Amor y paz

Son los dos ingredientes que garantizan una sociedad armónica y que se hacen presentes en la Navidad; un acontecimiento, para algunos, signo máximo del amor ,y para otros, motivo de profunda reflexión para una humanidad, más atenta al conflicto y al enfrentamiento que a la concordia y a la paz.

El hombre es, por naturaleza, un ser social y sociable. Ello le lleva, también naturalmente, a amar a sus semejantes y a hacer cuanto esté en su mano para que la felicidad de todos sea la característica dominante en una comunidad. Es en ese amor en el que se funda la paz, como signo positivo de la misma. La paz no puede configurarse como la simple ausencia de conflictos, sino que implica un acto positivo de amor, de entrega y de cercanía, eliminando cualquier diferencia que pudiera derivar en enfrentamiento.

El amor a los demás es garantía de buen hacer; es lo que distingue al hombre virtuoso. Un Gobierno que ama al pueblo que gobierna, hace todo para su mayor bien, con renuncia a los bienes privativos producto del egoísmo y la maldad. La corrupción, no es más que un signo de desamor, un signo de soberbia y prevalencia, en el que el “YO” elimina al “NOSOTROS”, destrozando la vida en común: un amalgama de seres aislados, luchando en direcciones opuestas para asegurar la propia supervivencia.

El amor en la empresa impide el despotismo, fomenta la humildad y desarrolla la cooperación, haciendo de las tareas productivas de bienes y servicios, un servicio a la humanidad para crecer en su bien: el bien común. Por ello, no cabe en este escenario, ni la elusión de responsabilidades –tanto en empresarios como en trabajadores–, ni la cicatería en la entrega incondicional de aptitudes y de actitudes al servicio de ese fin último que brota de la acción conjunta.

El amor en la familia, célula más sencilla pero a la vez más esencial de la sociedad, es instrumento de educación de sus miembros para la relacionalidad y para el servicio desinteresado. La familia es ejemplo de dación en cada uno de sus miembros. Es ejemplo de transmisión de conocimientos y de actitudes entre generaciones, dando fortaleza al quehacer social, entendido éste en su integridad más plena.

La Navidad, es la fiesta de la sublimación del amor; del amor de Dios por el hombre, mediante la entrega del Hijo. Es pues, también, el momento de traducir ese amor a los diversos ámbitos de nuestra vida. Es cierto que, con facilidad, nos dejamos arrastrar por las corrientes materialistas del tener, del poder y del prevalecer, que tanto éxito alcanzan cuando disminuye o se elimina el amor. Es responsabilidad de cada uno, asumir el reto del amor para beneficio de toda la comunidad.

¡¡Feliz Navidad!!

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