Cuéntame cosas hasta que me caiga la baba

El jefe no da tregua, y pensando que era momento de solaz y vacaciones para pasear por la Playa de San Juan, en Alicante (Valencia Sur), me recuerda mi compromiso semanal con los lectores de VLC News. Una que lleva más tiempo en la calle que de madre abadesa, pone a punto sus recuerdos recientes y lejanos y le sale esta cariñosa conjunción de vivencias.

Le propongo, querido lector, un mágico y misterioso viaje. Siéntese cómodamente delante de su PC y cuando haya realizado la liturgia de abrir VLC News, para enterarse de verdad de lo que ocurre en nuestra Comunitat, póngase una música suave, sírvase un café y prepárese para este mágico y misterioso viaje a Nueva York. Si ha estado en la ciudad que nunca duerme, cuando lea estas líneas la verá desde otra perspectiva, y si nunca estuvo allí, aquí le envío, querido lector, unas recomendaciones para hacerlo.

Posiblemente sea debido a la altitud respecto al ecuador o quizá sea la luz que desde primeras horas de la mañana inunda todas las estancias, lo cierto es que en Estados Unidos, a lo largo del largo camino entre Nueva York y San Francisco o Miami y Seattle, el personal se levanta muy pronto y no es extraño haber disfrutado del primer café antes de las siete de la mañana.

Por ello mi primera recomendación es que madrugue y mucho. Por tanto, nos levantamos temprano y preparamos un café, fuerte, delicioso, humeante y que esparcía su olor por el salón iluminado por el sol de la mañana. Frente a nosotros “Essex Market”, con más de 100 años de antigüedad y situado en la calle Essex. “Everybody speaks spanish”, todo el mundo habla allí español. La fruta te la ofrecen cortada previamente y en envases primorosamente decorados. Mango, papalla, sandía, piña, fresones, kiwis, uva y naranjas. La fruta seguida del café cortado con leche emulsionada con un artilugio tremendamente ingenioso que consigue levantar espuma de la leche sin necesidad de calentarla con vapor de agua.

Kris Kristofferson nos animaba a “encontrarnos con el día”por ello salimos a la calle, en este caso Rivington Street. Deseaba encontrar una barbería donde afeitarme y rememorar la costumbre de mi abuelo. En el 202 de Lafayette Street radica “New York Shaving”, establecimiento que ofrece los servicios de afeitado y corte de pelo al estilo tradicional. Todo es posible en Nueva York, viajero.

Sentado en un sillón en el cual podría haberse sentado el General Custer o John Wayne, Crazy Horse o el mismísimo General George S. Patton, el barbero te aplica una toallita blanca, caliente y ligeramente perfumada que te cubre todo el rostro. Abierto el poro, te humedecen el rostro con una crema suave para un mejor desliz de la cuchilla de afeitar. Al estilo tradicional el barbero te afeita, en ocasiones a contra pelo con el fin de apurar el afeitado. Un ligero masaje manual, una toalla muy caliente y un tónico para terminar el afeitado. Sales como si estuvieses nadando en vapor de agua y plumas de ganso. En la calle Elisabeth seguía acariciando mi rostro en búsqueda de algún capilar que hubiese escapado al rigor de las cuchillas sin encontrarlo.

A las once de la mañana abren el “Tenement Museum”, edificio de 6 plantas que refleja con una exactitud extrema las condiciones de vida de los primeros irlandeses, alemanes y judíos que llegaron al Lower East Side de Manhattan, hacia el segundo tercio del siglo diecinueve.

Una visita de una hora te introduce en la historia de este barrio del este de Manhattan y que te ilustrará, viajero, acerca de los antiguos moradores de este extraordinario lugar.

Encaminamos nuestros pasos hacia el West Village, lugar de artistas en tiempo pasado y actualmente un barrio para vivir y disfrutar, con casas de ladrillos rojos y muy cuidadas, con aceras limpias gracias a la abnegación de los vecinos que siempre dejan un escrito o foto, en el árbol cercano a la casa que recuerde a algún miembro de la comunidad fallecido o que abandonó el barrio. Es un respiro, un halo de jazmín en la vorágine neoyorquina.

En el 42 de Grove Street se encuentra “Buvette”, Bistrot francés con su patio recoleto y con una vegetación que invita a disfrutar de la lectura o a la tertulia intelectual. No reservan mesa, no sirven comidas para llevar pero ofrecen una gran selección de vinos franceses, desde el “Clos de Jacobins”, AOC (Apellation d’origine controlé) Saint Emilion hasta el Pouilly Fumé más sofisticado criado a las orillas de la Loire. Hace frío en el exterior y nada mejor que “Pie Goes Savory” que nos puede recordar aquella sopa cubierta con hojaldre y que lanzó al mundo el cocinero Lionés Paul Bocuse, miembro de la Legión de Honor que creó Napoleón Bonaparte, emperador de Francia. Ésta de Buvette es a base de conejo. El vino es “al arbitrio del poeta” pues es tan variada la carta que cualesquier de ellos, tinto, nos acompañará degustando el “pie Goes”.

No es conveniente cargar demasiado en las experiencias gastronómicas en este camino por el Lower East Side de Manhattan. Es preferible quedar siempre con una sensación de vacío a terminar la comida de forma copiosa que te impida continuar tu recorrido por el barrio.

Es el momento de un buen café, un buen ambiente y una conversación agradable. Aunque en ocasiones el ruido puede ser alto, nada puede sorprender más al viajero y a esa hora, tres y media de la tarde, un café en Balthazar, 80 Spring Street, en pleno SOHO (south Houston). Te propongo, querido lector, que dejes vagar tu imaginación por la exposición de botellas que hay tras la barra y elijas la que creas conveniente para que te sirvan una copa. En Nueva York no hay problema con el idioma y siempre encuentras un camarero, un “bar tender” o un “manager” que se dirija a ti en nuestro idioma. Y te recomendaría, puesto que estamos en un Bistrot francés con auténtico sabor parisino, elegir un “Armagnac”.

Es momento de cambiar la cultura del estómago por la cultura del intelecto. Y es el momento de acudir al Metropolitan Museum. “Señor, la entrada a este museo es totalmente gratuita, únicamente le entregamos este folleto con nuestras actividades y valore usted la cantidad que desearía entregar como ayuda a nuestra organización”, en un correcto español me trasladó la amable persona que me atendió.

La visita al museo hay que realizarla sin ningún objetivo previo. Una vivienda tradicional del este americano o Nueva Inglaterra, un patio andaluz de Almería trasladado íntegramente al museo, cuadros de los impresionistas franceses, de Goya, de Picasso, un maravilloso cuadro de Charles Maurice de Talleyrand de Perigord, que te habla con la mirada trasladándote las miserias de su proceder siendo ministro con Luis XVI, el Directorio, Napoleón y Luis XVIII y forjador del congreso de Viena con Metternich.

Hemos escapado del Lower East Side para ir al Down Town, pero es momento de volver al barrio, al calor amable de sus gentes, de Litle Italy, de China Town y de Nolita (North Litle Italy). Volvemos andando. Seis kilómetros se hacen rápidos si el ambiente lo requiere, pero antes podemos hacer una pequeña parada en Bemelmans bar. Es el bar del Hotel Carlyle uno de los más exquisitos de Manhattan que se encuentra en la confluencia de las calles 35 y 76.

En el Bemelmans acudía, los jueves, Woody Allen a tocar el clarinete con su banda y posteriormente marchaban al Sparks a cenar un buen chuletón de trescientos gramos.

Podemos pedir algo suave como el Royal Sterling Caviar que nos abrirá el apetito para la explosión de la noche.

Nos disponemos a poner el final a esta aventura neoyorquina. Un elegante “company car” nos introduce en el “down town” y nos dirigimos al restaurante Keens, en la intersección de la calle 72 con la 36. Un antiguo club de fumadores que hoy, entiendo, es el mejor “Steakhouse” del planeta. Te recomiendo querido lector, que solicites el Mutton Chop. Después de ello, cualquier carne que te sirvan en el mundo, te sabrá a poco; acompáñala con un “Juan Gil” de Jumilla a un precio muy aceptable. La carne la preparan y la brasean de acuerdo a una fórmula tradicional desde 1885.

Cae la noche en Delancey Street y el día se acaba. Nos vamos al Pravda; un lugar que en la década de los noventa, era frecuentado por actores como Michael Douglas, periodistas internacionales como Enric González, entonces corresponsal de El País en Nueva York, escritores y demás fauna nocturna. Podemos quedarnos en la parte baja de la sala o subir a la barra más intimista de la primera planta. Allí terminaríamos el día con algo muy suave y con
grandes matices: una copa de vino del Mosela y dos ostras excelentes. Nada más, ni vodkas ni espirituosos de otro tipo.

Hace ya un buen rato que Raquel quedó dormida en mi regazo. Al ir a levantarla para llevarla a la cama noté que su mejilla estaba húmeda: “tío, me quedé dormida cuando íbamos a Buvette.

Me has contado tantas cosas que me dormí cuando comenzaba a caerme la baba”. Duerme cariño. Raquel es mi sobrina y cada vez que voy a verla, después de un dulce y delicado beso, me dice: “Tío, cuéntame esas cosas hasta que me caiga la baba”.

Nos leemos la próxima semana querido lector.

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