Hinchar el currículo y otros pecados nacionales

Nada más saberse el nombre del que será nuevo dirigente del PP andaluz, se descubrió que había estado hinchando su currículo con titulaciones que no resistían la prueba del algodón ni ninguna otra. Hace unos cuantos años, esa argucia tan común de tunear el currículo hubiera pasado inadvertida, como así ocurrió en este caso, pero ahora las cosas han cambiado. Aunque debemos precisar: han cambiado para los políticos.

Hay países, Estados Unidos destaca en ello, donde cualquier candidato es sometido a un escrutinio completo tanto de su vida profesional como de su vida privada. La competencia, los rivales, se ocupan de investigar si guarda algún esqueleto en el armario y la prensa da buena cuenta de los hallazgos, ya se trate de un asistente doméstico sin contrato, un affaire extraconyugal o una hazaña bélica dudosa.

Entre nosotros no existía esa costumbre. Pocas veces se inspeccionaba a fondo el currículo de los políticos y menos aún se buceaba en su intimidad, así que es probable que una exploración retrospectiva deparara bonitas sorpresas. Sea como fuere, aquella edad de la inocencia y de la manga ancha está finalizando y hemos entrado en la era de “no pasar una” con ganas de hacer en un día lo que no se hizo en treinta años.

Que falsifique su currículo quien aspira, como Juan Manuel Moreno, a presidir una comunidad autónoma, es una falta de indudable mayor gravedad que si lo hace uno que pretende un puesto sin relevancia pública, y debería costarle el cargo. Ahora bien, creer que estas astucias y engaños únicamente son propios de la política, fruto del mal sistema de selección de sus élites, es quedarse viendo el dedo y perderse la luna. Sí, el dedo se usa mucho en política… y en otras partes de nuestra galaxia.

Se dice mucho, yo lo habré escrito, que en los partidos no asciende el mejor, sino el más obediente a la dirección, el más sumiso. Así es y así se ha comprobado, pero lo que debe preocuparnos más es que no estamos ante una excepción. Las formas de selección perversas rigen extensamente. Las relaciones, las lealtades personales, congraciarse con los que mandan, la adulación, los comportamientos serviles, son con penosa frecuencia un pasaporte más eficaz que los méritos. ¿Cuánta gente de primera se habrá quedado sin una plaza, una cátedra, un trabajo, un ascenso, por carecer de padrinos y enchufes, por no tener habilidades sociales, por no hacer la pelota? No nos chupemos el dedo.

Ni los políticos son unos aliens ni las pautas de conducta política son extrañas al entorno en el que se desarrollan. La sociedad española caería en un lamentable autoengaño si al enfocar su ojo crítico en los políticos, dejara de ver cuánto de sí misma se refleja en ellos. Es un reflejo distorsionado, como el que arrojaban aquellos espejos del callejón del Gato donde Valle-Inclán hizo nacer el esperpento. Pero reflejo es.

Cristina Losada

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