La vuelta al campo de la banca

No me esforzaré en ilustrar con cifras lo que es una evidencia cotidiana. El grifo del crédito está claro que sigue cerrado a cal y canto y que aún tardará algo en abrirse. La deuda privada decrece y la pública engorda a pasos acelerados, alimentada por una prima de riesgo en niveles de antes del estallido de la crisis. Los mercados internacionales –esos endemoniados agentes del mal que estuvieron a punto de hundirnos- ahora comprarían deuda española “sólo envolviéndola con un lazo azul”, vino a decir, ufano, hace unos días Montoro. Su Fondo de Liquidez (FLA) ha librado a la Administración autonómica –la valenciana es buen ejemplo de ello- de la bancarrota y el Plan de Proveedores ha salvado los muebles de infinidad de microempresas ahogadas por los impagos y retrasos de éstas. Un interventor de una ayun­ta­miento valenciano me comentaba ayer, sin ir más lejos, que esta semana había recibido llamadas de varios proveedores del consistorio gratamente extrañados porque le habían abonado sus servicios ‘sólo’ 35 días después. El caso es que ésos vasos comunicantes que constituyen la economía comienzan a desatascarse pese a que la tubería fundamental, la de la banca, siga ciertamente obstruída. Tras la reestructuración del sistema financiero, las entidades que acudieron (obligadas) en socorro del Estado para comprar su deuda con una prima desbocada, empiezan(o deberían)a retornar al redil de su negocio tradicional.

De la ruinosa especulación del ladrillo, a la intervención de las cajas de ahorro, los test de estrés, el ajuste a los sucesivos planes de Basilea, la liberación del pesado lastre ‘tóxico’ con la creación del ‘banco malo’, pasando después por el suculento negocio de la deuda (ya se sabe, con dinero barato al 1% del BCE compro letras avaladas por el Estado al 4-5%)… La banca intervenida o la reestructurada ha culminado una travesía en el desierto ciertamente traumática (para el contribuyente y miles de trabajadores de banca, fundamentalmente) pero corta, liviana al menos para sus cuentas de resultados. Del año del rescate (2012) y sin solución de continuidad hemos vuelto al de las plusvalías estratosféricas. ¡Hasta Goirigolzarri saca pecho por la situación de aparente solvencia de Bankia!

Pero no, que no se engañen (nos engañen) los tiempos de la lucrativa crisis de la deuda pare­cen haberse acabado y más pronto que tarde tendrán que volver a su core business.  Y parece que ya se haya dado el pistoletazo de salida de esta renovada vuelta a los orígenes. Sí, al retorno a ése negocio que consistía -¿recuerdan?-  en premiar el ahorro para así ganar más con el crédito.

Tras acabar con la marca más cercana al agro del grupo, Banesto, el anuncio de la creación de una submarca de ‘banca rural’ por parte del Santander, suena a arranque en ésa carrera. La Comunitat Valenciana será –Botín dixit- “estratégica” en este plan. Y el primer grupo financiero del país no es el único decidido a desembarcar en los pueblos. Los mismos municipios que hace tan sólo unos meses fueron deshauciados  de las oficinas de las cajas de ahorro inter­ve­ni­das, de las sucursales cerradas a consecuencia del proceso de concentración de las rurales (en nuestro caso de la absorción de Ruralcaja por la almeriense Cajamar) o de las desaparecidas por el afán de racionalizar liberándose de las unidades menos rentables… ahora son fruto del deseo de otros tantos… El Banco Popular creó hace unas semanas la figura del director de negocio agroalimentario y también se fijó en nuestra autonomía a la hora de nombrar a uno de los primeros directores territoriales para desarrollar este nuevo polo de negocio. La modesta Caixa Popular también se apresura por ocupar este espacio ahora vacío e incluso la propia Cajamar  asegura en cada oportunidad que tiene a dejar bien claro –frente a los recelosos por el lastre inmobiliario dejado por Ruralcaja- que tiene “liquidez de sobra” para abordar proyectos en este mismo sector.

Si, el crédito sigue sin llegar pero la banca ‘seria’ parece aproximarse cada vez más al mayor exponente de la economía real, al sector agroalimentario al único que ha sobrevivido –porque la tierra no se deslocaliza, desde hace tiempo que no se transforma en promociones y porque a lo último que uno renuncia es a alimentarse- a la ecatombe de la construcción. Pero en éste tránsito hacia lo rural también están sumándose otros peligrosos compañeros de viaje. Hace unos días, sin ir más lejos, una de ésos prestamistas (no confundir con entidad financiera) que se han agigantado al calor de la restricción del crédito, huía de su natural espacio ‘urbanita’ para buscar también cobijo entre los naranjeros  valencianos a quienes ofrecía “una línea específica para descontar pagarés de las empresas de cítricos”.  La falta de liquidez, los problemas de tesorería, de caja son males generalizados de las pymes a los que no escapan las economías familiares de agricultores que, en el mejor de los casos, cobran por su cosecha a los 2-3 meses de la fecha de recolección o incluso a cinco y seis meses en el caso de las liquidaciones de muchos cooperativistas. Y de cara a la Navidad, su oferta resultaría seguro tentadora para muchos.

Tras mi inicial sorpresa por tan inusual incursión comercial acudí a consultar a un amigo, solvente analista de riesgos de una firma de la banca de tradicional de primer orden. “Han sido durante muchos años clientes míos –me confesó- y esta gente se ha hecho grande, muy grande en poco tiempo, aprovechando las restricciones a financiar el capital circulante de las empresas y aceptando papel de primera calidad (reconocimientos de deuda) procedentes de empresas solventes como El Corte Inglés.

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