¿Mario Vaquerizo es así “de verdad”… o se lo hace?

Sólo iban a rodar ocho capítulos. En aquel principio, en la primavera de 2011, la idea de “Alaska y Mario” había levantado muchas cejas: ¿la vida de Alaska y su marido, en su casa, en su día a día? ¿Para qué? “Como The Osbournes, pero con nosotros”, añadieron; y aún asustaron más a todos, porque en aquel polémico reality, Ozzy Osbourne (MTV USA, 2002) había expuesto al escarnio público la vida de su excéntrica familia: alcohol, enfermedades y problemas psiquiátricos. Un espectáculo televisivo de primer orden, claro. Pero, ¿es que Alaska, la querida Alaska de La Bola de Cristal y de mil canciones que todos adoramos, iba a exponer sus trapos sucios en la tele? ¿Acaso no sabía ella que los realities tienen más éxito cuanta más carnaza echan? ¿Es que necesitaba dinero?

Tres temporadas después, sabemos el truco. No, “Alaska y Mario” no es como “The Osbournes”. Producido por la siempre impecable El Terrat (la de Buenafuente y Salvados), es un reality simpático y limpio. Y desde que se emite, la pareja Vaquerizo – Gara ha aumentado su popularidad hasta cotas insospechadas. Éxito de la serie, éxito de ellos: Alaska es ahora más cercana que antes, y Mario, antes un desconocido fuera de los ambientes petardos madrileños, es la nueva estrella del firmamento televisivo. Ya es un invitado constante en diferentes medios, ha presentado varios libros… ¿Cómo ha podido pasar?

En realidad, el éxito de “Alaska y Mario” es atípico. Si el programa de Ozzy funcionaba era porque su familia era una locura; de hecho, los realities sólo triunfan si su casting ya anuncia un conflicto (¿no se han preguntado por qué en Gran Hermano entra siempre gente tan rara?). Por el contrario, “Alaska y Mario” presenta una familia estable y estupenda, de una pareja amantísima y fiel, románticamente modélica. Olvido aparece como una mujer de espíritu joven, profesional: su trabajo con el gran Nacho Canut en Fangoria, siempre a un alto nivel artístico, es consecuente con las glorias pasadas: la movida, Pegamoides, Dinarama… Explicando cómo ha sabido ser un icono popular durante décadas (¡si hasta estaba en la primera película de Almodóvar!), la serie la consagra, ante el gran público, como una diva.

Y a pesar de todo, se ve casi eclipsada en pantalla por Mario Vaquerizo y su telegenia. Mario aparece siempre risueño, familiar. Un tipo encantador. Obsesionado con la estética y adorablemente infantil: pregunta cosas que sabría un escolar de primaria, pronuncia el inglés como mi abuela, gasta dinero a espuertas. Se comporta como las rubias de las películas, “adorablemente estúpido”. Su personaje es una especie detonto con suerte”: trabajo divertido, pareja perfecta y mucho dinero.

“Personaje” he dicho, aunque sin pruebas. ¿Es Mario Vaquerizo realmente así? Aparten su imagen pública por un momento y miren su currículum. Mario Vaquerizo es un profesional de la comunicación, especializado además en la promoción de artistas. Es, por estudios y experiencia, un “DirCom”, un director de comunicación como los que llevan la imagen de políticos y empresas. En su caso, es y ha sido agente de prensa de grupos como Dover, de las actrices Elsa Pataki y Leonor Watling… De hecho, conoció a Alaska a través de su trabajo en promoción en la discográfica Subterfuge.

Usemos la lógica: ¿es casual entonces que un experto en comunicación sea el protagonista de un programa donde se potencia su imagen pública, la de su mujer y la de sus amigos, algunos de los cuales son sus representados? No, no lo parece. Es evidente que el programa significa más conciertos de Fangoria, más libros y columnas con su firma y más colaboraciones, y todo ello tiene un rendimiento económico notable. ¿Significa esto que todo lo que vemos en pantalla es mentira? Ni de broma. Mario y Alaska no actúan, no fingen: son así. Tan solo, diríamos, “mejoran su realidad”, la maquillan para que quede bien en pantalla, más divertida, más atractiva. La llenan un poco más de espectáculo, igual que la pléyade de amigos, todos ellos artistas y creativos, que aparecen: Boris Izaguirre, Topacio la de la galería, Bimba Bosé en las fiestas. Las Nancys Rubias ofreciéndose para conciertos en verano. El hecho de que todo eso nos parezca natural es señal de un gran trabajo. Toda esa promoción, si se pagara a precio de anuncio, costaría millones.

¿Exagero? Cada temporada ha tenido su objetivo: en la primera es la boda, en la segunda el viaje, en la tercera el cumpleaños. Arcos argumentales amplios que permiten frecuentar clínicas de cirugía estética, comprar en tiendas muy caras, visitar tiendas y hoteles … Seguro, segurísimo, que muchos de estos encuentros se han pactado por amistad. Pero otros muchos, especialmente los referidos a compras de lujo (Cartier, por ejemplo), han tenido incluso forma de anuncio. Con su product placement, con sus menciones de autoridad, con toda su estrategia publicitaria oculta. Casi diría que si la producción del programa (y sus protagonistas) no han cobrado por determinadas apariciones de marcas, ha dejado pasar un negocio redondo, el mismo negocio que se hace en otros programas sin problema. Ya digo que no hay lugar para escandalizarse.

Visto así, ¿es Mario un inocente tontito, como aparece en el programa? Lo dudamos, por supuesto. ¿Y es “Alaska y Mario” un buen programa de entretenimiento, protagonizado por gente maravillosa, o una increíble máquina de promoción y negocio? Pues vaya, las dos cosas, seguramente. Porque, sea como sea, ¡qué bien lo hemos pasado con esta pareja, y cómo nos ha gustado el programa!

(*) Paco Miguel es guionista y profesor de TV

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