Juego de Tronos: sus claves… ¿y su fracaso?

 

 

 

EL UNIVERSO. Adaptación de las novelas de la saga “Canción de hielo y fuego”, del escritor George R. R. Martin, Juego de Tronos relata las luchas entre las familias que reinan en los países de un continente llamado Poniente. Dicho así, todo recuerda a la Europa medieval: salen caballeros, espadas y doncellas, y no tienen motores ni armas de fuego. Algunos elementos, sin embargo, nos alejan de esta idea: hay algo de magia, varios dragones y nada de catedrales ni monasterios.

Entonces, ¿es como El Señor de los Anillos? Casi, pero tampoco. Faltan los grandes héroes, ni magos sapientísimos, ni protagonistas intachables: nadie es bueno ni malo del todo, y toda la estructura narrativa se basa en los intereses políticos familiares. Las conspiraciones, las traiciones… un juego político demasiado turbio para los arquetipos junguianos (el héroe, el sabio, el mago) que Tolkien usaba a mansalva. Aquí el gran tema es el poder a cualquier precio, y no el heroísmo. (Dejaremos a otros estudiar por qué una pseudofantasía medievalista basada en “no hay dirigente bueno” encuentra el aplauso popular en estos días, ¿verdad?).

EL PRESUPUESTO. Juego de Tronos es una “gran producción”, que es la manera complicada de decir que es una serie carísima. Los guionistas, ay, soñamos con productores que no rompan a reír ante demandas como “quiero una secuencia con doscientos tipos a caballo asaltando el castillo”. Pues bien, Juego de Tronos tiene decenas de secuencias así. Hay castillos y caballos por doquier, extras a mansalva, localizaciones de ensueño (se rueda en exteriores reales en Croacia, Islandia, Malta, Irlanda o donde haga falta). En resumen, la serie cuesta mucho dinero (la temporada sale por casi 40 millones de euros, y en el episodio piloto gastaron más de 15) y, en consecuencia, tiene un aspecto espectacular. Sólo ponerse ante la pantalla supone contemplar imágenes preciosas, bien filmadas, con escenarios sobrecogedores y palacios suntuosos por los que pululan los conspiradores. Un festín para la vista por donde, además, circulan…

LOS PERSONAJES. La madre del cordero, porque hay… ¿cientos? Así es. Se cuentan 80 actores fijos y muchos más temporales. Una serie coral, casi rayando en lo masivo. Con una decena de tramas funcionando a la vez, multitud de miembros de las familias, sus ayudantes y sus soldados en viajes, batallas, secuestros… cuando llevemos vistos unos capítulos probablemente no recordaremos muy bien quién es quién y porqué hace lo que hace. Para acabarlo de arreglar, algunos actores se parecen un poco entre sí.

Si se pierde viendo Juego de Tronos, no desespere; nos pasa a todos, es normal. Las novelas ya llevaban su quién-es-quién, y en Internet encontrará útiles guías para no perderse. Recuerde que se trata de una serie “coral”, y que precisamente esa maraña de maldades es lo que se disfruta, y mucho. Y si alguno de los personajes se convierte en su favorito, admírelo mientras dure, que puede no ser mucho. (Martin tiene una asombrosa tendencia homicida sobre sus protagonistas).

LAS TRAMAS. Porque, como decimos, aquí lo importante no es el jugador, sino el juego. Ese gran lío de intereses, que tiene dos motores principales. Por un lado, la violencia, casi ultra, muy medieval, eso sí: la serie avanza a golpe de espada y sangre, y no hay giro de guión (y son frecuentes, no crean) que no se gestione con cierto número de muertos. Y por otro lado está el sexo, abundante y festivo: a falta de alivio cómico (no hay trama ligera, no), el único descanso entre intrigas lo ofrecen las frecuentes escenas donde las actrices más jóvenes y guapas, casualmente casi todas las de la serie, aparecen desnudas. El asunto es tan llamativo en la casta tele americana que hasta los cómicos de Saturday Night Live han bromeado diciendo que todo lo escribe… un chaval de 13 años.

Chistes aparte, es precisamente el guión (en general una adaptación estupenda de las novelas, llena de diálogos brillantes) el que hace a algunos levantar la ceja al pensar en el futuro de la serie. Veamos por qué.

¿PROBLEMAS? Convertida en una serie de enorme éxito, pero cara y compleja de producir, Juego de Tronos es ya un enorme tren a toda velocidad. Y no falta quien empieza a temer que descarrile. Principalmente, porque aún no se sabe adónde va. George R. R. Martin está escribiendo ahora mismo el tomo seis, de los siete que componen la saga. Es decir, que aún no hay un final escrito y existe el temor al “efecto Lost”: que todo ese enorme lío de tramas y personajes, todos merecedores de un final satisfactorio, se cierre en falso y dejando un sabor agridulce. Como pasó con Perdidos, sí.

El otro problema es, sencillamente, el tiempo. Seis años tardó Martin en acabar el quinto volumen. A ese ritmo, quedan al menos diez para que podamos leer el final de la saga. Un tiempo que la serie de televisión, que aún va por la mitad del tercer tomo, no tiene. «No podemos extender la historia muchos años”, ha dicho ya David Benioff, uno de los productores; “sobre todo por los niños. Tenemos un casting maravilloso, pero nuestros actores envejecen”. Una solución podría ser estirar la serie, sacar más capítulos por libro, pero según Benioff, «si tratamos de estirar la serie hasta las diez temporadas, habremos matando a la gallina de los huevos de oro». Y eso sí que no, y menos cuando se trata de cifras millonarias.

Por suerte, los telespectadores no tenemos, de momento, que preocuparnos. La cuarta temporada ya está en producción, mientras por todo el mundo aparecen fans hasta bajo las piedras. Enmarañada y violenta, polémica y política, Juego de Tronos ya es una de las mejores series audiovisuales de la historia. Disfrútenla ahora, no sea que acabe mal.

(*) Paco Miguel es guionista y profesor de TV

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