Hotel Fairmont: dormir abrigado por la Historia

 

 

Faimont Le Chateau Fontenac Hotel. Ese es el nombre oficial del hotel de lujo, levantado en los últimos años del siglo XIX muy cerca de la vieja Ciudadela de la ciudad francófona canadiense. Ubicado en lo alto de una colina, como la fortificación misma, el hotel se asoma a un gran balcón que da al río San Lorenzo y los muelles con una vista espectacular.

El hotel fue un elemento del gran salto de la ciudad hacia el siglo XX. La burguesía canadiense, especialmente las empresas del ferrocarril que estaban empezando a explotar el negocio de una línea que fuera del Atlántico al Pacífico, impulsaron la construcción de una instalación enorme, que incluso ahora parece desmesurada. Bruce Price, el arquitecto americano, fue el encargado del proyecto.

Y no hizo sino seguir los estilos medievalistas que, a inspiración de los trabajos de Violet le Duc en la ciudad de Carcassonne, estaban poblando Canadá de estaciones de tren con aire de castillo francés. Que si nos fijamos, son los de ese estilo “Luis II de Baviera” que se han aplicado luego a todos los cuentos de hadas, príncipes y leyendas de la literatura y el cine, hasta plasmarse como imagen reconocible de Disneylandia.

La inauguración del Hotel tuvo lugar en el año 1893, que es el de la Gran Exposición Universal de Chicago, la gran ciudad americana del norte, que ejercía y ejerce como polo de atracción sobre todo el Canadá del sur, en las riberas del río San Lorenzo. Precisamente en esa Expo de Chicago de 1893, el medievalismo y el goticismo se dejó ver también en la arquitectura del pabellón español: porque el embajador español en Washington era el valenciano Enrique Dupuy de Lome y el diplomático propuso, y consiguió, que el pabellón de España fuera una copia, interior y exterior, de nuestra querida Lonja.

No se construyó el enorme hotel Fairmont de golpe. La torre central, tan característica, data del año 1910, cuando se hizo una gran ampliación y se llegó a las proporciones actuales. Con todo, a lo largo de mucho más de un siglo, miles de viajeros pueden decir que han dormido en Quebec abrigados por la historia.

Cerca del hotel, la ciudad exhibe una serie de jardines y terrazas elevadas, de gran belleza paisajística. El culto a Samuel de Champlain, el descubridor francés de aquellos territorios, se subraya con estatuas, placas de recuerdo y homenaje, y viejos cañones oxidados. Cerca está la Catedral y también los edificios básicos de la administración. En los abundantes jardines, delante del Ayuntamiento, podemos ver una fuente igualita que la de las Cuatro Estaciones de nuestra Alameda.  Comprada en la misma época y en el mismo taller de fundición de Lyon, sorprende al viajero valenciano.

El hotel tiene 618 habitaciones, una enormidad. Pero lo que más hechiza a los visitantes es que se ha mantenido, a base de cortinas, muebles, vidrieras y maderas nobles, el estilo tradicional, elegante, que reclama una instalación de ese tipo. Todo está pensado, desde luego, para adaptarse a los duros inviernos de la ciudad; de modo que hay que pensar en suelos de madera y potentes radiadores. Pero vestíbulos, salones y miradores son admirables para visitar, aunque no se duerma en el hotel. Tomar una copa en el bar mirador sobre el río supone hacerlo en uno de los diez o doce bares más elegantes y “bien puestos” que deben quedar en el mundo.

Por descontado que las habitaciones son de lujo y que en el centro del negocio se ha puesto últimamente el imprescindible spa. Hay quien se hospeda en invierno para esquiar en las afueras de la ciudad y recibir luego unos “tratamientos corporales” de todo tipo, que van desde el masaje a un “tournedó” inconmensurable; desde la sauna hasta unos “manhattans” perfectos.

Para rematar el encanto de leyenda del hotel está, desde luego, el perfume bélico de la Conferencia de Quebec. Se trata de los encuentros que aquí tuvieron, por invitación del presidente del Canadá Mackenzie, el presidente Franklin D. Roosevelt y el primer ministro británico Winston Churchill. Se produjeron en los años 1943 y 1944, con la finalidad de preparar las grandes estrategias de la invasión de Normandía, la Batalla del Pacífico y el fin de la II Guerra Mundial. Una placa que hay en uno de los patios de entrada recuerda que el hotel fue Cuartel General en ese tiempo crucial. Canadá combatía junto a los aliados y era, además, un punto seguro donde no podía llegar la aviación alemana: las reuniones se realizaron en la cercana Ciudadela y en el propio hotel residieron los acompañantes, consejeros y estados mayores.

Por descontado que su estampa gótica, el romanticismo que emanan piedras, maderas y estilos nobles, han hecho del hotel escenario de novelas, cómics, documentales y películas. Basta verlo en la película de 1953 “Yo Confieso”, de Alfred Hitchcock, en la que fueron protagonistas Montgomery Clift y Anne Baxter. Por supuesto también que el hotel tiene toda clase de menciones turísticas y todo tipo de protecciones patrimoniales del Gobierno de Canadá y de la administración de Quebec.

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