Tira do cordel

Lo difícil, en Galicia, es comer mal. Lo difícil, en esta tierra bendita, es equivocarse y encontrar un lugar de raciones cortas y propietario malhumorado y avariento. En Galicia se suele acertar con los ojos cerrados; y si bien es cierto que hay niveles de calidad, como en todas partes, también lo es que las raciones las hacen grandes desde el siglo XII, o puede que antes, y que el nivel medio de la restauración, y la relación de la calidad con el precio, allí, es mucho más adecuado que el que proporcionan otras redes hosteleras de cuyo nombre no quiero acordarme. Bueno, pues dicho todo eso, el restaurante “Tira do Cordel”, de la playa de la Lagosteira, en el municipio de Finisterre (Fisterra) es un lugar especialmente recomendable.

El dueño dice que sí, que cómo no, que la recomendación que hizo por la radio Carlos Herrera le ha hecho un gran bien este año. Pero lo bien cierto es que el padre del dueño actual ya daba buenos pescados y mariscos en esta casona de piedra hace décadas, cuando el famoso periodista era todavía un becario; porque, como en todos los oficios, la fama y la honra se ganan con esfuerzo, a base de años, dejando a mucha gente satisfecha muchas veces y dejando que el boca a boca vayan haciendo todo lo demás.

Estamos hablando de una zona de Galicia bella y prestigiosa. Se trata de A Costa da Morte, famosa por lo mucho que sufrió cuando el chapapote del “Prestige”, un recuerdo lejano en un territorio agreste, de bosques y costas bravías, salpicado de playas preciosas, donde cada islote y cada roca llevan su nombre y su leyenda, en tanto que son pequeñas fábricas de vida palpitante para servir cruda, al vapor o a la plancha.

Desde de pasar por Compostela, a Finisterre llegan los peregrinos que quieren tener bien cumplido el deber de su Camino. En Finisterre, como en Galicia entera, hay evocaciones de naufragios que se remontan a 1596, cuando estas aguas, más estrictamente las de la ría de Corcubión, se tragaron a una veintena de navíos de la Armada Española, en una cadena de naufragios causada por un temporal que costó unos 1.700 muertos.

Mientras el cliente come, la mercancía fresca sigue llegando desde el bar a la cocina. El desfile de chavales jóvenes con cestas o pozales es frecuente: las colas de las lubinas o las doradas, de los pajeles que desbordan el recipiente, hablan de un trasiego constante que impide que los pescados pasen la noche en la nevera. El dueño, si se le pregunta, te dirá a la hora de la madrugada en que recibió, desde el propio mar, la primera oferta de unas cajas de lubinas de calidad superior. “Esto es lo que ustedes, en Valencia, llaman llobarro”, indica. “Todo el pescado es de anzuelo, pescado uno por uno, hace pocas horas”. Ese material nobilísimo, servido con pocos protocolos y con mucha honradez, es Galicia. Una gran parrilla de carbón y una vinagreta emocionante hacen el resto.

Todo es bosque húmedo, caseríos perdidos, rocas escarpadas, islotes poblados de gaviotas, bateas de marisco y un mar que, aunque sea en un cálido día de verano y esté sereno como una tabla, muestra a ojos vista su poderío. Desde lo alto de la costa de granito los barcos de pesca de Fisterra parecen de juguete.

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