Los Borja y el rey Alfonso XIII, unidos en el descanso eterno

 

 

Cuando la foto se hizo, el rey Alfonso XIII ya reposaba desde hacía varios años en el Monasterio del Escorial. Pero los responsables de la Iglesia española de Monserrat tuvieron el buen gusto de no borrar la memoria de los casi cuarenta años que el monarca, fallecido en Roma en el año 1941, estuvo enterrado en aquella capilla. A la inscripción inicial –“Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII” y las fechas de nacimiento y defunción en números romanos– se había añadido: “Trasladado al Panteón de Reyes del Escorial” y la fecha de 1980.

Pero el choque, el contraste, es la sencillez de esa lápida, situada casi a ras de suelo, y la presencia, arriba, de la tumba donde, rompiendo las costumbres y reglas vaticanas, fueron a parar los huesos de los dos pontífices valencianos. Porque todo lo que sabes o ignoras de los papas más vituperados y “escandalosos” de la historia, todo lo que has leído o no escuchado sobre estos dos Borja que en Italia fueron los perversos Borgia, se te viene encima, para lo malo y para lo bueno, con las telarañas confusas de la leyenda negra. Hasta que reparas que la tumba –de 1889, obra del escultor español Felipe Moratilla– no es nada excepcional y que las cosas, en este mundo son así. En tiempos confusos, nadie del Vaticano quería los huesos de aquellos hombres excepcionales y unos españoles piadosos pagaron de su bolsillo la acogida en la iglesia española.

Datos, impresiones y emociones se cruzan sin orden ni concierto. El Papa que tuvo amantes e hijos y el Rey que la República expulsó. El pontífice que hizo “bous al carrer” en Roma para halagar a sus cardenales, y el monarca que tuvo varios hijos fuera del matrimonio oficial con doña Victoria Eugenia. Tío y sobrino, ambos papas. Y debajo, el rey Alfonso, con una lápida sencilla de mármol blanco. Los venerables patricios de Canals y Xàtiva y el rey que en Cartagena tomó el camino del exilio en el azaroso 1931. El monarca que abre la puerta a Primo de Rivera, el que inaugura la Exposición Regional de Valencia, enterrado aquí, en la Iglesia española de Roma, 40 años seguidos, mientras Franco está sentado en El Pardo. Y arriba, Alfonso y Rodrigo, Calixto y Alejandro. El que autorizó la universidad de Valencia y el que decidió qué parte de las Indias quedaría en manos de Portugal y dónde iban a fundar un mundo nuevo las gentes de España.

La Iglesia de Santa María de Montserrat de los Españoles es considerada como la Iglesia nacional de España en Roma. Unida a una residencia que utilizan sacerdotes y obispos españoles en sus viajes a Roma, la institución mantiene, desde el siglo XIV, la tradición de ser una “embajada” religiosa que se añade a las dos que España tiene en la capital, una ante la Santa Sede y otra ante la República Italiana.

La primera institución fue fundada por una dama catalana, Jacoba Ferrandis, en 1354. Con sus donaciones se puso en pie una congregación, llamada de San Nicolás de los Catalanes, que era un hospicio, también hospital, para los peregrinos que iban a Roma desde la Cataluña. Para los pobres, o para los muy ricos y nobles. Pocos años después, Margarita Paulí, de Mallorca, creó otra para viajeros mallorquines. Y un siglo más tarde, en 1495, ya fue el papa Alejandro VI el que fusionó ambas instituciones, las puso bajo la advocación de la Virgen de Monserrat, y las hizo servir para todo religioso o peregrino que fuera a Roma procedente de la Corona de Aragón: Cataluña, Aragón, Mallorca y el Reino de Valencia. Más tarde, en 1805, la casa absorbería a otra institución parecida que se había creado para los viajeros procedentes de Castilla.

Durante su vida, la institución, que construyó una hermosa iglesia durante el siglo XVII, recibió donaciones de todo tipo y protección de los reyes de España, que se alojaron o visitaron la casa en sus viajes a Roma. Pertrechada de una buena biblioteca y una pinacoteca notable, hoy en día sigue siendo un centro de referencia de todo lo español en Roma, cercano a nuestras embajadas.

El 11 de febrero de 1977, en su primer viaje oficial a Roma como monarcas, don Juan Carlos y doña Sofía visitaron de forma privada la Iglesia y la residencia. Obviamente, querían visitar la tumba del abuelo Alfonso. Don Juan Carlos iba acompañado del ministro Marcelino Oreja y del embajador Sanz Briz. El selecto grupo rezó un padrenuestro. Desde ese día se formuló en la Casa Real el proyecto de que los restos del rey Alfonso volvieran a España. Era el deseo de don Juan de Borbón, hijo del rey Alfonso y padre de don Juan Carlos, que en enero de 1980, con toda solemnidad y emoción, presidió el entierro de los restos del monarca exiliado en el Panteón de Reyes del Monasterio del Escorial.

Don Juan Carlos, durante su reinado, ha reunido en El Escorial los restos de toda la familia real española: en 1985 mandó traer los de su abuela Victoria Eugenia, fallecida en Lausana en 1969 y enterrada en 2011 junto a Alfonso XIII. También regresaron a España los restos de los infantes Alfonso, Jaime y Gonzalo, tíos del rey. Finalmente, dio sepultura en El Escorial a sus propios padres, doña María de las Mercedes (2000) y don Juan de Borbón (2003).

Es un asunto bien distinto, pero no es ocioso plantearlo: nadie ha pedido ni proyectado nunca, que se sepa, el regreso de los restos de los papas Alejandro y Calixto a su Valencia natal. Estando en esa iglesia española, el proyecto sería mucho menos complejo que si hubiera que “pedir el préstamo” al Vaticano. Claro que ese propósito llevaría consigo la “importación” de una pesada leyenda negra, vieja de siglos. ¿Se animará alguien alguna vez?

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