William Vansteenberghe, Experto en Inmigración. Aquarius, el frio cortante de las olas

CUANDO “FEMENINO” AÚN SE CONJUGA EN MASCULINO

Me llama la atención el rebrote de la palabra feminismo por el ancho mar de las palabras, sobre todo desde que han aparecido propuestas para un femenino que nada tiene que ver con las bases teóricas que sostuvieron este movimiento filosófico y social de mediados de los años 60 del siglo pasado.

Esta lucha jamás ha alcanzado los objetivos de igualdad consolidados que requiere una sociedad moderna, donde más de la mitad de la población son mujeres. Pero lo que sí ha cambiado desde hace algún tiempo, es que las mujeres ya no aparecen unidas entre sí. Nunca lo estuvieron, como no lo están los hombres, ya que no podemos obviar una serie de realidades sociales que vienen a entretejerse en la mera oposición de mujer oprimida y hombre opresor: la clase social, el nivel económico de las personas implicadas, la educación recibida y sobre todo  la libertad intelectual promovida. Finalmente, hoy en día la religión ha vuelto a ser un elemento clave a tener en cuenta.

Vaya por delante la declaración de necesidad perentoria para las mujeres de alcanzar la calma social a la que tiene derecho cualquier ser humano y que cualquier sistema democrático dice defender.

Pero muchos caminos fueron andados y no todos fueron útiles, y los que lo fueron no fueron implementados a tiempo por los cambios necesarios, sobre todo por la administración.

Siendo España un caso muy especial en el panorama europeo, es interesante explicar por qué los movimientos de la defensa de las mujeres fueron tan virulentos en algunos casos , lo que ha llevado a la administración, en el caso de la derecha a ser muy lenta a la hora de asumir la necesidad de defender lo obvio y asumir como propio esta lucha que afecta a todo el arco político y social, hoy en día ocupado por todo tipo de mujeres, y a la izquierda ser tan obsesiva a la hora de tratar el tema y sobre todo aislarlo del resto de los asuntos sociales que obviamente están interrelacionados, como por ejemplo los hijos, y por duro que sea aceptarlo la educación de los hombres.

La defensa de las cuotas fueron un caballo de batalla durante la última parte del siglo pasado, con el vano intento de uniformizar las oportunidades por sexo, cuando todos y todas somos conscientes que los puestos de responsabilidad deben ser promovidos por la capacidad, y ahí es donde se debería haber trabajado, facilitando a todas las mujeres, sin importar su extracción social o su capacidad económica, el acceso a las formaciones necesarias para poder llegar a estos espacios privilegiados. Se nos olvidó el problema de clase y con ello determinar desde la escuela cuantas chicas podían ser ayudadas para paliar su ausencia en ciertas áreas de poder. Más, formar a los chicos para que estuvieran preparados como futuros contratantes a promover la aparición del sexo femenino en  estas áreas, más allá del mero cumplimiento de las cuotas.

Se obvio una educación emocional de los escolares en una Escuela que pide a gritos una educación en valores que evite que las chicas sobrevaloren los atributos físicos masculinos y  que se vean atrapadas en un sistema desprovisto de inteligencia a largo plazo por lo efímero de su propuesta mercantilista, que las empuja a transformarse en un mero objeto de consumo, y que desde hace un tiempo pretendo hacer lo mismo con los hombres, con el fin de abrir nuevos mercados y condenando así a una generación más a parecer independiente porque tiene dinero en el bolsillo.

Las políticas de género fueron, bajo esta luz, necesarias,  para determinar y avisar que había un gran problema de violencia y de muerte, pero no evolucionaron hacía la obtención de los objetivos de erradicación.

La lentitud de la puesta en marcha de políticas educadoras, ante todo dirigidas a la propia administración, que no deja de ser representativa de la propia sociedad a la que pretende cambiar, asimismo su incapacidad aún hoy, de unir a todos los actores, en todos su papeles, huyendo del antagonismo mujer buena, hombre malo, obviando  con ello el papel de los hijos, el de miles de padres que no caben en esta imagen reductora, y sobre todo el nacimiento de políticas que fracturaron aún más el ya enorme foso existente entre hombre con poder y mujer sumisa.

Hoy si miramos alrededor nuestro, los que nos dedicamos a esta lucha, tenemos la sensación de que el camino que se debía andar está lleno de desvíos, y que el cambio definitivo no será fruto de la siguiente generación, aunque hay señales de normalización reconfortantes.

En el caso de España se ha sobre-abusado de la Ley y de los castigos y prohibiciones, dejando al pueblo el mero papel de obediente, y de crítico ya que no de interviniente.

Aún hoy subsiste este deseo de apartar a los hombres de la solución final, y me remito al excesivo uso de la palabra Género, que solo se refiere a cierto femenino. Aún no se puede hablar muy bien de la violencia hacía los niños perpetrados por ambos sexos, como en otras sociedades europeas que han avanzado más en la sinceridad del problema, de hecho cualquier mención a la violencia hacía el hombre es aún percibida como un atajo peligroso, o peor una traición hacia la resolución de la violencia dirigida hacía la mujer. Con ello nos olvidamos que los problemas además de ser colectivos, alcanzan un espacio individual insoslayable, privando así, sin querer, a la mujer, de su espacio de responsabilidad como persona, y la normal asunción de sus responsabilidades, base de toda estructura de libertad personal.

La mujer no es un niño que haya que salvaguardar de los actos de los demás y de los propios, es una persona a parte entera, que debe responder de sus actos individualmente.

Sigo creyendo que los mecanismos de defensa para  la promoción  de los derechos de la mujer siguen siendo necesarios en este país, pero eso no lo digo feliz, ya que es la demostración de lo anteriormente expuesto, la administración sigue siendo el tutor de las mujeres, lo que las aleja de las libertades de las que gozan muchos hombres.

Es inconcebible que una mujer, mi hija, nuestras hijas, madres, hermanas, puedan seguir teniendo miedo de andar por la calle sin ser molestadas por alguien que crea que su derecho es superior al de la intimidad de la persona molestada.

A todo ello debemos añadir un elemento nuevo que es la aparición de una sociedad mestiza en términos de origen y de cultura, donde la sensibilidad hacia la mujer es aún más precaria o la menos diferente a la alcanzada en nuestro país.

En vez de enfatizar los elementos en común, ser mujer, ser persona, hemos descendido hacia los que nos separan, que obviamente tienen su importancia, pero ahí es donde el bloque supuestamente monolítico se resquebraja definitivamente. Ante las diferentes sensibilidades es donde las mujeres pasan a enfrentarse, abriendo otro frente de fractura, ¿Cuál va ser la respuesta, la creación de un subgénero femenino? No creo que fuese lo que pretendían teóricas del feminismo militante como  Adrienne Rich y Marilyn French o Evelyn Reed.

A este grupo, se ha venido sumando un grupo de mujeres conversas o nacidas de padres practicantes que conciben la libertad de la mujer en brazos de una sociedad patriarcal altamente religiosa y como todas las inspiradas del libro, altamente masculinizadas.

Ciertos símbolos abandonados por Occidente, como el velo, el hábito negro, han vuelto a formar parte de nuestra realidad cotidiana, No me gustan por lo que suponen de ruptura de la individualidad y de nuevo de la responsabilidad personal, ya que el comportamiento requerido es colectivo. Pero tampoco estoy de acuerdo con la prohibición de estos símbolos por lo que supone ahondar en lo mismo: la desresponsabilización del individuo. La mujer sigue obligada a obedecer, y en este caso empujada por otras mujeres que se declaran más sabias. Una nueva fractura que se nutre de la lejanía de los seres humanos entre sí. Creo que ha llegado el momento de reformular la valiente pregunta de Simone de Beauvoir: ¿Qué es una mujer?

Colaboración de William Vansteenberghe, Experto en Inmigración, Cohesión Social

 

Ir arriba