Bárcenas, sin defensa, escoge la extorsión

 

 

Luis Bárcenas habló antes de entrar en Soto del Real. Escogió al periodista más avezado en conspiraciones y chalaneos. No hay escándalo en los últimos veinticinco años en los que Pedro J. haya estado ausente. Y cambia de baraja conforme las circunstancias lo aconsejan. Algunos le llaman a eso “independencia” y otros simple “oportunismo” que hay que ejercitar sin escrúpulos.

Las reacciones a “cuatro horas con Bárcenas” no han tardado en producirse. María Dolores de Cospedal ha afirmado que “las mentiras no pueden documentarse”. Y los abogados de Luís Bárcenas, Miguel Bajo y Alfonso García Trallero, dos excelentes penalistas, han renunciado a defender los intereses del encausado por discrepar en la línea de defensa elegida, de la que forma parte una actividad mediática para airear irregularidades en las finanzas del Partido Popular. Y quizá muchas más cosas.

En sede judicial, las acusaciones deben probarse. Y la presunción de inocencia subsiste hasta que la sentencia diga lo contrario. Pero independientemente del peso de las pruebas que pueda aportar el que fue tesorero o gerente del PP durante veinte años, está claro que el imputado no ha renunciado al chantaje que lleva tiempo ejerciendo contra la cúpula del Partido Popular.

“Nadie podrá probar que Luís Bárcenas y Gerardo Galeote no son inocentes”, declaró Mariano Rajoy en 2009. Después han pasado muchas cosas, como las grandes contradicciones sobre el despido de Bárcenas, la fecha definitiva de su baja en la seguridad social como trabajador del partido, a comienzos de este año, y la indemnización millonaria “en diferido”. Todos estos hechos indican que la dirección del PP, conocedora de la inmensa fortuna acaparada durante los años en los que el imputado fue Tesorero del Partido Popular, intentó no desatar sus iras mientras esa situación fue sostenible.

El rocambolesco episodio protagonizado por Jorge Trías rompió la baraja. Entonces la secretaria popular del PP, Dolores de Cospedal, se exasperó por hacer compatibles sus justificaciones con la forma en que fue despedido el tesorero y proclamas de que “cada palo aguante su vela”.

Mariano Rajoy lleva mucho tiempo sin pronunciar el nombre de Luis Bárcenas. Se ha enrocado en la posición de que no tiene nada que temer. Y la decisión in extremis de la fiscalía –cuando realmente no tuvo más remedio- de pedir la prisión incondicional sin fianza, terminó, probablemente, con las esperanzas de Bárcenas que el aparato del estado, a indicaciones del Gobierno, pudiera sacarle de atolladero judicial en que se encuentra.

Luis Bárcenas sostuvo hasta su última declaración judicial que la inmensa fortuna acumulada en paraísos fiscales obedecía a su habilidad en los negocios.  La tesis se terminó de desmoronar cuando la supuesta marchante de arte argentina, Isabel Mackinley, derrumbó la venta de obras de arte  del tesorero del PP.

Hasta entonces, afirmaba, que el dinero le pertenecía personalmente a él y, pese a las filtraciones, nunca habló de dinero procedente de donaciones ilícitas al PP.

Solamente en el momento anterior a ir a la cárcel pretendió que era  administrador de dinero de terceras personas. Y ahí es donde se centra la acusación particular para exigir a Bárcenas que cuente quienes eran esas personas. Aclarar la procedencia del dinero es la prioridad de todas las partes excepto de la que hasta ahora era defensa de Bárcenas.

En el PP la situación emocional va por barrios. El presidente del Gobierno y del PP aparentan calma. Otros dirigentes del partido no las tienen todas consigo.

En todo proceso judicial las sospechas deben ser demostradas. Pero hay algunos puntos de difícil encaje. El más importante de ellos es la aclaración de la procedencia de las donaciones recibidas por el PP que parecen no declaradas y al margen de la ley. Las conexiones de causa a efecto con el dinero entregado por la trama Gürtel y la concesión de contratos en instituciones gobernadas por el PP a estos generosos donantes.

El PP se agarra a un clavo ardiendo al manifestar que los “sobresueldos inexistentes” no constituyen en sí mismo un delito. Pero si se demuestran que el propio Mariano Rajoy los cobró, la insufrible mentira política tendría que tener consecuencias políticas, al margen de posibles delitos o faltas fiscales.

Esto no ha hecho más que empezar. Romper con su defensa, profesional y experimentada, significa una declaración de guerra de Luís Bárcenas. Escoger a Pedro J Ramírez como filtrador paulatino de sus acusaciones, indica que lo tiene muy calculado. De momento solo podemos sentarnos en un sillón cómodo para asistir a este culebrón y comprobar que, si las mentiras no pueden documentarse,  hay verdades que sí pueden demostrarse.

 

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