Periodismo de filtraciones

Rosa Vidal, la nueva directora de Radiotelevisión Valenciana, está empezando su gestión con una serie de detalles que están llamando su atención, por el rigor y por la seriedad de sus planteamientos. Una de estas decisiones ha sido la de pedir cuentas a los miembros del consejo de administración que preside, por la aparente facilidad con que los documentos tratados en el seno de la casa –en este caso era el “Contrato Programa” de RTVV—son publicados en los medios informativos.

En sus palabras a los consejeros, Rosa Vidal ha dicho algo que nadie tiene en cuenta: que los papeles de trabajo de la casa son reservados y que no se preparan para que vean la luz al día siguiente sino para ser debatidos, enmendados y finalmente aprobados con la redacción que sea objeto de votación.

No se le ha entendido. Por descontado que la profesión periodística acepta muy mal ese enfoque. Pero todavía ha sido más dura la reacción de los consejeros que representan a la oposición: para ellos, los documentos, cualquier documento esté en el estado de gestación que sea, forma parte de su labor opositora y no es que puede, es que debe ser divulgado enseguida en el punto informativo que ellos (la oposición) estime más adecuado. Que siempre suele ser, añadimos, los medios informativos especialmente críticos con la labor gubernamental.

Es un ejemplo, si se quiere anecdótico, de cómo funcionan las cosas en España, muy a diferencia de los usos de otros países. Donde la trasparencia informativa es exigible y exigente, pero nunca se va a aplicar en el estadio de borrador o debate de los documentos.

En España, empezando por los juzgados, todo es público en cualquier momento. Basta que un juez decrete un secreto sumarial para que ese asunto esté en la picota de la divulgación a la mañana siguiente. Y está por ver que el juez instructor tome alguna medida, en averiguación de cómo se ha filtrado, quién ha sido y qué intención le movía.

Con modelos de trabajo como esos, la distorsión informativa es automática. Si se trata de un asunto de los tribunales, el juicio paralelo se va a hacer desde la primera semana, sea cual sea el camino que la investigación tome en adelante. Las tertulias, un día tras otro, trazarán el rumbo “informativo” de la cuestión, mientras desde los “puntos calientes” donde la información se maneja, saldrán más y más documentos, utilizados de forma sesgada y fragmentaria en los medios informativos donde mejor partido se saque el asunto.

Lo grave de la cuestión es que, estando acostumbrada ya la sociedad, desde hace muchos años, a la extensión del modelo en cuestión, se ha llegado a perder el paladar y el criterio de selección: no se distingue el buen periodismo de investigación del de “filtraciones”, y es común que la sociedad entienda que “las cosas son así” porque así las venimos conociendo en los últimos años, sin que haya otros referentes de calidad a los que poder acogerse.

En una exacerbación del modelo, se llega a decir que si no hubiera habido “periodismo de filtraciones”, jamás se hubieran conocido casos notorios, de verdadero valor para una nación, como fue el “Caso Watergate” que llegó a costar la dimisión del presidente Nixon en los años setenta. Sin embargo, nada más lejos de la realidad: porque los periodistas que destaparon aquel maloliente asunto tuvieron nueve de cada diez de sus noticias a base de prolijas averiguaciones y comprobaciones múltiples; y solo una de cada diez de sus aportaciones fueron fruto de filtraciones, que siempre tuvieron que comprobar de manera exhaustiva por orden de toda una jerarquía de filtros de calidad informativa que estaban establecidos en el modelo de trabajo de su periódico.

Pero el camino lamentable del periodismo español –y en buena medida europeo—empieza por llamar periodismo a las tertulias gritonas y maleducadas; y desde ese nivel acepta cualquier información teledirigida para sacralizarla luego como un dogma informativo y no como una aportación para que el lector saque sus conclusiones.

PUCHE

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