La Córdoba de Maimónides

Córdoba debe visitarse incluso en verano. Córdoba es una ciudad que incluso bajo una ola de calor asfixiante como las que de vez en cuando estamos disfrutando este verano, tiene encantos de sobra. Y muchos recursos técnicos, arquitectónicos, casi anatómicos, para que el visitante inteligente busque refugio adecuado contra “la caló”. Que ya sabemos que es algo más que “el caló” pero que no llega a ser el agobio máximo de “lo calore”

En Córdoba, mire usted, la gente lleva un mínimo de dos mil quinientos años pasando calor en verano y lo que ha hecho es inventarse una ciudad a la medida, hecha de callejuelas y patios. Una ciudad que se mira en Fez, que es donde el buen Maimónides, el médico, tuvo que emigrar en 1158, a los veintitrés años, para no regresar jamás, muy a su pesar. Dicen los cronistas que la intransigencia religiosa y política del momento, o sea el fundamentalismo, reclamó la marcha de la familia judía, dificultada de practicar no ya la religión de Abraham sino también el oficio de la medicina; y la más atrevida y peligrosa de las artes, la de poner en un papel lo que se piensa.

Maimónides, en Córdoba, tiene una estatua donde le vemos sereno, con su turbante y su barba medieval, en actitud de querer empezar a hablar. Muchos cordobeses afirman que el médico, que llegó a tener a merced de su bisturí al mismísimo Saladino, habla por las noches con las estatuas de los muchos cordobeses ilustres que van jalonando plazas pequeñas a las que se abren callejones secretos, sombreados y estrechos.

¿Qué le dirá Maimónides a Séneca en las madrugadas frescas de otoño? ¿De qué se dolerá el senador romano ante la imagen de Averroes de la calle Cairuán? Córdoba, patrimonio de la Humanidad, ha dejado pasar el tiempo hasta conseguir que el poso de la historia configure una ciudad deliciosa para recorrer y delicada de entender. Porque Córdoba requiere que la mente del viajero se abra y alcance a la hora de asimilar una superposición de culturas –latina, musulmana, hebrea y cristiana– que termina por dar el más asombroso conglomerado de estilos, formas, ideas estéticas y concepciones del mundo.

Dentro de esa selva de columnas y arcos, dentro del bosque rojo y blanco de la Mezquita, el cristianismo apenas se atrevió a construir una catedral que, pasado el tiempo, se nos asemeja asombrosamente pequeña. En realidad, hubo respeto a la colosal proporción del Islam y a los estilos constructivos de los Omeya. En realidad, hubo asombro, también, de los arquitectos góticos, renacentistas y barrocos, a la hora de poner en piedra lo que el cristianismo reclamaba que se levantara al lado de la magia del Patio de los Naranjos.

Averroes habla con Maimónides y los dos se van a ver la estatua de Alhakem, hijo de Abderramán III, el gran impulsor de la ciudad. Aquí y allá, a la espera y a la escucha, hay otros muchos cordobeses ilustres: Manolete, el duque de Rivas y Julio Romero de Torres, Mateo Inurria y Lagartijo, el obispo Osio y don Luis de Góngora, que dialoga muchas veces con el Gran Capitán, subido siempre en su brioso corcel en medio de la gran plaza… llamada del Caballo.

El Guadalquivir se cruza por un puente de sillares romanos. Anchuroso, el río va camino de Sevilla por un paisaje llano, compuesto de grandes fincas y caseríos blancos. Es fácil comer muy bien en Córdoba. Es fácil pasar mucho calor en Córdoba durante el largo verano. Pero es fácil, también, aprender cómo se construyen calles estrechas para que no entre un sol de justicia. O cómo los conventos heredaron de la arquitectura musulmana la idea de estar volcados hacia el interior y tener muy escasas ventanas. Porque Córdoba es, sobre todo, patio cuajado de plantas de hoja grande y humedad reservada; patios con pozo, mecedora y columnas que sustentan arcos por los que no pasa nunca el tiempo.

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