50 años de la muerte del “Papa Bueno”

La de Juan XXIII fue, probablemente, la primera muerte de un Pontífice seguida de forma masiva a través de la televisión. Se acababa de establecer poco tiempo atrás la red de Eurovisión, se estaban haciendo pruebas en el campo de la transmisión interoceánica y la enfermedad del “Papa Bueno” alcanzó una repercusión mundial: miles de personas se congregaban en la plaza de San Pedro para rezar por su salud y los presentadores, cariacontecidos, relataban que nada podían hacer ya los médicos por la salud del sucesor de San Pedro.

El día 3 de junio de 1963, el Papa Juan XXIII murió, después de haber padecido durante unas semanas el empeoramiento de un cáncer estomacal. Le había sido diagnosticado en el otoño anterior pero él mismo renunció a operarse para no desviar su tarea de su dedicación a los asuntos del Concilio. Pocos meses después, en mayo de 1963, se anunció la enfermedad públicamente; pero ya era inabordable por parte de los médicos.

 El Pontífice, que fue beatificado en el año 2000, había nacido en el pueblecito de Sotto il Monte, en Bérgamo, en la Lombardía, en el año 1881. Tenía, pues, 82 años. Había sido elegido en el año 1958, a la muerte de Pío XII.

  “A lo dicho ha de añadirse que el derecho de poseer privadamente bienes, incluidos los de carácter instrumental, lo confiere a cada hombre la naturaleza, y el Estado no es dueño en modo alguno de abolirlo”. Así dice uno de los párrafos de la que quizá es la Encíclica más importante de Juan XXIII, la llamada “Mater et Magistra” (1961), que vino a hacer una lectura nueva de la antigua doctrina sobre la propiedad, el trabajo y la economía hecha por León XIII en la “Rerum Novarum”.

El documento papal precisa el sentido social de la propiedad privada diciendo: “Y como la propiedad privada lleva naturalmente intrínseca una función social, por eso quien disfruta de tal derecho debe necesariamente ejercitarlo para beneficio propio y utilidad de los demás”. Y también da entrada al Estado en la economía, al matizarlo con esta frase: “Por lo que toca al Estado, cuyo fin es proveer al bien común en el orden temporal, no puede en modo alguno permanecer al margen de las actividades económicas de los ciudadanos, sino que, por el contrario, la de intervenir a tiempo, primero, para que aquéllos contribuyan a producir la abundancia de bienes materiales, cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud , y, segundo, para tutelar los derechos de todos los ciudadanos, sobre todo de los más débiles, cuales son los trabajadores, las mujeres y los niños”.

No fue menos importante la Encíclica “Pacem in terris”, de ese mismo año 1963, cuya oportunidad hay que buscar en las graves tensiones entre Estados Unidos y la URSS, en plena Guerra Fría, tanto por el Muro de Berlín como por la crisis de los missiles de Cuba. Con todo, fue más trascendental para la historia de la Iglesia la convocatoria del Concilio Vaticano II, que supuso grandes cambios y reorientaciones en la Iglesia.

Al morir, la prensa universal destacó el talante del Santo Padre, su bondad, su aspecto de sencillo cura de pueblo. En efecto, con él en el Vaticano, se había dejado atrás el hieratismo místico de su antecesor, Pio XII, para ganar el talante de un pastor de almas piamontés que sin embargo estaba cambiando y modernizando la Iglesia entera a bases de gestos de gran trascendencia.

El 21 de junio de 1963 fue elegido Papa Pablo VI.

PUCHE

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