Una de tantas historias del VIH

Relato de un enfermo de VIH, Carolo Fornés

Relato de un enfermo de VIH, Carolo Fornés. No podía creerlo cuando oyó la noticia. Nunca pensó que eso pudiera pasarle a él. Es más, jamás se le había pasado por la cabeza deseárselo a nadie, ni a sus peores enemigos. Era algo inimaginable, de esas cosas que acontecen a diario pero nunca ha ocurrido en tu entorno más cercano, en tus círculos, en tu familia. Había acudido a una fundación que le recomendaron unos conocidos para realizarse un examen que esperaba saliera negativo. Quería quedarse tranquilo y un dramático resultado hizo que la situación derivara en la mayor de las intranquilidades.

Recordaba, maldiciendo su suerte, que, ya hacía varios meses, un viernes al salir del trabajo salió con unos amigos, como ya iba siendo habitual en los inicios de cada fin de semana. El plan siempre era el mismo: llegar a casa, darse una buena ducha, ponerse bien guapo y salir a cenar con Julio, su «algo más que amigos». Más tarde, llegaba el resto de la pandilla y salían a beber y bailar como si no hubiera mañana. Sin embargo, Carolo Fornés rara vez tomaba más de una o dos copas. De hecho, muchas noches era el encargado de repartir en diferentes casas al resto de sus amigos, borrachos y babosos llegadas determinadas horas de la madrugada.

Aquella noche fue distinta. Mientras se deleitaban con unas deliciosas coques de dacsa y una botella de Mayor de Castilla reserva, Julio le dijo que tenía que contarle algo. Hacía dos noches, había quedado con un viejo amigo del colegio que, ahora, quince años más tarde, había adquirido un atractivo nunca imaginable cuando vestía de manteleta y le colgaban velas de mocos de la nariz. El que fue su mejor amigo hasta la secundaria le resultó muy interesante y, tras dos cafés con leche en plena avenida del Cid, acabaron dejándose el aliento en su habitación de piso compartido. Julio estaba tan arrepentido…

Carolo Fornés se sintió traicionado, engañado y manipulado. Por un momento pensó en levantarse de aquel bar y echar a correr, pero siguió conversando. Quería a Julio demasiado como para irse sin una sola explicación. Le contó que lo sentía, que solo tenía ojos para él, que no sabía qué había podido pasar.

Sin más paradas, se dirigieron al local de siempre a tomar unas copas y reunirse con el resto. Carolo Fornés necesitaba desconectar, tras recibir tan desagradable noticia. Pidió dos chupitos de Jägermeister y un cubata de ron. Iba fuerte esa noche. Cuando sonó su canción, no lo dudo. Cogió a Julio por el pecho y comenzaron a bailar agarrados, diciéndose todo lo que sentían, olvidando lo que pudiera haber pasado días atrás. Y acabaron en un hostal cerca de la Malvarrosa, pasados de alcohol y entregados a la pasión y a la locura que impregnaba hasta la última neurona de sus cerebros. No fue un polvo normal. Fue lo más bonito que los dos habían sentido nunca. Sabía a reconciliación, a esperanza de un mañana, a un amor que, aunque ninguna de sus familias lograrían entender, era lo más puro que habían vivido jamás.

No obstante, pasados unos días, Carolo Fornés no podía quitarse de la cabeza lo que Julio había hecho. Recostado en el sofá, estiró la mano para alcanzar el teléfono. Antes de marcar, estuvo dudando si le llamaba o le escribía, si decirle lo que pensaba o esperar de brazos cruzados a que todo aquello se borrara de su mente. En aquel momento, llegó un mensaje de texto. Era Julio. Su chico de una tarde-noche había llamado tres días antes. Tenía VIH y Julio, carente de protección alguna en su relación, había sido contagiado.

Carolo Fornés, a día de hoy, tras dos años de calvario, sigue luchando. A veces se desespera y brotan de sus ojos mares de lágrimas. No es nada fácil convivir con la toxicidad de los medicamentos antirretrovirales.

 

 

Ir arriba