Castielfabib, castillo amigo

El Ebrón es un río chico hasta que se enfada. El Ebrón viene de Aragón, encajado entre montañas, y da vida al Turia, fronterizo en esta zona, con el que se encuentra en el Rincón para entregar las aguas a la provincia de Valencia que espera a lo lejos. Castielfabib es una población escarpada, elevada sobre la roca, que antes de que naciera Jaume I ya era objeto de disputa entre cristianos y moros. “Castiel-abib”, es traducido por los expertos como Castillo Amigo, un lugar seguro, fronterizo, donde tiene asiento la Cruz de los Tres Reinos, situada a más de 1.500 metros, un lugar donde Valencia, Aragón y Castilla juntan paisaje y reparten sus aguas.

La singularidad mayor de Castielfabib, con todo, es la iglesia-fortaleza de Nuestra Señora de los Ángeles: un templo, de origen medieval, construido en la terraza de un torreón en el que muchos ven rasgos constructivos templarios. Los arcos góticos que sustentan el templo nos hablan de su primitivismo; los trazos de pinturas románicas indican que todo comenzó en el siglo XIII para rematarse en el XIV. Sobre la torre del homenaje nació un templo de cuatro crujías góticas y capillas entre los contrafuertes. Otras reparaciones y añadidos, en el siglo XVII a causa de un terremoto, y más tarde en el XIX, vinieron a transformar y deformar la pureza original que poco a poco se ha ido descubriendo.

El encargado de abrirse paso en esa maraña de estilos y arquitecturas ha sido, durante los diez últimos años, el arquitecto Francisco Cervera, especialista en restauración, que en Valencia fue llamado a limpiar –él quiere que se use ese verbo– las torres de Serranos. Durante casi quince años, con paciencia y muy pocos recursos, Cervera ha procedido a leer la Iglesia de Castielfabib y, junto a ella, todo el conjunto formado por el torreón y el castillo. Desde la Reconquista a las guerras carlistas, todo ha pasado por esa iglesia-fortaleza, incluyendo epidemias que han dejado no pocos rastros en los enterramientos que se han ido estudiando con paciencia a lo largo de la restauración.

A Francisco Cervera no le gusta tanto restaurar como leer e interpretar la arquitectura en su contexto. Volver atrás en los estilos y apariencias arquitectónicas es relativamente fácil; pero lo que cuenta es poder estudiar qué se hizo y sus porqués; y dejar la obra de forma que sea fácil explicarlo todo, como en un libro abierto.

De esa lectura de lo arquitectónico más como oficio de cultura que como tecnología, vino que Cervera, a principios de esta década, se “enamorara” de su iglesia fortaleza hasta el punto de celebrar en ella, una vez al año, a finales de agosto, un concierto. Durante más de doce años, el verano de Castielfabib ha tenido música. Al atardecer de un sábado agosteño, un rayo de luz del atardecer de aquellas montañas penetraba por un ventanal hasta hacer el milagro que Cervera evoca con sensibilidad: “El Sol consigue dorar el polvillo que flota en el ambiente de la Iglesia, hasta hacer el momento inolvidable”

En 1997, el año inaugural, Maria Mircheva hechizó a todos al hacer vibrar su violonchelo en la iglesia donde las obras apenas habían comenzado. En 1998 fue el llorado Perfecto García Chornet quien emocionó a todos con una “Gymnopédie” de Eric Satié que para Cervera “fue sencillamente inolvidable”. Rafael Salinas y Breno Ambrossini, entre otros, han venido a realzar, en años sucesivos, con otros artistas de su generación, las veladas musicales de un templo que iba cambiando, a ojos vista, no tanto por la generosidad de las subvenciones como por la dedicación voluntariosa de unos técnicos.

Cuando pudo restaurar el paso de ronda de la coronación de la torre, Cervera respiró hondo. Quedaba mucho por hacer pero estaba claro el hecho insólito de un templo construido sobre la cima de una fortaleza declarada Bien de Interés Cultural… aunque en su segundo nivel todavía hubiera una propiedad privada convertida en almacén de aperos agrícolas. Se estudiaron fosas y enterramiento, aparecieron en las tumbas niños de pañales víctimas de las epidemias del siglo XVII y caballeros arropados por sus abrigadas capas… Francisco Cervera, fiel a su estilo profesional, procuraba la colaboración de otros expertos para que informaran el cuadro general que él procuraba pintar sobre la base de la arquitectura.

Es un templo original al que se accede desde el tercer nivel pero que tiene ventanales que dan a una fachada de treinta metros sobre el acantilado. Es un templo que debe visitarse para ver los trazos de pinturas primitivas y la decoración que permanece del siglo XIX. Una iglesia que es capaz de dar al menos dos lecturas: la del paso de siglos y estilos sobre un punto dedicado a la devoción…. y también la lectura del aburrido abandono en que los responsables del Patrimonio han tenido, durante años, un bien cultural que si hubiera estado en la ribera del mar hubiera causado sensación en los despachos más encumbrados.

Cervera ha llegado, con los conciertos, hasta que se ha agotado su capacidad de mecenazgo. En cuanto a la restauración del templo no se puede decir que haya sido terminada aunque se han dado los pasos necesarios para la habitabilidad del templo. Lo que significó la recuperación del uso, por parte de la Iglesia, de un templo que había tenido abandonado a su suerte durante muchos años. Porque, también para los regidores de la diócesis, parece haber templos de primera y de segunda… allá en las montañas del interior.

Una curiosidad final: la cátedra y los muebles de altar que usó el papa Benedicto XVI durante su visita a Valencia en 2006, están en uso en esa iglesia de Castielfabib.

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