Cuatro piradas y un gurú

El activismo político ya no sabe qué hacer para llamar la atención del respetable. Esa búsqueda desesperada de publicidad aunada a una falta de respeto por las normas democráticas, ha venido alumbrando actos violentos, actos groseros y actos simplemente estúpidos. A caballo entre los dos últimos se sitúa la tan comentada salida en topless de unas mujeres el otro día en la tribuna del público del Congreso. Qué era lo que pretendían es lo de menos, como lo prueba el debate que se armó al respecto en los medios: no ha versado sobre sus propósitos, supuestamente políticos, sino sobre su despelote.

Ciertamente han conseguido publicidad, porque el apetito de los medios por la novedad es enorme. Eso sí, cuando se hayan desnudado tres veces, se les acabará el chollo. El apetito en cuestión pide siempre nuevas viandas y desdeña las ya conocidas. Pero hay un aspecto interesante en este asunto. Por un lado, se exige cada vez más control sobre el contenido de la publicidad comercial y se pide la retirada de anuncios porque ofenden a unos o a otros. Por otro, en cambio, las acciones publicitarias del activismo político encuentran un nutrido coro de admiradores y papanatas, que neutralizan las pocas voces críticas.

En este caso del que hablo, la paradoja es muy visible. Todos recordaremos ocasiones en las que una asociación de mujeres o el propio Instituto de la Mujer han protestado por carteles y spots que, según su estricto juicio, exhiben a las mujeres y a sus cuerpos como meros “objetos sexuales”. Bueno, ahora hay unas “feministas” que se dedican a exhibir parte de sus cuerpos desnudos y esas asociaciones callan. ¿Será que cuando no se trata de vender lencería, ese exhibicionismo no afecta a la dignidad de la mujer? ¿Qué está limpio de referencias sexuales? Vamos, vamos. El mensaje que, de hecho, lanzan las del topless es que a una mujer sólo se le hace caso cuando se quita la ropa. Así de crudo.

El grupo al que pertenecen las “strippers” del Congreso, llamado Femen, nació en Ucrania para oponerse al turismo sexual. Su fundadora ha reconocido que se decidieron por ir a pecho descubierto para concitar la atención del público. Esto es, decidieron utilizar las clásicas “armas de mujer”, tan denostadas por el feminismo y por cualquiera que propugne la igualdad de sexos. Hay un dato poco sabido de ese grupo y es que, en sus inicios, estuvo bajo la dirección política de un hombre que, para más, se hacía llamar “El Patriarca”. O sea, muy feministas y muy radicales, pero estuvieron bajo la batuta de un varón.

Yo no creo que valga todo para conseguir un cuarto de hora de fama ante las volubles cámaras de televisión. Menos aún en el Congreso de los Diputados, que es una cámara para el debate político y no un teatro de variedades. La sede de la soberanía nacional se merece un poco de respeto y los ciudadanos -y las mujeres- también. Si quieren exhibir sus cuerpos serranos, hay miles de otros sitios donde hacerlo. Aquí, en concreto, el tema del destape siempre lo ha llevado la revista Interviú.

 

Cristina Losada

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