Un padre en apuros

En estos día previos a la llegada de los Reyes Magos de Oriente ¿Quién no se ha sentido como Arnold Schwarzenegger en la película ´”Un padre en apuros” buscando desesperadamente su particular Turbo-Man?.  Gobernator le había prometido a su hijo que Santa Claus le traería el mencionado regalo, y cada uno de nosotros nos vemos inmersos los primeros días de enero en un frenesí similar en busca de una muñeca Monster High, cualquier producto de merchandising de la factoría Disney o el videojuego de moda.

Así las cosas, guiamos nuestro vehículo de un centro a otro donde nos dicen: “lo siento caballero pero está superagotado”, “no lo va a encontrar, tendría que haber tenido más previsión” y mientras nos va subiendo la presión arterial y desarrollamos un punto cercano a la violencia, también crece en nosotros un complejo de culpa por no haber hecho las cosas antes.

Al final, tras mucho esfuerzo solemos encontrar lo que buscamos o sustituirlo por algo muy similar y, si ningún familiar con el que no hemos tenido a bien sincronizar nuestras presentes aparece en casa con el mismo regalo, la sangre no llega al río.

Pero esto es sólo el principio, porque cuando llega la mañana del 6 de enero y nuestro retoños se levantan para ver lo que los Reyes Magos de Oriente, ahora más del lejano Oriente que de  Oriente Próximo, comienza la batalla con el papel de envolver, la lucha contra los alambres engomados que sujetan los juguetes, las protestas de los pequeños porque no pueden jugar con su coche nuevo porque vienen sin pilas y nosotros no hemos caído en la cuenta de comprar veinte o treinta de ellas porque TODO lo que nos han pedido requiere energía.

Y ya que hablamos de baterías, y en medio de la vorágine mañanera nos apercibimos de que los huecos para las pilas, por normativa europea de calidad, van atornillados para que los niños no puedan tragárselas, por lo que empezamos a buscar un destornillador pequeño de estrella, que no aparece, y terminamos utilizando nuestra navajita multiusos para abrir el hueco y rellenarlo con las pilas que hemos tenido que ir a comprar al “chino” más cercano porque no hay ningún establecimiento más abierto.

El colofón a la aventura se puede comprobar en pocas horas, cuando prueban un juguete cinco minutos, pasan a otro, y a otro, y acaban todos encendidos y fuera de sus cajas. En pocas horas comprobamos cómo todas las desventuras que hemos tenido que atravesar para la compra y posterior puesta en funcionamiento del anhelado regalo han resultado vanas, porque los niños no juegan con las cosas que piden, sino con los juegos y juguetes tradicionales.

A los niños no les gusta jugar solos, lo que quieren es que te agaches con ellos para dibujar, que juegues con ellos a la pelota o al futbolín, salir a la calle a jugar con la peonza, a dar vueltas con la bicicleta o incluso hacer aviones de papel.

Los niños requieren atención, no cosas, por eso creo que los regalos nos los hacemos a nosotros mismos para comprar el tiempo que no podemos o nos da pereza dedicarles.

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