Elegancia y delicadeza sobre dos ruedas

La finura en la conducción es un rasgo característico de cualquier piloto sobre dos o cuatro ruedas. El ciclismo, obviamente, no es una excepción. Trazar las curvas de cierta manera, mantener una determinada cadencia en el pedaleo, la forma de balancear el peso del cuerpo en un sprint… Anna Sanchís (Genovés, 1987) tuvo a los mejores maestros en casa desde que aprendió a montar en una minúscula bicicleta con sólo tres años. Ahí, en las calles de Xativa y todavía con pequeñas ruedecillas a los lados de su montura, arranca su historia.

Un camino repleto de baches

A Anna la pasión por las dos ruedas le viene de familia. «Mi padre y mi tio fueron ciclistas, y mi madre tenía una tienda de bicicletas cuando aún no había nacido”, recuerda mientras pasea por los jardines del Palau de la Música de Valencia. La tarde otoñal de octubre es cálida y agradable, y el emplazamiento no podría ser más adecuado: mientras ciclistas de todo tipo pedalean arriba y abajo, el imponente Palau de la Música se erige a la orilla del río, pulmón verde de la capital del Turia. Deporte y arte en apenas unos metros cuadrados. Porque nuestra protagonista es ciclista, sí, pero también violonchelista. Y estudiante de Medicina. La escala de prioridades ha variado con los años, pero no su pasión fundamental.

“Empecé a competir con cinco años, era un juego para los sábados por la tarde. Nos daban una medalla y la merienda. Sin darme cuenta se fue haciendo mi trabajo y parte de mi vida”, rememora la joven. Su progenitor siempre ha sido su apoyo fundamental, en una relación basada en la pasión por el deporte y no en la obligación. Un viaje en el que su precocidad siempre jugó a su favor, hasta que las circunstancias empezaron a torcerse.

No hay camino sencillo ni senda sin baches. En el caso de Anna, por desgracia, transitar por su particular carretera vital ha sido un viaje repleto de altibajos en forma de percances y lesiones. «En enero de 2007 tuve una caída tonta haciendo ciclocross, me rompí la cadera. Luego me tuvieron que operar tres veces en la rodilla», recalca. 2008 parecía ser su año de consolidación, tras hacer buen papel en el Giro de Italia  y campeonatos de Europa, con sendos séptimos puestos, y participar en los Juegos Olímpicos de Pekin. Meses después, llegó su tercera operación de rodilla. El dolor era insoportable. Pasó 2009 sin apenas subirse a la bici.

Anna se rompió una mano a mediados de 2010 tras otra caída.

«Han sido casi tres años y medio de lesiones que me han impedido tener más continuidad en mi carrera. Tras lo de la mano me vine abajo. No tenía la cabeza preparada para seguir compitiendo. Paré, y cuando el cuerpo me pidió que volviera, lo hice”. Al recordarlo, su rostro alegre y jovial se ensombrece mientras un nubarrón tapa el sol de la tarde valenciana.

Por suerte, la nube se disipa y el relato, pedalada a pedalada, vuelve a coger velocidad. «Cuando me encontré bien, llamé al equipo para avisar de mi regreso. Tuve mucho apoyo por su parte, me dijeron que me guardarían la ficha, sin ninguna presión”, dice Anna, que volvió con energías renovadas a la competición a finales de 2011. El año siguiente, como integrante del equipo Bizkaia-Durango-Champion System, fue el mejor de su vida deportivamente: en apenas dos meses, entre junio y agosto, fue campeona de España en las modalidades de contrarreloj individual y fondo en carretera; se hizo con dos pruebas del campeonato de la Comunitat Valenciana (contrarreloj) en Sueca y Almassora; y conquistó la Copa de España femenina.

Y pese a ello, la cita olímpica se le escapó por un suspiro. «Pregunté a gente de Federación por los puntos necesarios para Londres, y ya me avisaron de que no había dinero para correr. Intenté obtenerlos, pero eran carreras cuyas condiciones no eran idóneas. Fue duro quedarme con la rabia de tener buen nivel en 2012 y no poder acudir a los Juegos», rememora.

Vetos, apreturas y economía

Entonces, con 24 años y mucho futuro por delante, sólo le quedaba una espina clavada: el litigio judicial abierto desde 2009 con el Montello Sport Gruppo Sportivo Safi-Pasta Zara Manhattan, equipo italiano al que denunció por impago. El juicio se resolvió hace apenas unos días en favor de Anna, que reclamaba el adeudamiento de siete mensualidades desde hacía cuatro años. “Se juntaron una serie de factores y al final pagamos el pato nosotras. Dado que la misma marca patrocinaba el Giro, tras denunciarles me tuvieron vetada durante varios años», asegura. En 2011, a dos días de coger el avión hacia Italia, ya en Madrid y con todo listo para competir, el director del equipo llamó a Anna por teléfono con malas noticias. «El patrocinador del Giro había dicho que, si yo iba, retiraría el patrocinio a la prueba y no se podría celebrar. No me podía creer que fuese cierto».

“No me gustaba nada lo de denunciar, pero estuve bien asesorada». La Asociación de Ciclistas Profesionales respaldó a la valenciana, al igual que su familia y su jefe de prensa, Chema Rodríguez, «que se ha peleado con todo el mundo» para defender los intereses de Anna. Por suerte, la historia tuvo final feliz: esta misma temporada, Anna pudo participar en el Giro de Italia tras el cambio de patrocinadores y de organizadores.

El ‘affaire Safi’ no es más que otro exponente de la gran dependencia del deporte del ciclismo en los patrocinadores privados. En el caso del deporte femenino, esta dependencia es todavía mayor. Por ello, su inclusión en el Proyecto FER de la Fundación Trinidad Alfonso supuso todo un alivio para la valenciana: «Nos da una seguridad, han asentado unas bases y ayudan directamente al deportista. Yo, por ejemplo, no se a día de hoy cómo va a funcionar la Federación. El Proyecto FER es más personalizado que otras ayudas, hay un seguimiento del deportista a largo plazo y eso es muy importante de cara a unos Juegos Olímpicos«, reconoce.

Cuando el arte y el deporte se unen

Hablábamos de sensibilidad. Una cualidad que, complementada con una rigurosa disciplina, convierte a un deportista ordinario en uno extraordinario. O a una niña con ganas de tocar un instrumento en una violonchelista más que preparada para poner su granito de arena a la orquesta de su ciudad cuando encuentra un hueco en su agenda. «El violonchelo pasa a ser un hobby cuando me metí a estudiar Medicina. Siempre lo he tocado y he montado en bici. Ahora lo compagino como puedo», comenta Anna entre risas.

La setabense recalca que lo suyo es un ‘hobby’ y que jamás intentaría dedicarse profesionalmente a tocar el instrumento porque “para ser músico hay que tener mucho talento y más hoy en día». «Si en el mundo del deporte está complicado, en el mundo de la música todavía más. Hay que echar miles de horas, especialmente en los instrumentos de cuerda. Conozco gente que estudia diez o doce horas al día”.

Por si no era suficiente con dos actividades tan absorbentes como la bicicleta y un instrumento musical, Anna está empeñada en perseverar y ser médico«La carrera es lo primero y tengo que acabarla», promete, «e iré sacando asignaturas sin presionarme más de la cuenta mientras sigo con la bici hasta que el cuerpo aguante”. ¿Y cuál es el secreto para poder compatibilizar tantas actividades y tan diversas. “Soy delicada para todo, a veces soy demasiado delicada para la bici”, sonríe. De nuevo, sensibilidad. La clave de todo.

Río 2016 como final del trayecto

La charla y la travesía vital de Anna se acercan al final. Los Juegos de Río 2016 son su particular línea de meta. “Mi objetivo es Río 2016, y ese año dejar la bici. Es el objetivo con el que me levanto cada día, lo que me motiva y me hace seguir”, confiesa. Su pareja, el también ciclista Jesús Hernández, es de los pocos que conocen los malabares que la ciclista hace diariamente para compatibilizar todas las facetas de su vida. «Es complicado», prosigue, «porque cuando Jesús se marcha yo vuelvo, y viceversa. Coincidimos muy poco. Se hace duro, pero lo llevamos bien». Principalmente, porque comprende la presión mental que soportan los deportistas de élite. En ese sentido, son tal para cual.

A poco más de dos años y medio para el gran evento, Anna procura vivir «día a día» y no obsesionarse con la cita olímpica. «Quiero desconectar de este año, analizar errores para mejorar e intentar conseguir el objetivo de tener plaza en Río y, por qué no, luchar por la medalla», reconoce. Sin embargo, seguir otro ciclo olímpico hasta 2020 no entra en sus planes: en Río, Anna tendrá 28 años y una licenciatura universitaria que terminar. «Sería imposible de conjugar», responde, «aunque ahora mismo la carrera de Medicina no me preocupa. Si me obsesiono con sacármela, tal vez no compita bien en las carreras ni logre los puntos necesarios«.

El mes pasado, en los campeonatos del mundo de Florencia, la valenciana pasó apuros en las dos pruebas en las que participó. Las cosas no salieron como ella esperaba. El agotamiento pasa factura, y toca recargar pilas de cara a la temporada que viene. Mientras tanto, Anna se entretiene estas semanas de asueto -relativo- interactuando con sus seguidores a través de su página web y las redes sociales. «Ayer un chico me preguntó por lo que bebemos durante las carreras, las marcas y todo eso. Twitter y Facebook nos hacen más cercanos, más humanos a ojos de los demás”, comenta mientras camina por el antiguo cauce del río Turia. A esta partitura le quedan muchas notas por tocar. La música de Anna seguirá sonando, por lo menos, hasta dentro de tres años. En Río llegará su gran recital.

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