El gatopardo de Mestalla

El Valencia ha cortado de raíz con su pasado reciente. Se inaugura un nuevo tiempo. El célebre axioma  proclamado en las páginas de “El Gatopardo” no se va a cumplir: esta vez los cambios anuncian el final de un ciclo y el inicio de otro diferente, cuanto menos. No sabemos si mejor o peor, todavía. Tampoco conocemos su duración, aspecto impredecible en estos tiempos tan mutantes y menos en una entidad tan peculiar como la de Mestalla. “Cambiar para que todo siga igual”, se podía leer en las páginas de la excelente novela de Lampedusa, llevada al cine por Visconti

No me imagino a Llorente en el papel de protagonista que interpretaba de forma magistral Burt Lancaster, aunque el ex presidente comparta esa filosofía al pie de la letra. El Valencia transitó de un siglo a otro bajo su batuta: tras el desembarco obligado por la desconfianza de los hermanos del presidente, pasó de ser el “Mangriñán” de Paco Roig a el tramo final de su mandato a convertirse en el ejecutivo plenipotenciario, siempre en la sombra, huidizo del primer plano, que movía todos los hilos y autorizaba o impedía decisiones.

Esa fórmula funcionó a las mil maravillas y  el Valencia entró en el siglo XXI, subido al caballo victorioso de los títulos y acompañado de un reconocimiento universal. Toda esa grandeza conquistada desde la humildad y el sacrificio, además del trabajo sobresaliente de algunos cerebros –Javier Subirats, por ejemplo- desembocó en una época de aparente opulencia y desenfreno. El principio del fin. Error monumental.

Soler se hizo el amo y Llorente sobraba. El dueño se hundió y arrastró al club al desastre. Era el momento del regreso para un hombre con afán de desquite. Segunda parte de Indiana Jones, la reaparición de Manolo en el papel de salvador. Luces y sombras. Era ya otro momento. La historia nunca se repite y nadie, aunque esté convencido de ello, dispone de la fórmula magistral del éxito. El Valencia ha salvado los muebles pero no ha despejado los nubarrones de un horizonte amenazador.

Amadeo Salvo entra en escena, empieza otra película, con nuevos actores, desconocidos para el gran público. Este relevo histórico, más si cabe que el protagonizado por Arturo Tuzón cuando accedió a la presidencia valencianista y cuando dimitió, se inicia con el aval de Djukic, un entrenador que promete mucho. También, hace un año por estas fechas, nos ilusionábamos todos -yo el primero, lo confieso- con el aterrizaje de Mauricio Pellegrino. Por eso no voy a lanzar ahora las campanas al vuelo aunque también manifiesto que, ya por entonces, me parecía más fiable la apuesta por el serbio que el argentino.  

Salvo ha de afrontar un camino repleto de escollos. Su entrada en escena ha sido preparada desde hace tiempo, guiada desde dentro y desde fuera, avalada por el poder político. La grada asiste expectante y se pronunciará cuando llegue el momento. Se intuye, de momento, una voluntad colaboradora, un deseo de apoyo extendido entre el valencianismo, cansado ya de una época que se ha prolongado en exceso y que se antojaba interminable. Comienza un ciclo vital para el porvenir del Valencia. Quedan menos de seis años para alcanzar el centenario, un período vital para saber cuál va a ser su papel en el futuro. Manos a la obra. 

 

Paco Lloret

Periodista

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