¿Por qué mueren las empresas?

Aunque se atisban ciertos brotes verdes en el horizonte (como siempre), las tasas de mortalidad de las empresas siguen siendo extremadamente altas… ¿Por qué es tan difícil que una empresa sobreviva? ¿Qué las empuja a la tumba?

Aunque podríamos argumentar que la causa principal de cierre de empresas es la falta de liquidez, sería como decir que han muerto porque se les ha parado el corazón (y el corazón de toda empresa es su caja). Es algo que nos da información de la razón inmediata de la muerte, pero no de la causa raíz.

Sin duda existen muchas causas que pueden hacer que una empresa tenga problemas para financiarse o que se quede sin ingresos, pero muchos de ellos son el resultado de un problema de base: la empresa no ha sabido crear suficiente valor para sus clientes, y tras unos años renqueantes muere de apatía, de mediocridad. Pero sobre todo muere de comodidad.

Muere sin ser recordada, sin ser añorada por nadie más que aquellos que la vieron nacer y los que se quedan sin trabajo. Es otra más que engrosa las estadísticas de mortalidad empresarial. Una auténtica tragedia. Pero una tragedia evitable.

Seguramente a todos, a toro pasado, se nos hubieran ocurrido mil ideas geniales que hubieran cambiado el rumbo de la empresa: apostar por Internet antes que nadie, comprar esa máquina que nos intentaron vender hace tanto y que luego fue el estándar o hacerle caso a aquel chaval que nos dijo que el futuro era tal o cual producto. Hacia atrás es muy fácil predecir el futuro y tomar las decisiones correctas.

Pero no lo hicimos. No las tomamos porque era más cómodo seguir haciendo más de lo mismo, ordeñar a la vaca, imitar a los grandes del sector y dedicarnos a cuidar nuestro pequeño terruño. Un terruño que año a año se iba haciendo más pequeñito, pero no nos preocupaba, porque no éramos ambiciosos.

Porque todo eso de crecer, la innovación y esas palabras que se han inventado cuatro consultores que nos quieren sacar las perras realmente no tiene sentido en una pequeña empresa o para un autónomo. Eso sólo es útil (o eso dicen) si quieres crecer, ser más grande o conseguir clientes. Pero nosotros estábamos cómodos.

El problema es que realmente este mundo no funciona así. Haya crisis o no, hay dos tipos de empresa: las que agachan el lomo y siembran… y las que se dedican a mirar al cielo a ver qué cae, a esperar que los clientes vengan. ¿Y adivinas cuál de ellas es la que lo está pasando peor ahora, y que tiene más visos de morir?

La mayoría de las empresas mueren porque no han sabido crear un producto o servicio que realmente aporte valor a sus clientes, o al menos valor suficiente como para que paguen por ello. Y aunque en algún momento del pasado lo consiguieran, a menudo lo que sucede es que se desconectan de esos clientes, se apoltronan y hacen más de lo mismo… que ya es suficientemente duro el día a día (otro gran asesino de empresas). El problema es que olvidan que esos clientes iniciales que tan fieles eran han evolucionado, han ido cambiando mientras que nosotros no… y la competencia si.

Así que si no queremos morir, hay que salir a la calle todos los días, a hablar con los clientes, manteniendo un ojo en el presente y otro en el futuro… y con lo que aprendamos, tendremos que agachar el lomo y sembrar. No es cómodo ni fácil, y costará que suceda… pero el otro camino nos lleva a convertirnos en muertos vivientes que finalmente acabarán en el cementerio. Un mal plan, si me preguntas.

 

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