El inexplicable complejo de inferioridad español

 

Desde hace tiempo mantengo una cruzada personal por eliminar esa incomprensible sensación de inferioridad que tenemos los españoles como nación, ya que no es ni comprensible ni justificable y nos está haciendo mucho daño.

Desde hace muchos años, más de los que soy capaz de recordar, los españoles hemos vivido a la sombra de otros pueblos supuestamente mejores: los disciplinados teutones, los innovadores estadounidenses, los alemanes otra vez… siempre sintiéndonos menos, como el hermano pobre de la familia.

Y eso ha causado devastadores efectos en nuestra confianza como nación, en la visión que tenemos de nuestras capacidades y sobre todo, en nuestras posibilidades reales… ya que si uno no cree que puede hacer algo lo más posible es que no pueda. Cuando estuve en Israel me impresionó la tremenda confianza que tienen en sus propias posibilidades y en su futuro… y la razón es curiosa: ellos sienten que son el pueblo elegido, y claro, siéndolo ¿qué se les puede resistir?

Sin embargo aquí pasa justo lo contrario: todos nos sorprendemos cuando descubrimos que determinada empresa de éxito ha sido fundada por un español, que un revolucionario producto es de origen nacional o que detrás del último éxito de Hollywood hay un español.

Si, ya sé que en el deporte es diferente. Pero nuestras capacidades y potencial van mucho más allá de pegarle patadas a una pelota o empuñar con maestría una raqueta (que ya de por sí es extraordinario y me llena de orgullo). Somos más que el país de la buena vida, la paella, las cañas y las tapas. Más que el país del turismo barato. Mucho más.

Por eso no consigo entender ese complejo de inferioridad que nos atenaza, ya que tenemos más motivos que muchos otros pueblos para sentirnos orgullosos de nuestra casta y de nuestro potencial como nación: si, hace tiempo fuimos uno de los imperios más poderosos de la tierra… pero es que a día de hoy nuestros directivos están tremendamente cotizados en todo el planeta, el arte español es referencia en muchas disciplinas, creamos tecnología de primer nivel y nuestros científicos se codean de tú a tú con la creme de la creme de la élite mundial.

Si, hace años nos quedamos estancados y vimos a nuestros países vecinos seguir evolucionando y modernizándose mientras aquí nos aislábamos… pero de eso hace mucho. Nos hemos puesto en primera línea de nuevo, sólo nos falta creérnoslo… y sobre todo, hacer piña.

Porque esa bendita costumbre tan arraigada en la cultura española que tenemos de criticar a todo el mundo, sobre todo al que destaca, está siendo nuestra perdición. Hace que en lugar de querer ser los mejores intentemos no salir de la media demasiado… y así nos va.

Además, seamos realistas: hay intereses creados que se esfuerzan en que nos sintamos así. Porque el discurso de que hemos vivido muy por encima de nuestras posibilidades se va tornando poco a poco en que tenemos que ser más baratos para ser más competitivos (¿en precio? menudo negocio) y ajustar salarios para equipararnos al mercado (¿a cual? ¿al alemán o al chino?).

Pues yo creo que ese camino, por muy interesante que sea para otros países, será fatal para nosotros, y sobre todo, para nuestros hijos. No tenemos que intentar ajustar nuestra economía para competir en precio sino para competir en valor. Y para eso tenemos que construir sobre una materia prima muy abundante en el territorio español pero que apenas valoramos: el talento.

Me hizo reflexionar sobre todo esto una frase que dijo hace unos días el genial Richard Vaughan: “No hay mejor negocio que comprar a un español por lo que él cree que vale y venderlo luego por lo que realmente vale”. Somos grandes, sólo nos falta creérnoslo.

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