Bravo, doña Gabriela

El desprecio de Felipe VI hacia los valencianos, ¿otro Borbón boca abajo?

Para exculparlo de errores propios e intentar tapar sus equivocaciones, ya se decía de Franco que era la gente que tenía a su alrededor los culpables de todos los males. En alguna ocasión se ha utilizado esta vieja fórmula para desviar el foco de las críticas que las actuaciones de Juan Carlos I pudieran suscitar. Cuando se presenta al actual monarca Felipe VI como un rey moderno y fruto de la sociedad del siglo XXI, entendemos que son inadmisibles, desde el respeto que nos merece, determinados comportamientos. Como recordarán, el pasado viernes, su majestad presidió en Valencia la entrega de los Premios Jaume I, y fuera de cosecha propia o de algún asesor de esos que se obstinan en prolongar la mentira, el heredero de Felipe V no tuvo otra ocurrencia que saludar a los valencianos a la catalana manera (bona tarda). ¿Es que no hay nadie en la Zarzuela que le pueda decir que en valenciano decimos bon dia de vesprada o bona vesprada? El veredicto no puede ser otro que culpable, bien por dejarse aconsejar por quien no debe, bien por no estar atento a un asunto que a los valencianos nos duele y que toca directamente a nuestra idiosincrasia. Su majestad demostró no ser consciente de la realidad de los pobladores de este antiguo reino hoy en día integrado en España. El tamaño del personaje no debe empequeñecernos a la hora de exigir el mismo respeto que le concedemos. Pero desgraciadamente, el actual jefe de la Casa de Borbón, no nos muestra ningún tipo de afecto y eso que con su subida al trono, podría haber enmendado los agravios que cometió con el Pueblo valenciano su antecesor en el trono en el siglo XVIII. Podría haber pedido disculpas por todo el dolor causado, podría haber derogado -aun de manera simbólica- ese doloso “Decreto de Nueva Planta” que cada 9 d’octubre o 25 d’abril reaparece en la memoria colectiva de los valencianos. Ese despreciable “derecho de conquista” que abolió nuestra leyes e hizo desaparecer cualquier manifestación de cultura o lengua valenciana.

Por eso, cuando en su discurso de ayer en el parlamento europeo su majestad aludía a la Constitución española como el «gran pacto que protege a los pueblos de España en el ejercicio de sus diversas culturas y tradiciones, lenguas e instituciones», sus palabras sonaban huecas para los valencianos. Un lugar común, un fórmula que de tan reiterada queda sin sentido, que nos duele escuchar cuando sabemos que nuestra identidad colectiva es ultrajada y no encuentra amparo en la jefatura del Estado. Seguiremos esperando su crecimiento personal y de conocimiento de la pluralidad cultural española, y si no ha de ser él, que sea su sucesor quien de nuevo nos considere a los valencianos como compañeros y no como súbditos, como así lo hacían los antiguos grandes reyes de la Corona de Aragón. Son cuarenta años de incomprensibles agravios comparativos hacia los valencianos. Aunque, tal vez, llegue un día en que nos acabe la paciencia y como ya hicimos con su antepasado Felipe V, también pongamos su retrato boca abajo, y eso, en el siglo XXI, no significaría otra cosa más que apostar por la república como sistema de gobierno, para que si un jefe del Estado se equivoca, las urnas lo puedan reemplazar por otro con más trellat.

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