Deseos escondidos

 

Mi padre vivió la monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la República, le pusieron un fusil entre las manos para que se fuera a jugarse la vida en una guerra civil, la Dictadura de Franco y la Democracia. Vivió mejor en este último periodo, pero no por la democracia en sí misma, sino porque la política ya no determinaba su vida, y era un  poco más dueño -relativamente- de su destino. 

Hay todavía quien piensa que el fracaso en sus estudios, su impotencia sexual, su nula facilidad para expresarse o sus dificultades para encontrar un trabajo, quedarán completamente neutralizadas cuando se marche el Rey y venga la III República, pensamiento simétrico al de los nacionalistas catalanes que se creen que serán más altos, más guapos y más ricos, cuando se hayan separado de España. 

Por supuesto que, desde un punto de vista frío y objetivo, exento de circunstancias, la monarquía es un contrasentido, pero si hablamos de una  monarquía constitucional, donde el poder reside en las urnas, y advertimos los últimos cien años de la historia de España, observaremos que en ese siglo, el periodo más próspero, más pacífico, y donde casi todo el mundo tuvo las oportunidades de organizar su vida, ha sido en la democracia y el reinado de Juan Carlos I.

Ese republicanismo oportunista, que nace de vez en cuando, alimentado por un rumor, no es otra cosa que el deseo escondido de cientos de miles de personas que viven a disgusto consigo mismas. Cualquiera que enarbole un banderín de enganche donde se me garantice que dejaré de ser torpe, bajito y con escaso poder de seducción, y que cambiaré, de repente, me tendrá por seguridor, y así tendré un a oportunidad de proyectar mis fracasos a los demás, y vivir esparenzado de que alguien transforme la calabaza que hay a la puerta de mi casa en una carroza. Con ese deseo escondido el republicanismo y el nacionalismo tienen un gran porvenir.

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