Con nocturnidad y alevosía

Nosotros, los que seguimos y vivimos al Valencia, no podemos quejarnos del horario. El horario golfo está unido a la historia futbolística de esta ciudad. Un fútbol veraniego que arrancaba a las diez y media y que finalizaba sobre las doce y veinte. Y nos parecía normal y lógico. Por los motivos que fueran, pero Valencia fue el primer sitio donde la jornada se partía en dos días. Y no estaba Roures. No nos quejemos.

El Valencia fue pionero en el partido que empezaba sábado y acababa domingo. Y lo veíamos normal. Mestalla se vestía de gala los sábados noche, cuando nadie lo esperaba, y vivía partidos inolvidables. Eran otros tiempos, es cierto. Eran partidos casi fantasmas. No había Twitter, ni móviles, ni casi ninguna emisora de radio que hiciera íntegros los partidos. Mestalla o nada. Sólo te quedaba esperar a que empezaran los programas deportivos nocturnos nacionales para esa conexión con Mestalla y ese típico minuto y resultado. Hasta ese instante, nervios y pasión.

Mestalla fue pionera en la nocturnidad. Nunca averigüé porque, aunque me contaran mil historias diferentes. Ahora el fútbol enloqueció con horarios esperpénticos y con un reparto ilógico de dividendos. Todo ha perdido la inocencia de la desinformación. Ahora todo es -demasiado- público. El extremo opuesto de los tiempos de antaño.

Mañana vuelve el fútbol de verdad, el de competir. El otro, a servidor le gusta lo justo. Todo lo logrado tendrá sentido si mañana gana el Valencia al Málaga. De lo contrario, empezarán la dudas. El fútbol es así, como reza el clásico. Pero también seguirá siendo un sentimiento incontrolable: la pasión se puede educar, se puede dirigir, pero no se puede controlar. Al igual que la fe en unos colores.

Mañana vuelve el futbol, pero yo me quedo con la ilusión de una afición distinta al resto, fiel, que ve o sueña con grandes logros. Que ha dado un paso adelante y que, en un momento de crisis total, se sacó el pase de la ilusión, de la valenciania. La imagen de la semana es, sin duda, las colas de aficionados que querían tener el abono de su equipo. Una hinchada que esta muy por encima de la lógica de la razón, que igual que hizo en el 86, cuando parecia que todo se derrumbaba, cree en un escudo que unifica los grandes valores de una tierra tan maravillosa como inexplicable. 

 

Carlos Egea (@cegeavivo)

Periodista TVV

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