La revuelta de Sertorio en tierras valencianas (IV)

La batalla de Sucrone significó un punto de inflexión en las operaciones de los optimates en Hispania. Como vimos en el capítulo anterior, Quinto Sertorio no tuvo más opción que disgregar sus tropas y retirarse hacia el norte ante la evidencia de no poder vencer a dos enormes ejércitos proconsulares al mismo tiempo. Probablemente, el astuto sabino remontó el curso del Magro para separarse de la calzada principal por la que subirían Pompeyo y Metelo en dirección a Saguntum, ciudad aliada de los optimates.

La situación de Sertorio comenzaba a complicarse tanto en lo político, como en lo militar e incluso anímico. Parece ser que durante el desvalijo de su campamento en las postrimerías de la batalla de Sucrone, uno de sus pertenencias más valiosas desapareció: su amada cierva blanca. Esta legendaria historia, aparentemente infantil pero contrastada en las fuentes antiguas, fue determinante en muchos casos. Tiempo atrás, durante su estancia en Lusitania, unos pastores del Mons Herminius (La Sierra de la Estrella, en Portugal) le regalaron una extraña cervatilla albina que encontraron por allí. Extrañado por su docilidad, el procónsul se la llevaba a todos lados como su mascota. La cervatilla se comportaba como un animal de compañía, suscitando todo tipo de supersticiones entre la tropa que supo perfectamente gestionar. Así pues, tanto para indígenas como colonos itálicos, aquel animal era la viva voz de Ataecina o Diana respectivamente, comunicándole a través de la cervatilla los movimientos de los enemigos. En realidad, su amplia red de espías lo tenía al tanto de todo lo que se cocía en la Hispania Citerior, pero Sertorio escenificaba en público como aquel inusual animalito salvaje se acercaba a su oído y él entonces revelaba los detalles de una partida enemiga de forrajeo, o un envío de suministros, que a la postre eran ciertos.

El caso es que la cervatilla en cuestión fue encontrada días después cerca de L’Albufera por algunos de sus agentes y se la llevaron a Sertorio. Este, a cambio de una buena suma de sestercios, compró la información y el silencio de aquellos hombres para realizar una acción táctica que animase a sus hombres después de la fuga de Sucrone. Así fue como apareció un día Sertorio en su tribuna del pretorio diciendo que los dioses le habían comunicado en sueños que algo bueno iba a pasar; acto seguido la cierva fue liberada de su escondite y llegó al trote hasta el sabino, posando la cabeza entre sus piernas. Sertorio se inclinó; la diosa había hablado: los enemigos se dirigían a Saguntum, y allí habría de cercarlos.

No demasiado tiempo después de la batalla de Sucrone, finales del verano del 75 a.C., las tropas rebeldes cercaron a los optimates en Saguntum, donde estos habían recabado para afianzar su control sobre la Edetania. Durante días los tuvo encerrados en la ciudad edetana y la batalla se trabó cuando tuvieron que salir en busca de pertrechos ante la escasez de comida y agua. Muchas veces no se piensa cuando se habla de batallas, pero la manutención de más de treinta mil hombres y sus auxiliares, además de las bestias de carga, era el principal problema logístico del legado al mando. Forraje para los animales, grano o verdura para los hombres y agua para todos eran determinantes en el éxito o fracaso de una campaña.

El caso es que Sertorio plantó batalla ante los muros de Saguntum y Pompeyo y Metelo tomaron el guante. No se sabe exactamente en qué lugar se libró aquel combate, pero yo conjeturaría que fue entre Puçol y Sagunto porque las fuentes hablan de una gran llanura cruzada por rieras. Los terrenos al norte de Sagunto, hacia L’Estany de Almenara (en aquel momento eran un denso marjal que envolvía el Santuario de Venus y el puerto secundario de Afrodisio) eran un paraje muy complicado para la estrategia militar romana. Además, si Sertorio llegaba desde el curso medio del Turia, la ruta más lógica sería seguir el Cami Vell de Llíria, que fue y es una vía de comunicación ancestral.

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Parece ser que la batalla de Saguntum fue tan trabada, violenta y poco resolutiva como la de Sucrone. Las tropas optimates estuvieron lideradas por Gayo Memmio, cuñado de Pompeyo, que fue abatido en lo más encarnecido del combate. Aquello envalentonó tanto a Sertorio que lanzó todas sus fuerzas contra el flanco comandado por Quinto Cecilio Metelo, que a pesar de su avanzada edad y exceso de peso, luchó como uno más de sus hombres demostrando solvencia y coraje en abundancia, destacándose de sus líneas hasta que fue herido por una lanza. Cuando sus hombres se dieron cuenta de que habían dejado a su legado solo ante el peligro, quizá reconcomidos por la vergüenza, salieron a por él en tropel, cubriéndolo con sus escudos formando un testudo y librándolo así de una muerte segura a manos de los iberos y celtiberos de Sertorio.

Aquel gesto hinchó la moral de los optimates hasta tal punto que Sertorio se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era retirarse Palancia arriba en busca del cobijo de sus aliados celtíberos, y así lo ordenó. Ninguno de los historiadores clásicos aporta más información sobre esta batalla y el número de bajas por ambas partes, pero si Plutarco apunta que fue un combate violento y que hubo mucha mortandad, con dos fases bien claras en las que la victoria pasó de rebeldes a optimates, podríamos aventurar un número de bajas similar a Sucrone por ambos bandos.

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Con el episodio de Saguntum concluyeron las actividades militares directas de Sertorio en la actual Comunitat Valenciana. La revuelta tuvo un saldo terrorífico: Edeta incendiada y destruida, así como muchas de sus aldeas y atalayas colindantes, Valentia asaltada e incendiada y toda la campiña edetana esquilmada por ambos ejércitos. Saguntum fue la última batalla campal que libró Sertorio. A partir de aquel momento, otoño del 75 a.C., Pompeyo y Metelo optaron por no presentar más combates a su oponente e ir tomando una a una todas las ciudades amigas de la revuelta, como pasó aquel mismo año con Kelin (frente a Caudete de las Fuentes), que también fue asaltada e incendiada por su afiliación sertoriana. Solo Dianium, en un rincón poco accesible desde tierra y con la temible flota cilicia aliada de Mitrídates del Ponto fondeada frente a su puerto, se mantuvo intacta hasta después de la muerte de Sertorio en el 72 a.C. tras una conjura promovida por Marco Perpena; aquella traición fue quizá lo único que hizo bien en toda su vida.

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