán lo que parece imposible: recoser hebra por hebra un tapiz de 500 años de modo que los nuevos colores no desentonen con los que se han desgastado durante medio milenio. Y de forma que un buen técnico, por añadidura, pueda “leer” siempre, pueda distinguir las partes originales y las recosidas. ¿Cuándo? Pues en la próxima restauración: dentro de cien o doscientos años…

 

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