La hora de Valencia, señor Rajoy

La visita que el presidente del Gobierno y del partido ha hecho a Valencia durante el fin de semana es muy probable que tenga la virtud de actuar como un bálsamo en las filas del Partido Popular de la Comunitat Valenciana donde diversos factores han venido a coincidir a la hora de configurar, una vez más, tensiones y divisiones.

Mariano Rajoy era esperado. No se puede tener a una región “en el secadero”, como un bacalao, como en ocasiones parecía que era designio de los centros de decisión de la calle de Génova. No se puede tener a una comunidad autónoma entera en un “corralito”, separada y apartada. La sensación de “lazareto”, la impresión de que el partido conservador en la Comunidad Valenciana estaba condenado a pasar un periodo de “purificación” a causa de sus pecados viejos era demasiado evidente y, por eso mismo, demasiado irritante. Porque desataba justificados efectos de comparación que molestan a los militantes y los electores.

Sin embargo, ese periodo de espera sí que ha existido. Por mucho que haya disgustado en el partido y sus electores, Rajoy ha tenido a los suyos, en tierras valencianas, paralizados, en entredicho, durante toda la primera mitad de la legislatura. Y lo que es peor y mucho más injusto: con el partido ha tenido en la “celda de castigo” a toda la región valenciana, con su economía, su deseo de arrancar, su impulso… Y con algo que a Rajoy y a su Gobierno le es extraordinariamente necesario: una capacidad de cohesión nacional, un decidido rechazo a las tesis separatistas de Cataluña que no va a encontrar en ninguna otra parte ni tan vivo ni tan disponible.

Ha llegado a aparecer el cansancio. Se ha renegado incluso del generoso “Para ofrenar noves glories…”. El olvido del Corredor Mediterráneo, los retrasos de una injusta aplicación de la Ley de Costas, esa consentida forma de dejar que la Comunitat Valenciana pareciera ser la única región inundada de corrupción y despilfarro, ha existido. Y aunque la haya propiciado Dolores de Cospedal, Rajoy ha esperado largo tiempo para empezar a disolverla.

Quizá haya comenzado ahora, con esta visita del sábado a Peñíscola. Quizá con un par de gestos amistosos, con el reconocimiento de que el Partido Popular Valenciano fue el que le sacó las castañas del fuego en un congreso que estaba a punto de perder, le haya ayudado a reconciliarle con los suyos, a devolver la sonrisa en el rostro de muchos dirigentes del partido y a reforzar la figura de un líder, Alberto Fabra, que va progresando en su tarea de consolidación.

 Pero no seríamos leales a la veracidad periodística si ocultáramos que eso no va a cerrar todas las heridas que hay abiertas en las filas del PP. Y que no va a mitigar la durísima tarea que le queda a su presidente regional, cuando tenga que tomar decisiones en ese campo proceloso de los imputados que hay en la bancada popular.

Pero más desleales seríamos con la verdad si dijéramos que Rajoy, con ese viaje a Peñíscola, ya es adorado de nuevo por los electores valencianos, cosa que es incierta. A él y a su Gobierno le queda mucha tarea por hacer para conquistar de nuevo a la Comunitat Valenciana. Por descontado que tiene que ser claro en cuanto a las inversiones en el Corredor Mediterráneo, por descontado que tiene que dar salida a obras públicas que llevan paralizadas años enteros y por descontado que tiene que hacer fluida la financiación a esa empresas, medianas y pequeñas, que dice que van a ser el “motor de una economía” que harán arrancar a la española.

Todo eso, y una justa financiación, se espera de su gestión hacia Valencia, señor Rajoy. Y a usted le corresponde, aunque sea difícil, demostrar que hemos estado mal financiados, reparar el daño y postergar muchas inversiones para que la reciban los que usted califica como locomotora. En primer lugar, las empresas, y al mismo tiempo la Generalitat. 

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