Juan Vicente Pérez Aras, Diputado Nacional PP. Un Consell y una Legislatura agotados

El crepúsculo de los ídolos

Noviembre es un mes proclive a los acontecimientos históricos, los domésticos y los universales. Iniciamos la semana con otra despedida. El último icono del Comunismo, Fidel Castro, nos dejaba el pasado sábado y con él se despedía esa parte romántica de una revolución que vino a cambiar el mundo. A la vista de los resultados, este superviviente que bajó de Sierra Maestra y que proyectó su figura como referente del Totalitarismo del siglo XX, tampoco pudo alcanzar la Arcadia feliz que idealizaba en sus arengas al pueblo, en nombre de la revolución.

La perla del caribe, ese punto geopolítico en las Antillas, corazón de un Imperio que todavía llora su pérdida tras la firma del Tratado de París, del fatídico 1898, ha perdido al que ha sido su guía desde 1959. La imagen de su hermano en los noticiarios, me recordaba épocas no tan lejanas aquí en España. Una imagen que ponía en valor esa doble moral de esta izquierda de salón, que llora ante la forma y el fondo comunicado por el generalísimo Raúl Castro. El viejo comunismo muere, pero ha dejado implantada una cepa que busca revivir ese pasado glorioso al grito de “Patria o muerte, venceremos” o “Esta es la Revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes”, pero eso sí, bajo el control de la nomenklatura

El nuevo populismo emergente, hijo político del Socialismo del siglo XXI es la propia muestra de la debilidad de una sociedad acomplejada y sumisa ante el ímpetu de una nueva retórica que ha venido para romper con todo lo establecido. Una retórica perfectamente diseñada por los laboratorios sociales, aprovechando no solo al otro lado del Atlántico el liderazgo del castrismo y su difusión en el continente, sino también a este lado. Nietzsche en su “Crepúsculo de los ídolos”, nos hablaba ya de la debilidad de occidente, donde la pérdida de sus referencias históricas ha generado un nuevo nihilismo social. Una pérdida de valores y de la propia identidad que necesitará de un hombre nuevo y renovado, que redimensione su papel protagonista en la historia.

El destino nos depara sorpresas interesantes. Como la coincidencia con la publicación, tal día como hoy de 1929 de un libro premonitorio. “La rebelión de las masas” de Ortega, donde su párrafo inicial es clarificador… “Hay un hecho que, para bien o para mal, es el más importante en la vida pública europea de la hora presente. Este hecho es el advenimiento de las masas al pleno poderío social. Como las masas, por definición, no deben ni pueden dirigir su propia existencia, y menos regentar la sociedad, quiere decirse que Europa sufre ahora la más grave crisis que a pueblos, naciones, culturas, cabe padecer. Esta crisis ha sobrevenido más de una vez en la historia. Su fisonomía y sus consecuencias son conocidas. También se conoce su nombre. Se llama la rebelión de las masas.”. Un libro donde Ortega desarrolla el concepto del hombre-masa, un concepto de plena actualidad.

Un hombre-masa como consecuencia de las mejoras en las condiciones de vida de las clases populares y las clases medias. Un nuevo concepto de ciudadanía que reclama todos sus derechos, sin reconocer ninguna obligación. Solo es bueno lo que él dice, todo lo demás es malo. Todo un alegato que se traslada en el tiempo, con el advenimiento del populismo que queda perfectamente reflejado en ese modelo. Una mutación vírica del Totalitarismo que amenaza todas las fronteras de la Democracia, porque viene con la lección aprendida. De ahí la importancia de la reacción de la sociedad, su principal objetivo, su víctima.

Una sociedad anatemizada por los nuevos profetas populistas. Los mismos que buscan la implantación del pensamiento único para despersonalizar a la sociedad, anular al individuo y sustituirlo por la masa. El populismo y la “nueva” izquierda beben de las fuentes del totalitarismo bolchevique, en una mutación lógica que sigue teniendo en la ideología la referencia de su acción política, de su lucha contra los poderes opresores.

El dominio de la comunicación, la dejación e indiferencia de una sociedad que les ríe las gracias, sin tener en cuenta las consecuencias, les permite ir penetrando en el subconsciente colectivo vendiendo su mensaje salvífico. Por eso hay que reaccionar. Desde el debate de las ideas, “Sin dar un solo paso atrás, ni para coger impulso”. Un modelo fallido y trasnochado no puede liderar los verdaderos cambios que debemos acometer en nuestra sociedad. Solo desde los principios liberales, basados en el humanismo cristiano y el centro reformista podemos hacer frente con garantías, a los retos que nos esperan. Ante el crepúsculo de los ídolos, planteemos una verdadera revolución en este incipiente siglo XXI.

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