Entrevista a Estefanía Almela: la ‘sabon’ que aprendió a enseñar más allá del dolor

Penetramos en el lugar de entrenamiento de una docena de guerreros que castigan sin compasión, patada a patada, el tronco del adversario. Concentración máxima. Estafanía Almela (Valencia, 1987) vigila las aperturas y avisa a su compañera de la posición de ataque. Y la mejor forma de instruir es poniéndolo en práctica. Un golpeo, dos, tres. Termina la sesión. Fani se retira las protecciones y deja a un lado el ‘dobok’ empleado sobre el tatami para introducirse en su otro disfraz: el de una universitaria de 26 años. Eso si, el traje de ‘sabon’ –’maestro’, en idioma coreano- lo lleva puesto, metafóricamente, las veinticuatro horas.

Orígenes a contracorriente

“El taekwondo me dio un sitio, de joven me sentía desubicada”, recuerda Estefanía. “Me dio seguridad, supe que podía hacer muchas cosas que ignoraba hasta ese momento”. Si bien hay niños que reciben el apoyo incondicional de sus progenitores cuando un ‘hobby’ comienza a tornarse en su modo de vida, el caso de la valenciana es ligeramente distinto: “Hice muchas cosas para que mis padres no me lo quitaran. No tenían demasiada fe, pensaban que era un deporte más. En mi familia la única que me apoyaba era mi abuela”, confiesa con una sonrisa.

El deporte la ayudó a “no tener miedo a nada y a luchar”, aunque su afición no parecía tener demasiado recorrido en opinión de su familia. Comenzó a competir muy joven. Meses después, el seleccionador valenciano se presentó en su casa para becarla en Cheste. Fani tenía 12 años y el reto convencer a unos padres que pedían buenas notas escolares y que tenían ciertas reticencias a que su hija se fuese interna a un centro deportivo. Pero acabaron cediendo, dando luz verde a una progresión meteórica “gracias a que entrenaba con gente nivel superior y entrenadores preparados”. En su segundo año de estancia, fue campeona en tres categorías diferentes. Con 16 años, Estefanía ya competía en categoría absoluta con rivales con mucha más edad y experiencia.

Un calvario permanente

En ese momento, la valenciana comenzó a notar de forma habitual dolores en ambos gemelos a la hora de competir, producto de la fatiga muscular. Punzante, como el de una cuchillada en plena carne mientras el esfuerzo cargaba más y más una zona especialmente crítica para los taekwondistas. Tras completar sus tres años en el centro de Cheste, la Federación Española la becó en el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Barcelona. A los 15 días, atravesó su primera operación en ambos gemelos.

“Me preguntaron por las cicatrices estéticas, dije que no me importaba”, rememora. Se recuperó sin problemas, pero recayó a los seis meses. Otra operación. Aun así, esa temporada ‘rascó’ una plata en uno de los pocos torneos en los que pudo competir, algo que se convertiría en habitual: pese al dolor, los resultados seguían siendo buenos. “Había gente que no me creía”, dice respecto a sus contínuos dolores, causados por el llamado Síndrome Compartimental Crónico del Esfuerzo. En plena competición, con tensión, saltos, patadas y movimiento constante, el dolor era casi intolerable. Sólo el reposo ayudaba a mitigarlo. Dos operaciones más y, tras cuatro años en Barcelona, fuera de su entorno y sin apenas poder competir con normalidad, Estefanía comenzó a volver a correr y a entrenar. Todavía no había cumplido 22 años.

“Se me llegó a plantear si ira un problema mental, pero el psicólogo decía que estaba muy fuerte”, lamenta. Aquellos largos meses de rehabilitación le dieron tiempo para pensar, para crecer, para madurar más deprisa de lo normal: fuera de su casa, con compañeros más mayores que ella y sin poder competir al cien por cien de sus facultades. “Así estuve seis años en Barcelona. Llegué siendo menor, pero mi sueño era entrenar con los mejores. La impotencia de no hacerlo porque mi propio cuerpo me lo impedía era muy frustrante”, insiste. Las limitaciones físicas la ayudaron a mejorar otras facetas del combate: “Por culpa del dolor,he tenido que desarrollar mucho mi cabeza, la táctica”. Con ello también llegan las frustraciones, el saber cuándo y cómo dar una patada en el lugar adecuado, pero que las piernas no reaccionen a la misma velocidad que su pensamiento.

Estefania Almela
La taekwondista posa para VLC NEWS tras una entrenamiento

La paciencia como preludio a la enseñanza

Estar mucho tiempo inmóvil ayuda a desarrollar la paciencia. Regresó de Barcelona con ganas de reinventarse para el deporte y para la vida. Poco a poco, su familia, sus compañeras del CAR en Cheste, los amigos que dejó en la Ciudad Condal, sus entrenadores –destaca a Salva Chang, de la Universitat de Valencia-… Todos ellos pusieron su granito de arena para la recuperación. “He notado una mejora, todos los músculos funcionan, es emocionante”, comenta tras muchos años de esfuerzo. “Me guío por sensaciones, obsesionarse por ganar no lleva a nada”, agrega. Tantos años de contratiempos la han ayudado a tomarse la vida de otra manera.

Y, de un tiempo a esta parte, está devolviendo de alguna forma todo el apoyo recibido. Con sus compañeras de equipo en la plataforma de Proyección de Taekwondo de la Comunitat Valenciana -uno de sus proyectos más personales-, para las que actúa como una suerte de ‘hermana mayor’ pese a su juventud. Y, especialmente, con los niños de 5 o 6 años a los que entrena por las tardes en Picassent en sesiones técnicas. Su contacto con la docencia en el deporte de base, imbricado dentro de intensas jornadas de estudio –actualmente cursa la carrera de Enfermería-, prácticas, entrenamientos y muchos desplazamientos en coche, es una de las facetas de las que habla con más orgullo.

“Un entrenador me dijo que dar clases a los niños no me permitiría centrarme en competir. Pero no es así: cuando estoy con los críos disfruto. Intento transmitir lo que se, y evitar que cometan los errores que yo cometí”, admite. Les da consejos sobre alimentación, charlas a los padres, trucos para compaginar el taekwondo con los estudios… “Los niños están a gusto y yo también. ¡Y también los padres! Han tenido muchos detalles conmigo”.

Estefania Almela
Estefanía y sus compañeros en el club de taekwondo de la UV

“Lo mejor está por llegar”

Estefanía se ríe al recordar cómo llegó a ella la propuesta del Proyecto FER, “a través de un correo misterioso”. Tras dejar atrás el CAR de Barcelona y la posibilidad de competir con la Selección Española, volver a Valencia “fue duro” porque a los gastos se le unía la preocupación económica. “Gracias al Proyecto FER pude despreocuparme y sólo dedicarme a entrenar”. Y los resultados, poco a poco, van llegando: oro en el Campeonato de Europa Universitario, victorias en torneos autonómicos y universitarios… Además, la iniciativa de la Fundación Trinidad Alfonso le ha permitido contactar con otros deportistas a los que admira mucho: “Conocí la historia de Ricardo Ten y me emocionó, también la de David Casinos. Cada uno tenemos una historia detrás, si la gente las conociera quizá nos valoraría más”.

En este sentido, Estefanía cree que “lo mejor está por llegar”. “Cuando veo que la lesión mejora, me da fuerza para seguir luchando. Sigo aprendiendo de todos mis entrenadores. El taekwondo está en un punto álgido, con mucho seguimiento y practicantes gracias a lo cosechado en los últimos Juegos Olímpicos”, asegura. Fani destaca el buen aprovechamiento de los CAR en nuestro país, aunque agrega que “las federaciones territoriales se podrían explotar mucho más”. El nuevo sistema de puntuación instaurado facilita la clasificación para torneos importantes, “y la beca FER nos ayuda a poder participar esos campeonatos internacionales y sumar puntos”.

Por ello, la valenciana no se cierra puertas a volver a defender los colores de la Selección Española de Taekwondo en un futuro. ¿Quizá en unos Juegos Olímpicos como los de Río 2016? “Los Juegos serían lo máximo, he soñado siempre verme allí. No me conformaría con estar, querría hacer un buen papel”. La cita será dentro de dos años y medio, pero Estefanía se siente capaz de intentarlo siempre y cuando el físico acompañe. Sería la culminación de años de esfuerzo, de superar una y otra vez el umbral del dolor y, por qué no decirlo, de demostrar a sus progenitores que no se equivocaban cuando le dejaron elegir su camino con sólo 12 años. “Mis padres vendrían seguro a Río”, dice mientras ríe. Y sus ‘niños’, sus alumnos, no perderían detalle a través del televisor, a miles de kilómetros de distancia.

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