La reforma de la administración

 

 

Sigue siendo la gran asignatura pendiente, cuando la realidad es que aprobar debería de ser muy fácil. Cuando hablamos de reforma de la Administración Pública, no nos referimos a disminuir las prestaciones sanitarias o el nivel y rigor de la educación a todos los niveles.

 

Por excelencia aludimos a las estructuras administrativas de funciones, que nunca deberían haber aparecido en las competencias de la Administración, que entorpecen la actividad privada, y siempre implican empleo público innecesario, si lo valoramos en términos de utilidad para el administrado.

 

La sobre-dimensión del sector público es, a todas luces, evidente. Sería injusto decir que nada se ha hecho, pero lo cierto es que si bien se han reducido costes de personal en el empleo público, se ha hecho manteniendo las estructuras, lo que podría conducir a insuficiencias, precisamente de personal, para cumplir con los objetivos estériles que se propone la Administración.

 

Lo que creemos que hay que hacer es reformar las estructuras administrativas, que son las que reclaman la atención de empleados públicos para su operatividad. Lo que discutimos es que tales estructuras deban de mantenerse, por ello, siempre hemos estado en contra de los recortes indiscriminados, pues, ello, solo cabría si considerásemos que toda la Administración y sus competencias son igualmente necesarias, o, al menos, importantes para la comunidad, y que, además, en todas ellas los empleados públicos que las gestionan son igualmente productivos.

 

No es necesario abundar en que ni lo uno ni lo otro. Ni todas son igualmente necesarias, ni todos igualmente productivos. Por ello, lo primero es limpiar las estructuras innecesarias y dejar la función pública con aquello que precisa para hacer lo que le es propio: aquello que no pueden hacer los sujetos privadamente.

 

Eliminadas las estructuras innecesarias, se eliminará consecuentemente el empleo dependiente de ellas. Lo cual no supone una renuncia a adentrarse también en la productividad de los factores, en aquellas que sí que son necesarias. El pánico a la mal llamada privatización, que en ocasiones no es tal, es precisamente el temor a la eliminación de lo innecesario y al control productivo de lo necesario.

 

No hacer esto, nos lleva a mostrar los tristes éxitos de cada semana, colocando, como ayer martes, más de cinco mil millones de euros en letras del Tesoro a seis y doce meses. Éxitos que, si sigue, acabarán con nosotros.

 

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