Federico Félix los conoce a todos

Federico Félix es más que un empresario del sector agroalimentario. Federico Félix es muñidor en la política valenciana desde hace veinte años. En el 95, un buen día, a las dos de la mañana y en su despacho, conseguía que Vicente González Lizondo, muy a pesar de sus reticencias hacia la valencianía y el oportunismo “trilero” de Eduardo Zaplana, se aviniera a consolidar de una vez y no con apoyos puntuales que les hubiera obligado a reunirse hasta las tantas todas las semanas el cambio político en la Comunidad.

Federico Félix ahora está en AVE, la asociación de grandes empresarios valencianos, porque AVE existe ahora y no entonces. Y está no para hacer bulto. Desde allí (“dos tercios de la riqueza”) examina e incluso aplaude, como reconoció esta semana en Veus Senyeres, a alguno de los candidatos a la presidencia de la Generalitat. Siempre con la esperanza de que alguna vez a algún presidente le hagan caso en Madrid.

A Federico Félix le conoce todo el mundo, y él conoce a todo el mundo. Bastante. Por eso tienen tanto interés sus juicios sobre algunos de los personajes de actualidad de estos días, y las experiencias que de ellos se detraigan. Como Rodrigo Rato, José Luis Olivas y Alfonso Rus. Les condenso lo que nos ha dicho esta semana en Veus Senyeres, programa para News FM que me honro en dirigir, y del que es contertulio semanal: del exvicepresidente del gobierno dice que lo suyo ha sido una sorpresa “tremenda” y que “hubiera puesto la mano en el fugo por él”. Del
expresidente del Banco de Valencia ­y de la Generalitat­ asegura tener “muy mala opinión”. Le responsabiliza en buena medida de la pérdida de las instituciones financieras en la Comunidad Valenciana, que es “de las cosas más negativas que nos han pasado a los valencianos”. Y del actual inquilino de la Diputación valenciana dice tener un “buen concepto” pese a no tener formada opinión sobre el caso Imelsa.

Federico Félix está en buena forma, y sigue en activo. Igual una noche de finales de Mayo le toca volver a encerrarse en su despacho hasta las dos de la madrugada.

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