El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy en un acto antes del sábado en Valencia, también estará Albert Rivera

Mariano Rajoy ante la clase media o el rey desnudo

Por fin encontrábamos en la clausura de la Conferencia Política del PP un Mariano Rajoy de carne y hueso, sin plasma, aunque de espaldas al auditorio -metonimia de todo el partido- y de la sociedad española en general. Con un “lo hemos hecho bien, pero no le hemos sabido explicar” parece querer matar -una vez más- al mensajero, aunque en este caso se disparen en el pie, pues la política de comunicación popular es cosa de la cúpula del partido y algunos la atribuyen directamente a una incombustible María Dolores de Cospedal, a pesar de su derrota en Castilla la Mancha. Pero encabotat Rajoy en que cómo están las cosas, ya les va bien y con meter miedo en la parroquia con que lo que está pasando en Grecia, puede pasar también en España con un gobierno de izquierdas, saldaba todas las aportaciones de los diferentes ponentes de la jornada del viernes. A los suyos nadie tiene que convencer que un gobierno de coalición entre PSOE y Podemos -o la resultante de los movimientos que se están produciendo en la izquierda española- sería horrible para España, pero los demás, aquellos que saben que Tsipras solo está gestionando como puede una sociedad corrupta y desafecta con el estado heleno y unas harcas públicas que los partidos homólogos al PSOE (PASOK) y al PP (Nueva Democracia) esquilmaron, necesitan algo más.

Ni caso a los llamados a cambiar el partido, la ley electoral e incluso la Constitución con el fin de adecuarse a lo que reclama la sociedad. Posiblemente el inmovilismo de Rajoy le ha llevado a no tener en cuenta estas propuestas. Muchas de ellas preñadas de la no aceptación de la realidad electoral: el PP ha perdido las municipales y autonómicas, porque las gana quien puede gobernar -y no es su caso- y los populares no hacen más repetir como un mantra que ellos han sido el partido más votado. Ahora apuestan por modificar las reglas del juego cuando no le son favorables; que si tiene que gobernar la lista más votada, que si hay que primar con más representantes al partido más votado (como ocurre por ejemplo en… ¡en Grecia!), que si segunda vuelta… querer cambiarlo todo, para que todo siga igual. Olvidan que por esa regla de tres, Rita Barberá nunca hubiera sido alcaldesa de Valencia en 1991 (a sus 9 concejales hubo que sumar los 8 de Unión Valenciana para desplazar en el gobierno a la lista con más votos de Clementina Ródenas), como tampoco hubiera presidido el Consell Eduardo Zaplana en 1995. Y de mayor participación del militante, incluso de los simpatizantes, ni hablar, que “el PP es un partido como Dios manda” -Rajoy dixit (?)-. Pero eso ya no le sirve a la clase media.

Esa clase media que tradicionalmente pone y quita gobiernos. La misma clase media que los últimos comicios se quedó en casa u optó por Ciudadanos. Esa clase media que padece injustos impuestos directos que la empobrece y que la situación económica le hace mirar a la izquierda por no convencerles la receta de la derecha para sus muy bien formados hijos de “mejor ganar poco” (doliente sarcasmo para no decir abiertamente que acepten la explotación laboral) que quedarse en casa. Esos ciudadanos de clase media que, cercanos a la jubilación, se ven abocados a mantener en precario sus negocios para conseguir una bien ganada paga. La misma clase media que han padecido todo tipo de injusticias con las entidades bancarias, que ahora además les niegan el crédito y que llevan demasiado tiempo sin vacaciones y en silencio. En definitiva, esa clase media culta que no acepta más tahures de la política.

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