Matar a Rajoy

Lo dijo José María Fidalgo, ex secretario de CC.OO, días atrás en Onda Cero y creo que acertó. Se refería a la última descarga de artillería con munición del ex tesorero. El objetivo, dijo, es matar a Rajoy. Matarlo políticamente, se entiende. Es decir, forzar al presidente del Gobierno a dimitir. En una palabra, cargárselo. Como hipótesis que es habrá a quien le parezca mera fantasía sobre conjuras, como habrá también quién replique ¡y qué más da!, sostenido sobre el principio de que la verdad debe salir a la luz, sean cuales sean sus consecuencias. Y tendrá razón, sí, pero siempre que el acento se ponga en la verdad.

En esta historia, sin embargo, la verdad tiende a aparecer en cantidades homeopáticas. Cualquiera que sepa leer las noticias, destreza que sólo requiere de costumbre y un tanto de malicia, comprobará que muchas de las llamativas “revelaciones” se componen, ante todo, de conjeturas. Y conjeturas que no se presentan como tales, lo que sería legítimo, sino como certezas incontestables. Es el caso, por ejemplo, de los sms que se enviaron Rajoy y Bárcenas. Uno que decía “Luis, sé fuerte” se convertía, por arte de la narrativa, en una exhortación al silencio. Es decir, en una prueba de encubrimiento. Y como una conjetura siempre llama a otra, se acababa dando por cierto el intercambio mafioso: “Tú te callas y yo te ayudo”.

Igual se publicó en tremendos titulares que el Gobierno había enviado a dos abogados a Soto del Real a ofrecerle un trato al recluso. Los términos, que se entrecomillaron como textuales, eran: “Si hablas, tu mujer irá a prisión; si callas, caerá Gallardón y se anulará el proceso”. ¡Ahí es nada! Amenaza, chantaje, ministros defenestrados, jueces títeres, ofertas que no se pueden rechazar. ¿A quién no le suena esta banda sonora? Todos hemos visto muchas pelis. Uno de los abogados era Miguel Durán, un hombre muy conocido que frecuenta las tertulias de los medios, y quizá el intermediario menos discreto para chanchullo tan abracadabrante. Por si fuera poco, Bárcenas ya estaba cantando la Traviata. ¿Qué Gobierno, si no es tonto de remate, arriesga su destino político en esa ruleta rusa? Por supuesto, los dos letrados lo desmintieron, pero ahí quedó la historia.

En el Watergate se acuñó lo de la “pistola humeante” para una cinta grabada en el Despacho Oval que hubo de difundirse por orden judicial. Y es que los “fontaneros” de Nixon, que era algo paranoico, grababan cuanto se hablaba en la Casa Blanca. Aquella cinta demostró que el presidente había aprobado un plan para encubrir el espionaje en las oficinas del Partido Demócrata. Un plan que consistía en utilizar a la CIA para obstruir la investigación del FBI. Esto sí que era una prueba, y le costó a Nixon perder el apoyo de los republicanos que aún le respaldaban. Perdón por la digresión, pero hemos tenido tal abundancia de “pistolas humeantes”, que conviene precisar de qué se trata. En nuestro caso, no diré que sólo hay pistolas de agua, pero sí que se han desenfundado las cosas más inverosímiles.

Cuando sobre unos gránulos de verdad se levantan montañas de suposiciones que se disfrazan de certidumbres, cabe la sospecha de que no estamos ante una búsqueda de la verdad, caiga quien caiga. Cabe la hipótesis de Fidalgo: que predomina el propósito de que hacer caer. Que no se está al servicio de la verdad, sino que los hechos se retuercen o se fabulan al servicio de aquel objetivo. El por qué es otro asunto, que igual un día se investiga. Un presidente tiene siempre enemigos, más en una situación crítica como la de España. Y Rajoy los ha tenido desde antes de llegar a La Moncloa. El caso es que la guerrilla inicial ha devenido en guerra abierta. Y en la guerra la verdad es siempre la primera víctima.

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