Comida disfraz

Quizás porque estamos en Carnaval, estos días he reflexionado sobre cuánto disfraz existe en el mundo de la alimentación y cómo perjudica ello a la población más susceptible de ser manipulada: los niños.

Cuando algo no te gusta y tiene difícil venta, lo revistes. Cambias el aspecto, el color, la textura e incluso el sabor para que no quede ni rastro de lo que en realidad tienes entre manos. Esta es la forma de proceder de la industria alimentaria, que busca hacer agradables al paladar productos que sin procesar nunca nos apetecería comer. ¿Habéis visto, por ejemplo, los ingredientes con los que se fabrican unos ganchitos al queso?

Para algunas cosas está bien. Es imprescindible cocinar (o germinar) unas lentejas que en su estado natural no serían digeribles. Pero con los procesos de elaboración de un buen número de productos, uno no sabe muy bien lo que está comiendo, aunque el sabor resulte, tenga gancho, se paladee bien. A veces, incluso, hasta engache.

¿Qué pasaría si todos los alimentos llegaran al supermercado con su libro de trazabilidad? (Ruta que sigue el rastro de un alimento desde su origen hasta que llega al comercio y que permite conocer en cada momento el origen, transformación y distribución del alimento). ¿Cómo afectaría incorporar un folleto que mostrara la descripción en imágenes que cómo se produjo, qué ingredientes contiene, cuál fue su manipulación y cómo se procesó hasta llegar a su envasado?

¿Cuántos podríamos soportar las imágenes de la fabricación de una hamburguesa partiendo de la cría de las vacas, su matanza, el troceado de los canales, la sangre, los tendones, los nervios y el resto de acciones hasta llegar a la pieza de carne final?

¿Quién no ha reflexionado ante la publicidad de una hamburguesa a euro? Producir la carne, el pan, la lechuga, el tomate, las salsas, el transporte, los costes de marketing. ¿Todo por un euro y encima genera beneficios? Más bien ¿no te deja pensando qué tipo de carne habrá dentro? Pues a los niños les chifla. Y para muchos es una fiesta ir a cualquiera de las franquicias de comida rápida. ¿Por el producto o por su disfraz?

Esos niños que comen alimentos disfrazados y a los que cada vez se les sirve menos cereales, legumbres y verduras tal y como vienen de la tierra, con su traje original, están creciendo enfermos.

Por eso me ha llenado de alegría la noticia de que el Parlamento Europeo acaba de aprobar una propuesta para incluir la alimentación como asignatura en las aulas. Los eurodiputados de la Comisión de Cultura y Deporte han dado luz verde a un informe para que se incluyan los Hábitos Alimentarios Saludables en los planes de estudio.

Y además, la propuesta ha sido elaborada por el eurodiputado español Santi Fisas que considera la iniciativa como muy importante porque la OMS ha alertado que “por primera vez, las próximas generaciones podrían vivir menos que sus padres debido a una mala nutrición. Algo que nunca antes había sucedido”.

Sin duda, esta formación mejorará la salud de todos, pero ¿cómo se hará? Permitirá la industria que los derechos de los niños primen por encima del negocio de las ventas? ¿Se atreverá a pedir la Comisión Europea que se saquen los lácteos de los comedores escolares como ya ha hecho el Comité de Médicos por una Medicina Responsable en EEUU? ¿Se recuperará la auténtica dieta mediterránea como medicina preventiva?

Pues ahí está el segundo gran tema. Se ha dado un magnífico paso que es el valor de la información. Cuando el niño conozca podrá elegir y se responsabilizará de lo que alimenta su cuerpo. Pero el segundo gran paso será definir muy bien qué son los menús saludables, qué productos generan salud y cuáles nos enferman. Y España, si rescata su originaria dieta mediterránea, tiene mucho que decir y que aportar a la salud de los 28 estados miembros.

Mercedes Morales
http://mamabio.es/

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