Jorge Garcia-Gasco Lominchar abogado y colaborador de ValenciaNews

ANTORCHAS Y HORCAS VIRTUALES

Viendo lo que está pasando tras el trágico desenlace de Gabriel, el niño hallado en el maletero del coche de la novia de su padre, llego a la conclusión de que el ser humano no ha cambiado nada, o muy poco, en estos últimos 10.000 años. Hay pocas cosas en  este mundo más horribles que un infanticidio. Es aún peor cuando se comete por una persona cercana a la víctima. La mitología ya mostraba el mito de Saturno devorando a su hijo hace miles de años como la representación del horror en su máxima expresión. Es una visión que atormenta al hombre desde siempre y ante lo que, en ocasiones, reacciona de manera irracional.

Ayer vi en la televisión cómo, al parecer, cientos de personas trataron varias veces de entrar por la fuerza en las dependencias policiales donde tenían a la detenida. Hoy es fácil encontrar en los medios de comunicación y redes sociales a muchas personas linchando a esa mujer, la tal Ana Julia, con el más amplio catálogo de insultos racistas y xenófobos que he visto en muchos años y que claman para ella los mil y un tormentos. En la Edad Media, este asunto se resolvía entregando a la detenida a la muchedumbre furibunda, ataviada con estacas, horcas y antorchas, para que ésta hiciera “justicia”. En nuestros días, las antorchas, las estacas y las horcas han sido sustituidas por las redes sociales y algunos medios de comunicación, y al igual que en aquellos tiempos pasados, el calor de la masa enfervorece a la gente hasta un punto que, aunque comprensible, puede ser peligroso.

Cierto es que la convulsión ha sido terrible, sin paliativos… un mazazo. Incluso algunos agentes de la Guardia Civil, acostumbrados a ver toda clase de atrocidades, no han podido evitar derrumbarse y romper a llorar ante unos hechos tan crueles que desarman a cualquiera. Incluso hoy, a este humilde letrado, que también es padre de un niño de 5 años, se le han aparecido dos duendes sobre los hombros, uno a cada lado.  Uno era rojo y gritaba que la entregaran a la muchedumbre; El otro, algo más calmado, me susurraba que tuviéramos cuidado, que tuviéramos autocontrol y no confundiéramos la justicia con la venganza; menos aún con la venganza colectiva… Y es que una cosa es lo que te dicen las tripas y otra es lo que te dice el sentido común (que a veces es el menos común de los sentidos).

Tampoco he podido evitar comparar estos hechos con otros similares que también convulsionaron terriblemente a la opinión pública, como el caso atroz de los niños asesinados por José Bretón, el caso de Asunta, asesinada por sus padres, y otros tantos con los que se comprueba que, en contra de la tendencia actual de “machificar” la violencia, la maldad no entiende de géneros, ni de sexos.

En cualquier caso, hemos dotado a nuestra sociedad de unos mecanismos de reacción y defensa que, aunque seguro que insuficientes, son más apropiados y fiables que una muchedumbre colocando una soga en la rama de un árbol al calor de unas antorchas. Habrá de ser un tribunal, y no los medios de comunicación ni las redes sociales, el que determine las circunstancias en las que se han producido los hechos y las consecuencias de éstos. Por lo tanto, habrá de ser dicho Tribunal, al que como sociedad hemos confiado esa labor, el que ejerza ese autocontrol y será el que dé una respuesta apropiada a lo que ha pasado.

Por cierto, dentro de poco se someterá a debate la permanencia en España de la Prisión Permanente Revisable (Cadena Perpetua, para los amigos) y a buen seguro que este tipo de crímenes cargarán de razones a unos y a otros. Pero, esa, es harina de otro costal.

 

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