Una capilla para un santo botín de guerra

La capilla de San Pedro Apóstol, cuyas obras de restauración fueron inauguradas ayer por la consellera de Cultura, María José Catalá, es, como tantas otras piezas de la Catedral de Valencia un archivo de anécdotas, historias e incluso misterios y rarezas.

El primer detalle que sorprende de la capilla de San Pedro es que fue mandada construir por Alonso de Borja, el que luego sería Papa Calixto III, para albergar los restos de un santo francés “robado” y traído a Valencia como botín de guerra. Se trata de San Luis, obispo de Tolosa, un santo de mucha devoción en la Francia de los siglos XIV y XV, que las tropas de Alfonso el Magnánimo se trajeron momificado de Francia como trofeo de nuestras habituales “guerras de buena vecindad”.

Sabrán los lectores que cuando las tropas de la Corona de Aragón conquistaron Marsella en 1423, uno de los trofeos tomados como prenda del triunfo fue el de las cadenas que cerraban el puerto, artefactos que hoy podemos ver colgando en la capilla del Santo Cáliz, en aquellos viejos tiempos Aula Capitular. Pues bien, junto con las cadenas portuarias, las mesnadas del Magnánimo tomaron otras muchas reliquias como recuerdo y botín de guerra; y entre ellas estaba el cuerpo del santo de Toulouse.

El santo obispo, de la orden franciscana como el actual papa Francisco, murió en 1297. Y hay quien dice que murió camino de Roma porque iba a pedirle al pontífice que le liberase de la carga de la diócesis. Sin embargo, su gran bondad, y sus virtudes cristianas, hicieron que los franceses le propugnaran con rapidez hacia el santoral: en 1317, solo veinte años después de su muerte, se aprovechó la coyuntura de que el Papa (Juan XXII) había sido el secretario del difunto en el obispado tolosano, para cerrar la canonización.

Bien, pues ese es el santo “birlado” a los franceses por las tropas del Magnánimo, el mismo que depositó en la Catedral el Santo Cáliz entre otras muchas veneradas reliquias. Mucho después, en 1862, el Cabildo mandó, como consuelo, reliquias del santo a la diócesis de Tolosa, que siempre ha estado celosa por la expatriación de los huesos de San Luis. Pero aún habría de producirse otro episodio alrededor de esos huesos santos: en los años setenta del siglo XX, el erudito abogado valencianista Vicente Giner Boira propuso que Valencia enviara a Francia a San Luis de Tolosa y Francia nos remitiera a Sant Vicent Ferrer, que está enterrado en la ciudad donde murió, que no es otra que Vannes, en la Bretaña. Pero los contactos no llegaron a fructificar y los dos santos siguen donde estuvieron, más allá de estar ambos en el Cielo.

Con todo, la capilla a la que hoy nos referimos, se construyó en estilo gótico, y separada de la propia Catedral, cuya nave principal era entonces más corta, razón por la que dejaba separadas, exentas, la actual capilla del Santo Cáliz y la propia torre del Micalet. La obra gótica de la capilla se debe a Pere Compte y Francesc Baldomar, los dos mejores maestros picapedreros de  Valencia, y se realizó entre 1466 y 1486, por impulso del segundo Borja, Rodrigo, que fue Alejandro VI en el Papado. Y aunque en principio se construyó para la familia Borja, más tarde pasó a estar dedicada a San Luis de Tolosa.

Años más tarde, con el cambio estilístico de la Catedral y tras la construcción, a principios del siglo XVIII, de la Puerta de los Hierros, la capilla fue redecorada, perdió bajo los estucos su aire gótico, y fue transformada en estilo barroco, con  el añadido de una cúpula y una linterna. Esas obras se produjeron entre 1696 y 1703. La nueva capilla  fue pintada por Antonio Palomino, con seis hermosos temas alusivos a la vida de San Pedro Apóstol.

Otra importante curiosidad es que la reja que cierra la capilla es una pieza original procedente de la primitiva capilla que mandaron construir los Borja. Es la única verja de la Catedral que procede del siglo XV, ya que las demás desaparecieron con la reforma neoclásica de finales del siglo XVIII. Fabricada en hierro, aunque tiene partes de madera, dispone de puertas laterales y fue realizada en 1467 por el «manyá» Joan Pons Aloy.

Con esa nueva dedicación al primer obispo de Roma, vino entonces la otra interesante curiosidad de la capilla, que durante largo tiempo albergó, en el interior de la Catedral, una parroquia independiente, y del mismo rango que las restantes de la ciudad, dotada de su párroco como una más y diferenciada en muchos detalles y liturgia de las que el cabildo catedralicio regulaba para la Catedral. Esta capilla-parroquia, al ser dedicada a San Pedro, supuso el traslado de la devoción de San Luis a otra capilla catedralicia. También ha sido durante largos periodos capilla de la Comunión.

La capilla que se ha terminado de restaurar ahora había sido ya mejorada y reformada en el año 1900. Los daños que ahora se le han corregido mediante las modernas técnicas de restauración son los que causaron, tanto a las pinturas de Palomino como a la cúpula, el incendio provocado por los revolucionarios en julio de 1936, al inicio de la guerra civil española. Durante esos años de guerra, la Catedral, que sufrió graves daños, fue, como es sabido, almacén de materiales. Durante muchos años, el propio Cabildo destinó la capilla a almacén de instrumentos litúrgicos, mientras el mal estado general iba demorando las tareas de restauración. Ni en la reforma de los años setenta ni en la adecuación de 1999 para la exposición “La luz de las imágenes” se había progresado en esa recuperación, que al fin comenzó a abordar en 2006, setenta años después del incendio.

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