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Patriotismo era otra cosa

El patriotismo debería ser otra cosa. El simbolismo, los símbolos, están bien. Son necesarios y sirven precisamente para identificar algo, que no siempre debe ser abstracto. El patriotismo no puede ser un sentimiento abrupto y abstracto sin forma ni contenido. Debe ser algo más que banderas, tatuajes y golpes en el pecho. Claro está que todos queremos mucho a nuestras banderas, que queremos que se respeten, porque son la materialización de muchos sentimientos. Desfiles, salves militares, honores, besos y besamanos, todos son importantes, pero no sagrados ni inamovibles.

El patriotismo debería ser, como decíamos, otra cosa. Patriotismo es que ningún ciudadano deba emigrar, por obligación, para poder subsistir. Patriotismo es procurar que se puedan cultivar tus tierras, gentes de aquí y de fuera. Patriotismo no es cerrar las puertas a los que no tienen un futuro en sus tierras. Patriotismo no es enriquecerse importando a menor precio para arruinar a los productores locales.

Patriotismo no es tener un partido asediado por la corrupción, que al final de la corrida, no hace más que lastrar la caja pública y el bienestar de la ciudadanía. Tampoco lo es no tener las escuelas en adecuadas condiciones, las residencias de ancianos, los bosques o los parajes naturales.

Patriotismo son símbolos, sí, pero también lo es honradez, pulcritud y respeto máximo por lo público, por lo de todos. Es más patriota, por así decirlo, una persona que dedica sus domingos a dar de comer a quien lo necesita, que una que se abraza a la bandera sin ton ni son. Al menos hace más patria, y eso, amigos, es innegable, inapelable.

Patriotismos de pacotilla versus postureos acomplejados. Y mientras, la casa sin barrer. La gente sin empleo, jóvenes talentos emigrando, trabajos precarios, autonomías sin financiación, corrupción y poca vergüenza. ¿Hasta cuándo?

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