Madame Lagarde

A poco de llegar al cargo de presidente del Fondo Monetario Internacional, el muy recordado acosador Dominique Strauss Kahn, consideró que ganaba poco y se subió el jornal con respecto a lo que había cobrado su antecesor, Rodrigo Rato, que no iba desvestido. Pero cuando un “affaire” nocturno de hotel recomendó el relevo en la cumbre mundial de las finanzas, la sucesora en el cargo, madame Christine Lagarde, lo primero que hizo fue subirse la remuneración.

Pues bien, ahora mismo, el viernes pasado, ha sido esa señora la que, ni corta ni perezosa, por todo el morro, nos ha pedido a los españoles, a todos en general, que nos bajemos hasta un 10 por ciento la remuneración, con el fin de estimular la creación de empleo.

La existencia de organismos y personas así se me figura que es una forma reativa de ponernos a prueba a los españoles.  Da la impresión de que en el FMI, como en Bruselas, hay gabinetes especialmente destinados a la preparación de recomendaciones destinadas a poner a prueba la paciencia del pueblo español y sus instituciones. Porque, muy sinceramente, admiro la paciencia casi infinita del Gobierno de Rajoy y me maravilla que nadie, desde el Gabinete, haya enviado a madame a donde Cristo dio las voces con la recomendación de que deje ya de molestar.

Entre otras razones, claro está, porque para viajes como el del FMI no hacen falta alforjas. Ni necesitamos a Europa ni nos es en absoluto preciso el Banco de España: empobrecer a toda la economía española un 10 % más, incidir en una real devaluación del 10 % a la depauperación que ya hemos sufrido en estos últimos siete años, que sin duda supera el 20 % hace tiempo, es una receta elemental.

España, no es preciso que lo decrete la señora Lagarde, ha dado un salto atrás de más de una década en todo lo que significa salarios y estado de bienestar. En eso consiste, principalmente la crisis y su salida. Los que se excedieron en la demanda insensata de crédito fueron unos pocos, una parte nada más del pueblo y de los empresarios; pero los llamados al “gran retroceso”, al salto atrás, es todo el pueblo en su conjunto. Y en eso estamos sin necesidad de que madame Lagarde nos recuerde los deberes que marca la ley de la gravedad: volvemos a 1987 o, si se quiere de otra forma, nos igualamos con la Polonia emergente y recién salida del otro lado del Telón de Acero con la que se nos ordena competir.

Se hace, claro está, por nuestro bien y en aras de la competitividad. Se hace así para que, con unas condiciones laborales mermadas en la justa proporción y con unos salarios limados de una forma adecuada, la fluidez del sistema pueda ajustándose de forma paulatina y empiece a ser rentable el difícil hecho de contratar.

Estamos, pues, ante una buena señal. La señal de que, con las últimas cucharadas de purga, se está acabando este calvario. Pero lo bien cierto es que no era preciso que lo destacara Christiane Lagarde en un comunicado oficial, como no será necesario que el Gobierno español transforme el mal trago en formato de decreto ley porque se da por sabido y por hecho. En realidad, no es que todos sabíamos que eso estaba escondido en alguno de los tramos de la perversa escalera de nuestro empobrecimiento colectivo, sino que, en buena medida, ya hace tiempo que nos lo han aplicado por una u otra razón, sin poderlo impedir: para evitar el despido de compañeros, para dar viabilidad a la empresa, para poder pasar “este bache”… o simplemente porque eres funcionario del Estado.

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