Ojalá que llueva café en el campo

Hace unos días, leyendo una entrevista a Juan Luis Guerra me sorprendió gratamente cómo definió su relación de pareja “Las debilidades de mi esposa son mis fortalezas, y en sus puntos fuertes es donde yo fallo, pero entre los dos hacemos un uno muy fuerte”. Es la mejor definición de igualdad que recuerdo.

Las mujeres no nacemos con un chip programado en planchado, ni los niños saben cómo sacar un punto de luz del cableado de la casa; los peluqueros no son homosexuales, ni las mineras lesbianas; todos somos personas y la
educación, la formación, los gustos o la necesidad nos llevan a desarrollar unas habilidades u otras, que nada tienen que ver ni con el género ni con los gustos sexuales. ¿A que les suena a obviedad?, eso es lo que yo quisiera.

No hace tantos años en cualquier reunión de amigos todavía triunfaba aquel chiste que decía “cuando llegues a casa pégale una torta a tu mujer, porque si tu no sabes porqué, ella sí lo sabrá”. Los límites han cambiado, y no precisamente por azar, pero queda muchísimo por hacer.

Son las leyes las que marcan el camino, son quienes promueven y aprueban esas leyes los artífices de los cambios sociales. La igualdad legal es un hecho en nuestro país pero hasta llegar a la igualdad real hay que seguir peleando día a día y es ahí donde nos encontramos con quienes luchan con nosotr@s y es ahí desde donde vemos pasar mirando hacia otro lado a quienes nos ignoran.

Por suerte son muchos los hombres habilidosos con la plancha y las mujeres que superan a cualquier “manitas” al más puro estilo McGyber. Hemos superado barreras, pero las del chiste fácil siguen todavía vigentes. Eso también es educación. Vivamos en igualdad y “dejemos que llueva café en el campo”.

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