El fin del principio

Situémonos: trabajaba en la COPE con dos jóvenes periodistas ahora ya consagrados –Luis Urrutia y Nacho Cotino– y con nosotros estaba de practicas con nosotros un joven apasionado en el deporte y en la vida en general -ahora Javi Domenech es un periodista maduro y presidente del Altar del Tossal de San Vicente-. Partido de vuelta ante el Karlsruher. Nos propusieron que fuéramos con la aficion para narrar una experiencia distinta.

Los mas veteranos, viendo el marrón que suponía un viaje de mil horas en autobús, buscamos pequeñas excusas. El más el joven tardó un segundo en decir «¡Voy!», sin pensarlo. Se embarcó en una aventura deportiva que luego se transformo en una aventura de la vida. De la ilusión a la reflexion, de la emoción al llanto, de ver todo maravilloso a sufrir el dolor más profundo. Ya no de la derrota, sino de lo incontrolable, lo inesperado. Las crónicas del viaje de ida fueron divertidas, pero las del viaje de vuelta fueron esplendidas.

Ahí empezó el fin del principio, no el principio del fin. Ahí se enterró una forma educada de ver el fútbol, el sentimiento, la pasión. Desde ese momento el Valencia se convirtió en el reino que todos querían conquistar y dominar. Porque se creían capaces, por poder, porque el dinero separa la razón de la sinrazón.

Karlsruher sacó lo peor de casi todos. No fue una derrota útil, ni mucho menos. Apareció un valencianismo populachero, nada reflexivo. Nos convertimos en un club folclórico sin fe ni personalidad y los años siguientes trajeron los problemas que vivimos ahora. Porque ganar es importante, pero no más que la forma de hacerlo. Ahora todo parece lejano: los mas jóvenes lo ven como un recuerdo sin mas, pero ese 7-0 nos cambio un poco a todos.

Desde entonces, todos tenemos nuestro particular Karlsruher en el trabajo, con los amigos, con la pareja, con todo. Ese momento en el que todo parece perdido, pero con un poco de magia resucita.

El Valencia ha cambiado, por suerte. Ayer dos amigos valencianistas me vendian a Javi Fuego y A Oriol Romea como los nuevos Baraja y Albelda y yo me reia. No por su transitoria locura, sino por su magnífico valencianismo. Karlsruhe es un recuerdo más o menos duro, pero es un espejo donde muchas veces mirarse para dar valor a lo que nos rodea. Y mientras este equipo tenga soñadores es difícil que las cosas no sean maravillosas. 

 

Carlos Egea (@cegeavivo)

Periodista Radio Nou

Ir arriba