Preguntas y respuestas

 

He llegado a una conclusión: que no puede ser que estemos desconcertados.

¿A qué le llamo “estar desconcertados”? Pues a no tener “ni orden ni concierto” en nuestra cabeza, a no saber dónde vamos, a preguntarnos continuamente cuándo se va a acabar “esto”, sin saber exactamente qué quiere decir “esto” ni cómo se sabrá que se ha acabado.

 

Le llamo “estar desconcertados” al “estado de ánimo de desorientación y perplejidad”, lo cual, en una persona, es preocupante y en una nación es más preocupante todavía. Y, curiosamente, cuando alguien está desconcertado, decimos que “este no sabe por dónde anda” y cuando una nación está desconcertada, echamos la culpa al gobierno.

 

¿Por qué será? Quizá porque a todos nos gusta quitarnos responsabilidades, sobre todo las gordas. Y si yo creo que España está desorientada, prefiero decir que el culpable es Mariano, en primera fila, y luego, en segunda, Fátima, Cristóbal, José Manuel…todos. Yo, no.

 

Ayer, en la primera página de un periódico, se mezclaban noticias: la Comunidad de Madrid pagando gastos del PP; la caída de la cúpula del Banco del Vaticano; la acusación a Deloitte de que avaló la salida a bolsa de Bankia sabiendo que la cosa podía no ir bien; los problemas que tiene el pobre Morsi para convencer a los egipcios de que lo hace bien (cosa que parece que los egipcios no se lo creen.) Y así, unas cuántas más.

 

Cambio de periódico y veo que el Corte Inglés está tasando sus edificios. Deben valer un montón de euros, pero no sé si es que los quieren hipotecar. Supongo que, si lo hacen, será sin cláusula suelo, con cláusula de dación en pago, etc. O sea, con todas esas cosas que ahora muchos echan en falta. Pero no me gusta. Me acuerdo de que, cuando era pequeño y vivía en Zaragoza, lo peor que se podía decir de alguien es que “estaba hipotecado”. Ya sé que ahora todos, casi absolutamente todos están hipotecados, pero no me hace gracia que el Corte Inglés tase sus edificios ni que alguien piense que los necesita como garantía para que le presten dinero.

 

Si queremos añadir algo para desorientarnos más a fondo, podemos leer lo que dijo Isidro Fainé, Presidente de CaixaBank, hace pocos días: que mientras se le sigan exigiendo a la banca nuevas condiciones de garantía (más capital) que no se nos ocurra pedir que fluya el crédito.

 

Traducción: hemos hecho tantas besugadas que ahora que nos exigen que seamos serios, euro que consigamos agarrar, euro que nos quedaremos, para  estar guapos delante de Europa. O sea: olvídense de los bancos, no hagan caso al anuncio del grifo que se le ha ocurrido al Frob, busquen el dinero por otro lado, pídanselo prestado a su abuela, que tiene unos euros ahorrados de la indemnización que le dieron al bisabuelo por el desastre de Cavite y que ella heredó (en pesetas). Pero no vengan a molestar a los bancos, que nos dedicamos a otra cosa. Y, por favor, no pregunten cuál es esa cosa, porque nosotros tampoco lo sabemos.

 

Todo eso casi me desconcierta a mí, y eso que me ha cogido preparado. Pienso en los que no están preparados y que después de leer estas noticias, se sumen en un estado de “desorientación y perplejidad”.

 

Hay que hacer un esfuerzo serio para orientarse y desperplejarse, palabra que ya sé que no está admitida por la Real Academia, pero que me sirve para  decir lo que quiero sin tener que precisar más.

 

Ahí sí que tiene responsabilidad el gobierno. Y nosotros, claro.

 

El desconcierto se arregla discurriendo, o sea, haciéndose preguntas  y respuestas. Ejemplos:

 

¿Cuándo se acabará esto? No se sabe.

 

¿Es  buena la austeridad? Sí, porque equivale a gastar con la cabeza  y a no seguir haciendo el bobo.

 

¿Se ha acabado ya lo de la austeridad? Ni mucho menos. Faltan todavía tres años hasta que lleguemos a un déficit de 27.000 millones, lo cual quiere decir más impuestos, más recortes.

 

¿Austeridad o crecimiento? Las dos cosas.

 

¿Debemos exigir a nuestros gobernantes que nos digan cuáles son sus prioridades? Por supuesto, porque si el gobernante gasta el dinero en idioteces, no quedan euros para que los no idiotas puedan comer.

 

¿Bajará el paro? Dios lo quiera, pero si las empresas no consiguen financiación, tardará. (Ya no hablo de que los bancos funcionen; hablo de que las empresas consigan financiación por ahí. Y no sé muy bien qué quiere decir “por ahí”.)

 

¿Se atreverá Rajoy a meterse a fondo con el actual modelo de Estado? A fondo a fondo, creo que no. A poquitos, creo que sí. Ya  ha empezado, disimuladamente, y los gritos se oyen en Berlín, que es donde está la que manda.

 

¿Será bueno eso? Será muy bueno, porque santa Ángela Merkel pensará que nos hemos vuelto más sensatos.

 

¿Hay alguna posibilidad de que nos vayamos del euro? NINGUNA. Es un proceso irreversible. Para mí, bendita irreversibilidad, por lo de la sensatez.

 

Si Merkel pierde las elecciones (que no las perderá), ¿pasará algo? Nada. Todo seguirá igual. Dejaremos de ver el apasionante vestuario de Dª Ángela y veremos otro. Nada más.

 

Al llegar aquí, me doy cuenta de que en Noviembre saco un libro con preguntas y respuestas. Por ahora, llevo 365. No sé a cuántas llegaré. Y puede haber alguien que piense que estoy haciendo publicidad. (Igual es cierto).

 

Pero un artículo es un artículo, y no es un libro, y si pongo aquí las 365 preguntas y respuestas, y las que se me vayan ocurriendo, el artículo será un leño y no diré nada nuevo cuando salga el libro y no venderé nada.

 

Pero hay una pregunta que sí que me gustaría incluir, con una respuesta un poco críptica:

 

Cuando llegue la normalidad, ¿habremos aprendido algo?

 

Deberíamos.

 

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