¿Pero cuándo guisan?

 

 

Los veo en la televisión, de blanco impecable, rodeando a un presidente autonómico. Y todos saludan felices, componiendo un amago de cartel electoral. Pero ese mismo día escucho a dos de ellos por la radio, separadamente, dando largas declaraciones y consejos para remontar la economía. Son cocineros, los nuevos líderes de España.

Son maestros de los fogones, pero no hablan de patatas ni de guisantes con jamón. A veces enumeran platos con títulos que parecen sinfonías de Penderecki, pero enseguida se pasan a hablar de la soluciones para que las acerías del Ruhr produzcan más. No sé si alguna vez han probado a rebozar berenjenas, pero tienen la fórmula para organizar colectividades de funcionarios eficientes y disciplinados.

El otro día pasó por Valencia un cocinero que, con delantal impecable, firmó ejemplares de un libro sobre la relajación mental como elemento clave en las inversiones de alto riesgo en Bolsa. Pero al día siguiente, yo creo que era ese mismo quien, en facebook y twitter, con gorro blanco y delantal, lideraba la presentación de una firma de ingeniería portuaria en la parte norte de Japón.

En el mundo nuevo, en la sociedad post-crisis, los cocineros son los nuevos líderes de las masas reconvertidas. Pero ya hace mucho tiempo que no necesitan guisar. No les gusta oler a frito, detestan pelar patatas. Antes preparaban guisados y removían un pisto; pero el padre Ferrán Adriá les relevó de esos servilismos y les elevó a la categoría de mentores de una sociedad nueva. Ellos están para razonar con ministros, para orientar la Academia de Ciencias Morales; y sobre todo para ser el emblema de la Marca España.

Vamos a quitarnos el sombrero ante el triunfo de los grandes maestros de la cocina. Que no consiste, ojo, en dejar de trabajar, sino en dejar de cocinar. Trabajan, pero las suyas son ahora unas artes más sutiles. Sus tareas, sabiamente traducidas al inglés, son ahora la comunicación y el entrenamiento, la formación y la capacitación de equipos, la convicción y la estimulación de iniciativas. Y por descontado son grandes expertos en la ciencia que caracteriza  este tiempo de salida de la crisis: el márquetin.

En este tiempo de simulación generalizada, cuando lo que parece ha sustituido largamente a lo que es, los antiguos cocineros, listos y no contaminados, están arrebatando a los políticos, castigados por la crisis y la corrupción, los valores referenciales que el pueblo necesita. Y están empezando a convertirse en referentes.

Las regiones de España, y España misma, ya miden su prestigio exterior y turístico por el número de cocineros con estrellas y galones televisivos. España, que antes se medía a través de pintores, banqueros, escritores, intelectuales y premios Nobel es ahora, desde el advenimiento del Santo Adriá, una nación que presume de lo que anda sobrada: estrellas Michelín. Y de la capacidad de sus propietarios –los cocineros-guía, los verdaderos caudillos de la moderna comunicación– por aconsejar a la sociedad sobre cómo debe organizarse, reformarse y hacer frente a la regeneración.

Por eso mismo, si vamos a sus restaurantes, muy pocas veces saldrán a saludar secándose las manos con el pico del delantal. “Nuestro CEO está dando un curso de estrategia de freiduría a baja temperatura a gerentes del mundo de los seguros”, informará el jefe de sala. Es lo normal: los cocineros de élite dan conferencias, toman birretes en las facultades de Física, imparten ejercicios espirituales a obispos, abren la cotización bursátil de una compañía de pañales para ancianos. Pero sobre todo ponen el dedo pulgar hacia arriba, todos juntos, sonrientes, para alentar al político que paga esta semana. Aunque tú te quedes preguntando: ¿pero, coño, cuándo guisan?

 

 

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