El blues de la nacional III

 

Hace dos décadas a un grupo pop de Granada llamado La Guardia se le ocurrió escribir una canción dedicatoria, con ironía y mensaje transgresor incluido, cuyo nombre era El Blues de la Nacional II. Por aquel entonces, como tantas obras inacabadas, y hablamos de los años noventa, en plena recta final del siglo XX, España seguía sufriendo las consecuencias de muchas infraestructuras inacabadas, especialmente en el ámbito de las carreteras, y eso que aún éramos Objetivo 1 para los Fondos de Ayuda de la UE.

Aquella política de un Plan Marshall a la europea nos ayudó efectivamente a crecer en muchos ámbitos económicos, pero aún así seguíamos con muchas deficiencias en la ejecución de múltiples obras. Y entre aquella algarabía de proyectos inacabados se encontraba la reclamación histórica de la Comunidad Valenciana, de Castilla La Mancha, y por supuesto, también de Madrid, para que se hiciera realidad una autovía que uniera las comunidades autónomas a través de un terreno arisco y con dificultades orográficas.

Como era de imaginar, tan maña obra requería de un consenso político a tres bandas, lo cual derivó en una situación interminable de despropósitos entre unos y otros, que eternizaron la obra en el tiempo cual estilo faraónico. Se asentaban así las bases para la continuación valenciana de aquel famoso Blues reivindicativo con el cambio, por supuesto, de la denominación de turno, de la N II a la futura A 3.

En aquella época, hacer un trayecto de 350 km entre Valencia y Madrid costaba un tiempo medio de casi 4 horas, sin contar los atascos o retenciones de turno, que se producían en zonas especialmente sensibles como las Hoces del Cabriel, Requena y Utiel, o en los accesos a Valencia.

Hablamos de un periodo donde un trayecto Valencia-Madrid podía durar entre 4 y 5 horas perfectamente, y eso sin contar cuando la cosa se complicaba debido a los días festivos o los periodos vacacionales, como ha sido el caso de este pasado puente de la Constitución y la Inmaculada.

Porque caprichos del destino, justo cuando se cumplen quince años del final de aquella obra monumental, con el impulso del gobierno de José Mª Aznar, y siendo presidentes de la Comunidad Valenciana y Castilla La Mancha, Eduardo Zaplana y José Bono respectivamente, las retenciones acaecidas durante el pasado puente hicieron rememorar a muchos conductores una época donde viajar de Valencia a Madrid era una odisea.

De cualquier mente racional es sabido que acometer una obra como fue la construcción de la A3 no era tarea sencilla. Pero una cosa es eso, y otra muy diferente es que justo quince años después, cuando expira el periodo de reclamación contra la UTE, formada en su momento por ACS y la valenciana Firmecivil, el calzo de uno de los tableros que soporta la autovía en el Viaducto haya cedido sin que nadie entone el mea culpa.

Por desgracia, en este país nos estamos acostumbrando a estas situaciones, en ocasiones esperpénticas, bien por cómo se producen o debido a la resolución conflictiva de las mismas. Porque que se agriete una zona del asfalto o que ceda la pieza de un soporte de tres toneladas que se encuentra suspendida a 35 metros cabe en toda lógica, debido al tránsito de 10.000 vehículos diarios, entre automóviles o camiones o bien por cualquier otra causa.

Pero de ahí a que esa obra faraónica se descomponga en un periodo tan corto de tiempo, como tantas otras chapuzas en la construcción que se produjeron durante el boom inmobiliario, va un abismo sobre lo que debería ser el desgaste progresivo de una construcción bien realizada y lo que es un proyecto mal concebido.

Y ahora qué nos queda? Pues el arreglo de turno, que en muchas ocasiones resulta peor que reconstruir un proyecto de nuevo. Aunque el problema en este caso es que no se puede acometer una reforma profunda en el Viaducto por la enorme complejidad, caos circulatorio y coste que ello supondría.

Sin embargo, hay que arreglar el problema, porque es muy serio desde diferentes perspectivas. Por una parte por las propias características de la enorme estructura, y en segundo lugar porque la actual A 3 representa un nodo de comunicación fundamental por carretera entre, no lo olvidemos, la capital y la tercera ciudad de España.

La autovía representa también un enlace de transporte de mercancías, de nodo turístico, y de un auténtico eje vertebrador del centro de la península con el Mediterráneo. O es que acaso a nadie se le ha ocurrido la transcendencia del problema en un momento tan delicado cómo el que vivimos? Porque si la Comunidad Valenciana ya está sufriendo de manera severa la crisis, no le unamos también un daño colateral en una de sus arterias vitales de infraestructuras.

Por tanto, como ciudadanos, como parte activa de la economía valenciana, no sabemos si el fallo en el soporte de la autovía es culpa de la UTE que la construyó o de los técnicos del Ministerio de Fomento por no detectar cuánto tiempo llevaba defectuosa la estructura, lo cual resulta aún más preocupante.

Pero lo que sí sabemos es que Fomento debe dar explicaciones ante un problema que empieza a demorarse en el tiempo y que ya acumula varios meses de retraso. Porque lo que mal empieza puede acabar aún peor. Y el monumental atasco que sufrieron miles de valencianos a la conclusión del puente de la Constitución, puede ser el preámbulo de una situación aún más grave que genere un colapso en el corazón de  nuestro debilitado sistema económico.

 

 

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