Vigilar la solvencia de los deudores

Es una regla elemental en los negocios. Y no una vigilancia de carácter informativo, sino que ante la mínima sospecha, ésta derive en alerta para tomar decisiones de controlar su cuantía, gestionar el cobro y, en todo caso, evitar su crecimiento; pues es infalible el principio de que “todo deudor es solvente, hasta que deja de serlo”, y que “más vale un «por si acaso» que lamentarse en un «yo creí o pensé»”. 

Dicho lo cual, es una exigencia que el pueblo español debería de hacer a sus gobernantes, de controlar a sus deudores (específicamente estoy pensando en las Comunidades Autónomas) y poner toda su diligencia en liquidar la deuda y, por de pronto, no permitir que ésta crezca, disminuyendo con ello la posibilidad de cobrarla.

Una cosa es la solidaridad entre Comunidades, y la del Estado con todas y cada una de ellas, y otra bien diferente es comportarse, para que no tengan la excusa de optar por la independencia, por el trato financiero que se les aplica; salvando con los fondos comunes los agujeros financieros en los que incurren por su torpe administración. Ya ha llovido mucho, como para que estos argumentos calen en una población, ya harta, desde hace mucho tiempo.

La razón de la deuda catalana con el resto del Estado español, no es más que una: su excesivo gasto respecto al volumen de sus ingresos. Esto, además, seguirá siendo así, porque quien se ha acostumbrado a vivir en la opulencia, con razón o sin ella, tardará mucho en imaginar que se puede vivir de forma más sobria, sin tanto derroche que, además de ser insostenible, es un insulto para los que viven en la precariedad o poco más.

Cataluña, está prácticamente en quiebra técnica, envuelta en una espiral de endeudamiento, que se acentuará después de su independencia. Ya ven que no me tiembla la voz cuando digo “su independencia”. Además de las acciones legales, con la fuerza ejecutiva que hasta ahora ha sido estéril, lo que yo reclamaría, como español de a pie, es cambiar el trato financiero con aquella Comunidad, ejecutando los créditos vencidos, embargando bienes capaces de dar satisfacción al principal más sus intereses, y, en ningún caso, seguir incrementando ésta con dádivas, para pagar sus obligaciones más apremiantes.

¡Allá ellos! Pero, que su insolvencia no acarree la nuestra.

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