Egipto: 2011, 2013

 

Cómo no entender el júbilo por la caída del tirano que quería uncir su pueblo al yugo totalitario del islamismo, esa ideología necrófraga amasada en el odio, el resentimiento, la destrucción. Pero el pero: no, los militares egipcios no son los salvadores de la patria, sino más bien los otros grandes culpables de que sobre el país de los faraones se haya abatido la devastación.

Los militares egipcios llevan en el poder desde 1952; desde que el rey Faruk, el de la profecía fallida, fuera derrocado por Gamal Abdel Naser, la niña bonita de la izquierda estupenda y del movimiento anticolonial mamporrero del megaimperio soviético, que no hizo más que perder guerras, paquidermizar la economía, machacar a los disidentes e intoxicar la atmósfera con descargas formidables de nacionalismo socialista. Desde entonces, los milicos han fagocitado el Estado egipcio. Fagocitar: esta es la definición que nos interesa: «englobar (…) un cuerpo extraño para digerirlo o destruirlo»; y ésta, la imagen que pudiera servirnos para ilustrar lo que ha hecho el Ejército de Naser & Co. con las instituciones: esos pedacitos que parecen perdigones de miasmático son lo que queda de ellas.

«¡Pero son nuestros hijos de puta!», pueden advertirnos desde diversas cancillerías occidentales, empezando por la israelí o por la norteamericana. «¡Pues habrá que forzarlos a que lo sean cada vez menos!», habrá que replicarles. Porque como son precisamente eso, nuestros hijos de puta, no son nuestros aliados ni –mucho menos– nuestros amigos. Y como les renta, si no se les fuerza no van a dejar de serlo. ¿Al habla Pero Grullo? Pues menos reírse de él y más hacerle caso, que no habla en vano sino en sensato. 

De lo que se trata, digo, es de dejar de literalmente comprar a los milicos por ser lo que son: el problema que se presenta como remedio. Son ellos los que han vampirizado la economía egipcia, son ellos los que han carcomido las instituciones, son ellos los que han brutalizado las relaciones sociales. Los que han jugado con el fuego islamista que ha acabado por arrasar los templos cristianos. Que ya ardían antes de Morsi, oiga.  Como ya se violaba en plena calle y a la vista de todos a las mujeres ‘díscolas’ y se torturaba a los demócratas y se basureaba a Occidente y se perpetraba americanismo y judeofobia de la peor especie desde púlpitos –también laicos– ni mucho menos clandestinos. Morsi y sus sanguinarios Hermanos Musulmanes tan matones no inventaron nada ni surgieron por generación espontánea: bien lo saben los milicos, que los cebaron para mejor asustar/sablear a propios y extraños.

El mismo Ejército que hace dos años masacraba a los tahririanos, hoy les dibuja corazoncitos en el aire. Prometen los espadones estabilidad, como hace esos dos años, cuando su entonces rival y hoy aliado Mohamed el Baradei, Premio Nobel de la Paz, con toda la razón desconfiaba: «’Estabilidad’ es una palabra muy perniciosa. ¿Estabilidad a costa de treinta años de ley marcial y elecciones amañadas?». Y se presentan de nuevo como los salvadores de la patria saqueada, no precisamente por los humillados y ofendidos que les hicieron frente en aquellos días de 2011 y que, porque las cosas no han ido sino a peor, en este 2013 han bramado contra Morsi y sus ‘hermanos’ liberticidas.

 

 

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